domingo, 28 de agosto de 2011

Lágrima Mineral.

La transformación del dolor.
Al principio todo es dolor, ya sea físico o emocional. Inevitablemente el dolor físico dependiendo de su gravedad acaba desembocando en el emocional. Es una reacción repentina, inesperada, al menos para quien la padece. Un pinchazo clavado en medio del alma, una opresión en la cabeza que no te deja pensar. De repente, como por arte de magia toda tu fuerza se desvanece hasta dejarte inmóvil y sin respuesta. Sólo sufrimiento sin explicación posible. Algo tan desbordante que es imposible de canalizar en el momento preciso y que es capaz de dejarte roto por dentro. Cuando puedes ver las piezas ya esparcidas, los restos de tu ser, es cuando empiezas a buscar respuestas. En primer lugar nos encontramos con el odio o la ira. Es el deseo de liberación de toda fuerza confinada lo que provoca este sencillo cambio. Son momentos interminablemente efímeros pero que pueden perdurar con constante repetición a lo largo del tiempo. Esto dejará un destello intermitente en su inconsciencia. Más tarde vendrán la tristeza, la melancolía o la pena, bañadas en lágrimas ocasionales. Esto hace que te desprendas de la realidad, quedando atrapado en instante de tiempo indeterminado, aunque este sigue su ritmo inexorable. Poco a poco, todos esos sentimientos hacen que te despegues de tu vida. Pierdes el interés por lo que te rodea, ya nada te hace sentir bien ni te satisface. Lo que antes te inspiraba, te llenaba, te dejaba con ganas de más, no es ahora suficiente. Lo que conseguía distraer tu pensamiento, no es capaz de desenterrar el anclaje al que ahora está sometido. La desesperación se adueña de las noches y la oscuridad de los sueños. Esclavo en la escuela de escuálidos propósitos. Propenso a pensar procesos preocupantes en el seno de sensibles sonidos. Llantos y lamentos, lastimosos llenaban sus tientos. Tantos y tensos momentos medraban maduros al tiempo, mostrando en él ni sombra sublime o tenue de tener algún talento. Ahora sabía juicioso, que las justas batallas victoriosas se encontraban en el jeroglífico de unos ojos bondadosos. Ajenos a juegos ruinosos y expectantes en instantes rutilantes donde los finales son arrogantes. Y te muestran en la distancia la oscuridad de tu mente y el ansia de salvación de una vida decadente. Que poco a poco se pierde.

Oda al alcohol.
Se empañaban sus ojos borrosos en charcos de alcohol. Caminaba hacia ninguna parte dando tumbos. La siguiente parada la dirigía su olfato que le conducía hacia nuevos antros donde ahogar su desamor. Cliente fiel fijo en la barra donde descansaba los brazos en el transcurso de cada trago. Siempre con la cabeza medio gacha, respondía entre gruñidos a las preguntas de desconocidos. El humo incesante le hacía creer que levitaba en dirección a un lugar mejor. Seguramente eso deseaba y por esa razón permanecía sentado en cada uno de los taburetes consumiendo tanto como le dejaban. A veces abandonaba el local de buena gana, otras ante la incomprensión de su cómplice acababa malhumorado. En alguna que otra ocasión tuvo que salir a patadas, aún así no sentía nada. Deambulaba hasta otro bar para seguir bañando los surcos de su corazón con la embriaguez de sus bebidas. No había nadie que soportara su etílica compañía. ¿Nadie?

