jueves, 27 de enero de 2011

Claustro Furioso.

Su caligrafía.
La habitación era un caos. La situación sugería hacer limpieza para volver a restaurar el orden perdido. Perdiéndose entre papeles encontró un vestigio del pasado. Un antiguo trabajo de instituto, escrito a mano, cuando los ordenadores no daban todas las respuestas. Reconoció su letra sin apenas esfuerzo, pero al pasar las páginas es cuando descubrió el tesoro entre aquellas ruinas. La letra de ella. La redondez de su caligrafía, le volvió devoto. La marca de los trazos de su delicada mano dando forma a cada palabra. La conversación que duró un instante interminable para debatir sobre cómo afrontarlo. Sus facciones, sus gestos, sus ademanes, su expresión. Le gustaba su letra y era feliz sabiendo que poseía por lo menos ése recuerdo material de su escritura. Pasaba la mano por encima del texto, abriendo un portal hacia otra realidad. El deslizamiento de los dedos pon encima de la tinta seca le reconfortaba. Para cualquier otra persona no era más que unos folios escritos. Para él, su salvación.

Nos venden.
Nos venden desconfianza, agresividad y miedo.
Nos venden la creencia en los medios, donde si algo no aparece es que no existe.
Nos venden anuncios desesperantes.
Nos venden contenido vacío.
Nos venden una posición en contra de lo diferente con estandartes de normalidad.
Nos venden un futuro que no queremos pero al que no nos importa someternos.
Nos venden mentiras escondidas tras mentiras disfrazadas de mentiras.
Nos venden el deseo de la ignorancia para la felicidad.
Nos venden repulsión a lo que no entendemos.
Nos venden hijos de madres desesperadas.
Nos venden órganos de personas desgraciadas.
Nos venden vacunas de enfermedades inventadas.
Nos venden planes perfectos, pero no para nosotros.
Nos venden violencia a la que somos indiferentes.
Nos venden indiferencia que no rechazamos violentamente.
Nos venden una política alejada del pueblo.
Nos venden una intención de voto.
Nos venden la creencia en un sistema podrido.
Nos venden competitividad en lugar de apoyo.
Nos venden la permisión del hombre y las guerras.
Nos venden fronteras contra lo desconocido.
Nos venden la unidad del pensamiento.
Nos venden alimentos en mal estado y a un precio aleatorio.
Nos venden el sueño de nuestra miseria.
Nos venden balas por euros.
Nos venden posesión y maltrato.
Nos venden incomprensión y malicia.
Nos venden esclavitud legal.
Nos venden un modelo ideal.
Nos venden prohibiciones.
Nos venden maldiciones y brujería.
Nos venden religiones y fe.
Nos venden casas que no podemos pagar.
Nos venden una estabilidad asentada en suelo resbaladizo.
Nos venden la locura como exaltación.
Nos venden con tarjetas de plástico, trozos de papel tintado y pedazos de metal acuñados.
Nos venden cuando sobramos.
Nos venden…
… y nos seguirán vendiendo (como perturbados).

Guerra de película.
En el campo de batalla los guerreros se dejaban la piel. Cubiertos de mugre y sangre, blandían sus espadas intentando salvar la vida. Luchaban por sus familias. Los gritos de dolor se confundían con los de bravura. Cualquier objeto era útil, hasta las piedras servían. Las heridas eran síntoma de fortuna entre tanto cercenado. Después de toda esa violencia, aún nadie había huido. Entre tanto, el soldado de la Segunda Guerra Mundial se preparaba para entrar en combate. “Corten”, dijo el director al ver al infiltrado. Media hora de toma a la basura.




PD: Tres, dos, uno... ¡¡¡BOOM!!!

lunes, 17 de enero de 2011

Crisálidas nerviosas.

En el cruce.
Tenía calor, el calor de sus ideas efervescentes, estallando en su cabeza. Barajando posibilidades quedaron dos que establecían una disyuntiva paradójica. Una vez más llegaba al maldito punto muerto., tomado un camino no hay marcha atrás posible. Se sentó en una piedra en busca de la solución. Pasaron horas y seguía sin encontrar su respuesta. Pasaron días, algunos lluviosos y otros soleados pero permanecía absorto en sus pensamientos, aunque sin suerte. Pasaron semanas hasta que por fin se acercaba alguien más al cruce. Sin dudarlo siguió uno de los caminos. Incrédulo, el protagonista, se levantó de la piedra y gritó:
- ¿Cómo sabe el camino correcto? – preguntó.
- No hay camino correcto, el miedo a una consecuencia inesperada es lo que te paraliza. No es cuestión de acertar o equivocarse, sino de no tener miedo de andar el camino – respondió.
- ¿Quién eres? – continuó.
- Sólo una voz más en tu cabeza.

Sueños catódicos.
Aquel científico loco puso en marcha su terrorífico plan. Había conseguido crear un aparato que emitía una señal con la que podía controlar la voluntad de las personas. En un primer momento, llamó al proyecto “perro pastor”, ya que conseguía hacer de la población un rebaño obediente. Pero la reconducción no era el único efecto, quizá el más complicado era el mantenimiento de un estado permanente de enajenación mental. Mediante todo tipo de engaños y falsas esperanzas, tapaba cualquier duda que pudiera surgir. Formó una realidad casi indestructible en suelo pantanoso. Creo una verdad de esas que se repiten muchas veces, que mecía mediante hipnosis la consciencia. Construyó el espejismo de la felicidad y acabó por llamarlo televisión.

Lágrimas de caramelo...
Considerando las lágrimas como la explosión de un sentimiento en pequeñas gotas cristalinas cuando se rompe el límite, podemos asegurar que establecen un máximo emocional. Cada lágrima encierra un poder colosal de sabores diferenciados según la naturaleza del sentimiento. Si cuidadosamente somos capaces de hacer cristalizar esas lágrimas, obtendremos caramelos. Pero no unos caramelos cualquiera, sino caramelos especiales. Caramelos que contienen en su interior un sentimiento en forma de sabor. Son caramelos extremadamente difíciles de conseguir, tanto como la generación de una fuerza suficiente en los sentimientos para forjar una lágrima. Su poseedor debe regalarlos, ya que quedarse con ellos supone la maldición eterna.




PD: Lo que no sale por televisión, no existe. Así que esto tampoco. Primera entrada del 2011, ya era hora.