Demasiados errores.
Dos hombres enmascarados entraron en el banco. Inmediatamente me levanté, pero antes de que pudiera reaccionar ya me estaban apuntando. Entre gritos pidieron calma y cooperación a los presentes. Obligaron al encargado a desconectar la alarma policial y apagar las cámaras de seguridad. Yo era un blanco demasiado fácil, policía encargado de la protección del Banco Nacional. Inmediatamente me desarmaron y esposaron a un escritorio anclado en el suelo. Encerraron a los civiles en una especie de almacén sin ventanas. Sólo estábamos fuera el encargado y servidor. Rápidamente instaron a aquel pobre hombre a conducirles a la cámara acorazada, utilizando métodos algo crueles. Ése fue el primer error que cometieron. Un policía precavido, conoce la manera de deshacerse de sus esposas sin necesidad de las llaves. Una vez que lo conseguí me acerqué a ellos cuidadosamente. Deslice la mano hasta acariciar la porra y me abalancé hacia ellos. Sonó un golpe seco y a continuación un disparo. Caí abatido.
- Maldita sea, no me des esos sustos por el amor de dios – dijo uno de los atracadores asustado.
- Joder, pero, ¿con qué idiota se supone que has contado para el trabajo? – dije reponiéndome del balazo en el hombre.
- Mierda, Mike. No me esperaba que fueras a hacerlo tan brusco – siguió más calmado.
- Era necesario dejar a este tipo inconsciente, ya te lo expliqué – repetí aturdido – Devuélveme el arma.
- Pero, ¿qué coño haces, socio? ¿Y quién cojones es este tipo? – preguntó el otro atracador confuso.
- Soy el que te va a pegar un tiro entre ceja y ceja como vuelvas a abrir la boca – respondí enfadado.
- No seas gilipollas. Recojamos la pasta y larguémonos – continuaba altivo.
- Te lo advertí – le apunté velozmente y apreté el gatillo, había cometido el segundo error de aquella mañana. Ese imbécil era realmente molesto.
- Mierda, Mike. ¿Estás loco? Eso no era necesario, joder – gritó histérico.
- Cállate si no quieres ser el próximo – contesté aún furioso.
Acto seguido, mi compañero le arrebató las llaves de las cajas de seguridad al encargado que yacía en el suelo bocabajo. Sacó la caja de su ubicación y me la pasó. Ése fue el tercer error. Cuando la tuve en mis manos le golpeé con ella. Cayó desplomado y con la mandíbula rota. El plan había salido a la perfección. Abrí la caja y me apoderé de su contenido. La devolví a su lugar y esposé a mi compinche. Liberé a los rehenes y auxilié al encargado. Para cuando llegó la policía, mi colega había despertado. Sólo podía emitir sonidos ininteligibles. Le conté a la policía cómo escape, que fui disparado y maté al atracador en defensa propia y que a continuación fui capaz de reducir al segundo atracador. Fue más sencillo de lo que esperaba, para cuando se diesen cuenta de lo ocurrió en realidad (si es que lo hacían), yo ya estaría lejos. Ése fue su mayor error.




PD: Achicoria...

domingo, 21 de agosto de 2011

Papiro Amargo.

O enredo das meigas.
Tres brujas suspiraban aburridas mientras miraban su bola de cristal en busca de algo de diversión. Se toparon con las andaduras de un pobre mortal enamorado. Observaban cómo él se quedaba pasmado mirándola sin nada que decir más que el placer rebosante grabado en sus ojos al contemplar lo que para él era la perfección. La bruja más joven corroída por la envidia, decidió castigar al joven privándole de su vista. Siguieron observando al muchacho con la esperanza de que aquella ceguera acabase con su amor. Aún así fue un fracaso, el joven se acercaba a ella para oír la dulce melodía de su voz. Un sonido tan armónico y lleno de belleza que le hacía recordar la silueta de su cuerpo con cada palabra. “El amor es ciego”, reprendía la bruja mediana que con un poderoso conjuro consiguió dejar sordo al muchacho. Éste, carente ya de visión y audición, sólo pretendía contar con su presencia. Saber que ella estaba a su lado, era la esencia de su vida y eso estaba por encima del deseo de contemplarla o de oír esa suave voz que le mantenía en calma. “El amor es ciego y sordo”, explicaba la mayor de las brujas, que sabiamente acabó con la cordura de aquel joven. El muchacho vagaba sumido en una completa oscuridad y un enmudecido silencio. Ella se había marchado, pero él la buscaba desesperadamente, gritando su nombre. La gente le miraba por la calle, comprendiendo que no estaba en sus cabales. “El amor es ciego, sordo e idiota”, concluyeron las tres brujas que deshicieron sus hechizos. El muchacho, volviendo en sí, creyó haber despertado de un mal sueño. Ya no se acordaba de la chica…

A veces pasa que nunca...
El reflejo de unas gafas desdibuja el pasado. Un recuerdo en la memoria de un fracaso melancólico. Atrapado entre las solapas que custodiaban las páginas en blanco de una historia inacabada. Ahogado en un frasco que le separa de lo prohibido. Sumido en la insatisfacción de la privación de un desenlace. Ocupa la butaca de una sala vacía, esperando el final de la película sin que éste se produzca. Habita en una casa que rebosaba vida y donde ahora se marchitaba hasta el aire que se respira. Las personas se cuelan y huyen por puertas y ventanas. La huida conlleva la decepción de promesas huecas, como su corazón. Las grietas de su voz esculpían un llanto inundado por las goteras de sus ojos. ¿Dejaría algún día de llover en su alma? El tiempo soleado, le tostaba el rostro acabando con un sueño nacarado. Unas mejillas incandescentes mostraban la timidez antes las caras desconocidas. Se abre un nuevo capítulo, del que se desprende un candado oxidado. Una vez más caía en la casilla que le devolvía al punto de partida. “Fin del juego, gracias por jugar”, era lo que siempre alcanzaba a escuchar. La corona de laureles estaba por estrenar. Una vez le perdió la cara a la moneda, entre las páginas en blanco, entre mil y un llantos, todo sin titubear. La posibilidad de un pestañeo a tiempo podría haber sido más que suficiente para dejarle ver el pedazo de realidad que aún escondía el cuadro. Afortunadamente, estaba aprendiendo que mirar sin ver significaba estar sin vivir. Resulta que vivir viviendo era mucho más importante que estar vivo.

El misterioso enigma.
Aquel detective estaba a punto de concluir un nuevo caso. El misterio de aquel enigma prolongado le tenía completamente atrapado. Al principio iba dando pasos de ciego, dependiendo de su suerte para encontrar la siguiente pista que le iluminase el camino. Pero a medida que avanzaba la investigación los indicios iban dejando claro el patrón de aquel secreto. Su cerebro permanecía efervescente entre instantes de incertidumbre. Poco a poco iba dando con más respuestas que le acercaban al final de su propósito. Hasta que llegó el ansiado momento, estaba a un solo paso de desvelar el enigma. La bombilla se encendió en su cabeza.
- Eureka, ya lo tengo. La palabra es “resuelto” – concluyó satisfecho.
Aquel dichoso crucigrama había consumido toda su mañana.




PD: Quién me iba a decir a mí que publicaría por la mañana...

jueves, 18 de agosto de 2011

Canívales Rumiantes.

Sin perdón.
Le costaba horrores conciliar el sueño por las noches. Aquel maldito demente aparecía en cada una de sus pesadillas. No podía dejar de lamentarse por todos los crímenes que no fue capaz de impedir. Se imaginaba a cada una de las víctimas clamando venganza, esa sensación le embargaba con una furia colosal. Empapaba la cama en sudor con la idea de poder tenerle cara a cara por un momento. Esa noche iba a conseguirlo, sin saberlo de antemano.
- ¿A qué viene ese desvelo, inspector? ¿No es capaz de dormir? ¿Quiere que le cante una nana? – preguntaba en tono jocoso.
- Vaya, creía que este sería el último lugar donde querrías estar – contestó contundentemente el policía.
- Se equivoca, ese lugar sería la cárcel. Y con suerte este será el último lugar en el que esté – terminó musitando para sí mismo.
- Bueno, si se puede saber. ¿Qué te trae por aquí? – preguntó el inspector algo molesto.
- Poca cosa. Venía a disfrutar de su conversación, inspector – espetó irónicamente.
- No comprendo cómo tienes el coraje de aparecer por aquí – replicó lleno de ira.
- Eso es, me encanta cómo crece la rabia en su interior. Aliméntese de ella, deje que se haga más fuerte hasta que le controle por completo – dijo ilusionado.
- Maldito loco, si pudiera te mostraría unas dosis de realidad – explicaba mientras miraba su pistola que descansaba sobre la cómoda.
- Excelente, inspector. Enséñeme esa realidad, aunque yo podría hablarle de otro tipo de realidad. Usted inspector, representa el orden, lo que se le pasa por la cabeza no sería propio de alguien en su posición. En cambio, yo soy el caos y ahora mismo estoy entablando una amistosa conversación con usted, de igual a igual – relató inspirado.
- Ni se te ocurra compararte conmigo, maldito loco – la rabia del inspector crecía con cada comentario.
- Claro que no inspector, no me malinterprete. Sé muy bien que usted no tiene el valor de tomar venganza por aquellos que pesan en su conciencia – sentenció hiriente.
- Estas jugando con fuego, amigo. Así que deja de tentar a la suerte – concluyó el inspector, con la tranquilidad que proporciona los instantes de inmensa tensión.
- Vamos, inspector. No lo piense, máteme. Vamos, acabe, máteme. Agarre esa pistola aunque sea por su estúpido hijo…
El final de aquella frase le dejó petrificado. Cuando volvió en sí, comprobó que sostenía su pistola en la mano derecha. Una estela humeante salía por el cañón de la misma. El inspector seguiría sin poder dormir.

Canto de sirena.
Necesitaba oír el canto de la sirena.
Vagaba perdido, aquel marinero,
caminando por la arena.
Despertó de un naufragio certero,
que le dejó en aquella playa serena.
Las olas apenas le dejaban oír,
por eso gritaba con todas sus fuerzas.
Al fin una sirena acudió a verle…
- Ay sirenita mía,
no me dejes te lo ruego.
Que ahogarías mi vida entera.
- Déjese de ruegos, marinero.
Que acabaría con su vida,
el saber que no le quiero.
Sentía el desgarro en sus venas,
lágrimas rojas cubrían el cielo.




PD: Agua sin sueño...

viernes, 12 de agosto de 2011

Perseguid a la acusación.

Un viento molesto soplaba en el exterior de los juzgados, que parecía vaticinar un resultado incierto. El abogado repasaba mentalmente las bases de su alegato final, mientras, escuchaba con vaga atención los argumentos acusadores del fiscal que no buscaban otra cosa que el veredicto de culpabilidad para su cliente. Su cliente era nada menos que su peor enemigo, el fiscal jefe Dalton. Sin duda era el caso más difícil al que se había enfrentado a su vida. El señor Dalton estaba siendo acusado de matar al hermano de su defensa, el también abogado Michael Crane. Robert era el hermano pequeño, siempre bajo la sombra de la estrella de su hermano. Las batallas entre su hermano y el señor Dalton eran memorables. La fama de su hermano llegó cuando fue capaz de ganarle varios casos al “intratable Dalton. Así le llamaban, porque nunca llegaba a pactar tratos con los abogados, ya que siempre era capaz de obtener las mayores condenas. El fiscal Kenton estaba acabando su intervención. Robert tomó tembloroso su vaso y bebió una pizca de agua antes de incorporarse para comenzar su discurso.
- Señoría, portavoz del jurado, damas y caballeros del jurado – comenzó protocolariamente- como ya saben soy Robert Crane, el abogado defensor del acusado, el fiscal jefe James Dalton. Hoy están siendo testigos de algo totalmente inusual, dos fuerzas completamente opuestas luchando por un mismo propósito. Por un lado tenemos a mi cliente, acusado de asesinato. Un hombre inquebrantable que hace cumplir la ley hasta sus últimas consecuencias. Por el otro estoy yo, hermano de la víctima. Defensor acérrimo de mi deber, proteger y preservar la inocencia de mis clientes. En este día podemos ver como el honorable James Dalton se ha pasado al bando contrario para poder luchar por sus propios intereses. En su contra está todo el poder del Estado, representado por el fiscal Kenton. ¿Quién le iba a decir a señor Dalton que lo que él representaba con firmeza se volvería un día en su contra? Parece hasta irónico, ¿verdad? Pero ése no es el caso que nos ocupa. Lo que queremos saber aquí, es si ese hombre cometió el crimen del que se le acusa. Somos partícipes del desfile de pruebas que han pasado ante nuestros ojos y los numerosos testimonios de los testigos que hemos sido capaces de oír. La conclusión de toda esa parafernalia quedó clara en aquel momento. Las teorías de la acusación fueron meticulosamente desmontadas, debido a la obvia contradicción que establecían las pruebas de que disponemos. Pero eso ustedes ya lo saben. Así que hablemos de lo que no conocen. Seguro que no pueden parar de hacerse una pregunta ¿por qué yo? ¿Por qué yo presto mi ayuda al presunto asesino de mi hermano? La respuesta es evidente y perdónenme que se la conteste con otra pregunta, ¿qué interés puedo tener en defender a esa persona? La respuesta es ninguno, a no ser que sea inocente. Ahí está la cuestión, ¿por qué iba a defender al fiscal sin creer que es inocente? Porque de lo contrario podría haber rehusado de tal obligación y en cambio, aquí estoy. Justicia para todos, esa es nuestra consigna. ¿Acaso mi interés por ganar este caso podría superar el esclarecimiento de lo ocurrido con mi hermano? Creo que me sobran motivos para demostrar la inocencia de mi cliente, maldita sea, hasta me hubiera sentado en el estrado para corroborar mis palabras si hubiera sido posible. Pero por otro lado, ¿qué motivación tiene la acusación más que la de ganar? No les pediré un veredicto favorable para mi cliente, porque de todas formas ya he salido perdiendo. Eso es todo, he acabado mi intervención, señoría.
- Muchas gracias, abogado. Bien, el jurado tiene un cuarto de hora para deliberar, después de que transcurra ese periodo de tiempo se reanudará la sesión – concluyó el juez dando un par de golpes con su mazo – Se levanta la sesión. Señor Crane y señor Kenton, vengan a mi despacho, por favor.
Los tres se reunieron en el despacho del juez. El silencio se mantuvo durante un instante interminable. El juez Johnson tomó la palabra.
- Robert, ya sabes que fui buen amigo de tu hermano. Sinceramente, Michael se avergonzaría de ti en este momento – afirmó el juez con frialdad.
- Por favor, Crane. Nadie sería capaz de creerse el rollo que has soltado – dijo el señor Kenton.
- Tu hermano nunca hubiese tomado el caso de un hombre culpable. Es cierto que no hay ninguna prueba concluyente contra Dalton, pero está metido en mierda hasta el cuello – añadió el juez.
- Lo sé, pero ese hombre sabía que su única posibilidad de ser declarado inocente pasaba por que le defendiera – dijo Robert con tono preocupado.
- Entonces, ¿por qué diablos aceptaste defenderle? – preguntó Kenton.
- Porque era mi única posibilidad para pasar desapercibido – contestó Robert.
- Explícate – exigía el juez.
- Mi hermano persiguió a esa rata sin descanso, él sabía que no jugaba limpio. Finalmente consiguió descubrirlo, el fiscal jefe Dalton falsificó pruebas en multitud de casos. Después de recopilar montañas de información, por fin tenía pruebas con las que inculparle. Pero el fiscal debió darse cuenta y acabó con él. Pues bien, esas pruebas son las mismas que ahora arrojo sobre su mesa – respondió Robert contundentemente.
- ¿Y qué quieres que haga ahora con esto? Ese hombre será declarado inocente por tu culpa y no se le podrá volver a juzgar por el mismo crimen – le reprendió el juez.
- Por eso les necesito a ustedes. Sé que Kenton quiere a ese hombre bajo sombra para allanar el terreno en su candidatura a la jefatura de la fiscalía. Y usted señor juez, su posición se vería reforzada si consigue inculpar a ese hombre – les explicó Robert.
- ¿Qué propones? – preguntó Kenton con cierto interés.
- Que presentes un recurso extraordinario de invalidación en contra de la sentencia y que el juez lo ratifique. Después de eso ordenad su arresto, quiero que sea acusado y condenado tanto por el asesinato de mi hermano como por la falsificación de pruebas – finalizó Robert.
- Así se hará, por la memoria de tu hermano. ¿Conforme señor Kenton?
- Por supuesto.
Pasaron los quince minutos. El jurado volvió a la cámara, así como la gente que había acudido al juicio. Aquellos tres hombres se sentaron en sus respectivos asientos. El espectáculo estaba a punto de comenzar.
- Se reanuda la sesión – empezó el juez – Portavoz, ¿ha tomado el jurado una decisión?
- Sí, su señoría. En el caso del Estado contra Dalton el jurado encuentra al acusado, el señor John Dalton, inocente – concluyó el portavoz.
- Bien, el señor Dalton quedará pues en libertad, exento de cualquier sospecha. Doy por cerrada la sesión – finalizó el juez dando otro par de golpes con su mazo.
En la sala se creó un pequeño revuelo que se mezclaba con ruido que hacía la gente al marcharse. En aquel momento, abogado y cliente intercambiaron unas palabras.
- Buen trabajo, muchacho. Sabía que podía contar con usted.
- No me lo agradezca, señor. Si me lo permite, me marcharé para no estropear su momento. Disfrútelo – dijo Robert abandonando la sala.
Las felicitaciones en torno al señor Dalton eran innumerables, cuando de pronto.
- Señor Dalton, queda detenido por falsificación de pruebas. Me abstendré de leerle sus derechos – dijo un guardia.
- Maldito seas, Robert Crane. Esto no quedará así, te lo prometo – gritaba el viejo fiscal.
Desde el fondo de la sala, Robert sacó fuerzas para decir unas últimas palabras a su enemigo.
- ¿Hacemos un trato? ¿Qué me dice señor fiscal?




PD: Madre mía, vaya tocho. Bueno, a ver qué tal.

jueves, 11 de agosto de 2011

El poder de lo especial.

Buscamos la genialidad en lugares equivocados. Creemos encontrarla en sucesos de gran transcendencia. Pero las grandes acciones por si solas no tienen más que el valor que podamos darles. Nos dejamos asombrar por importantes descubrimientos llenos de trabajo y dedicación. Nos parecen hallazgos inalcanzables, fuera de nuestras posibilidades. Puede que así sea, pero no debe ser algo frustrante. Si no podemos destacar con nuestro ingenio o intelectualmente, siempre se recurren a otras alternativas. La cuestión está buscar algo en lo que nos podamos sentir superiores a los demás. Ante esta ansia irrefrenable a veces me pregunto, ¿por qué? ¿Por qué tenemos esa obsesión de destacar en algo que hacemos? ¿Para qué intentar colocarnos por encima de los demás? El límite no está en la satisfacción personal, sino en la sensación de superioridad. Sumergidos en esa búsqueda, quedamos hipnotizados por el reflejo del éxito. Idolatramos estereotipos que marcan tendencias. Es entonces cuando algunos invocan uno de los más frustrantes conjuros que pueden oírse, “me gustaría ser como fulanito”. Un concepto incomprensible que desemboca en la uniformidad, ya que grandes masas tendrían esa misma ilusión por la necesidad insaciable de sus egos. Controlar nuestra propia vanidad es algo importante. Siempre me ha extrañado la peregrinación hacia lo que nos quieren hacer creer que es realmente relevante. ¿Por qué lo grande, lo colosal, lo sobrehumano? La realidad es que hay millones de héroes anónimos. Gente que se podría llamar “corriente”, gente de a pie, de la calle. Gente que no se deja guiar por las apariencias y que tiene una personalidad afianzada. Maldita sea, la libertad es una utopía. Incluso en el pensamiento, por desgracia estamos influenciados en mayor o menor medida. Pero hay algo en lo que todavía no han podido influenciar y es en nuestra capacidad única de sentir. Ahí está la clave, en conocer nuestros sentimientos, saber controlarlos y enseñar nuestra forma genuina de sentir a los demás. Lo especial está en lo que nos diferencia, no en lo que nos hace iguales. Aquí nos volvemos a equivocar y pensamos que la diferencia se encuentra en lo material o en el físico. Envidiamos las abultadas cuentas corrientes de algunos individuos, su hermosura, su destreza en alguna disciplina. Creemos que eso es lo que nos diferencia y que si conseguimos destruir ese desequilibrio encontraremos la felicidad. Lo que nos diferencia está en pequeños matices y fundamentalmente en no querer ser otra persona más que uno mismo. Es alentador ver el tímido destello de vida en unos ojos. Conocer personas con el sentido de lo esencial firmemente establecido y que son capaces de permitirse nadar entre banalidades porque no quedaran atrapados en sus redes. ¿Por qué la máxima aspiración de algunas personas está en tener mucho dinero, muchos coches, ser futbolista, preocuparse de manera obsesiva y en algunas ocasiones compulsiva por su aspecto físico? No pretendo criticar esa actitud, pero demonios, la verdadera pregunta sería la siguiente. ¿Por qué la gente no aspira a ser buen padre, buen esposo y lo más importante ser buena persona e intentarlo cada día con todas sus fuerzas? Ahí está la heroicidad y la grandeza. No está en querer atesorar algo que es temporal, sino en compartir lo que tenemos perpetuamente hasta nuestro final. Definitivamente, lo especial no está fuera, está dentro de nosotros y nuestra labor es encontrarlo. Felicidades para quien haya dado con su hallazgo personal y ánimo para quien esté intentándolo o lo quiera intentar. Dejar volar los sentimientos es siempre mejor que encerrarlos en jaulas, porque es ahí donde se encuentra nuestra única oportunidad para la libertad.




PD: Camarero, la sopa está sosa...

jueves, 4 de agosto de 2011

Caleidoscopio Abstracto.

Rey de Espadas (Dama de Corazones, Sota de Copas).
Estaba entre la espada y la pared. Nunca mejor dicho tratándose del caso del “asesino de la espada”. Los continuos contratiempos que padecía el inspector, estaban sacando de quicio a su jefe. Era su última oportunidad y lo sabía. Había estado meses detrás del asesino, pero aún sin éxito. Tenía multitud de pruebas que al ser confirmadas acabarían de una vez por todas con aquel peligroso individuo. No se lo explicaba, siempre estaba en el lugar del crimen antes que ningún otro policía, pero era incapaz de actuar. Se quedaba paralizado y para cuando reaccionaba, era tarde. En su cabeza permanecía imborrable la misma escena, un cuerpo sin vida rodeado por un pequeño charco de sangre y sin rastro de quien se había tornado su obsesión. El asesino mataba a sus víctimas atravesando sus corazones con una espada ropera. Seguramente, lo vería como una manera romántica de matar a alguien. Es posible que eso aliviara su culpa, si es que conseguía sentirla. Algo curioso es que siempre dejaba un vaso de whiskey a medias. El inspector rezaba por que en aquella ocasión se acabase el vaso y de esa forma tuviese el tiempo suficiente para atraparle. No obstante, algo le decía que iba a ser su día de suerte. Así sería, había imaginado ese momento en decenas de ocasiones, tantas como sus repetidos fracasos. Cada vez que lo pensaba, le invadían unos nervios irrefrenables y una excitación inmensa. Sentía las descargas de adrenalina que soltaba su cuerpo, haciendo que su respiración aumentase. Pero para su sorpresa, no fue así. En vez de eso estaba perplejo. Una vez más estaba paralizado. Tenía al asesino justo enfrente, cara a cara. Sostenía el estoque y bebía su típica copa de whiskey. Las gotas de sudor recorrían la frente del inspector, intuía un nuevo fracaso. El asesino atónito, al ser descubierto, soltó el estoque y esté dejó un sordo sonido metálico en la habitación al chocar contra el suelo. El inspector bebía su whiskey compulsivamente, al estarse viendo en el espejo.

Perder, perdido, perdiendo.
A veces para encontrarse hay que perderse primero. Así estaba él perdido, completamente fuera de sí. Por fuera aparentaba ser la misma persona, pero podría decirse que hasta ni eso. La expresión agreste de su cara hacía que incluso su aspecto resultase extraño. Esto hace que resulte innecesario hablar de lo que llevaba por dentro cosido a las entrañas. El odio, el rencor, la desesperación, el miedo, la ira. Todo aquello no le dejaba vivir y hacía que él, de la misma manera, intentara no dejar vivir a los que le rodeaban. Un furioso desprecio se apoderó de su mirada, que ahora era penetrantemente destructora. Escupía palabras llenas de insidia que apenas podía controlar. Sentía un gran vacío que no dejaba de llenarse de sentimientos tortuosos y devastadores. Cerraba su mente, dejando entrar únicamente a sus pensamientos lastimosos. Rechazaba violentamente cualquier tipo de ayuda que le acercase a la salida, alejándose así de ella. Ignorando que la salida estaba en él mismo, pero de no ser así no abría salida a la que acudir. El verdadero peligro de perderte es que existe la posibilidad de que no pueda encontrarme. En cualquier caso, siempre habrá momentos en los que llorar por lo perdido.

Vick, Vick, Victoria.
En alguna que otra ocasión, sentía una pequeña inseguridad. Una fragilidad leve pero suficiente para quebrarla en mil pedazos si no tenía cuidado. No obstante, sabía manejar aquella situación con astucia. Abrazaba la tristeza lo justo para poder seguir adelante. De esa forma reafirmaba su característica alegría. Un pequeño momento de melancolía era capaz de devolver la armonía con la que transcurría su vida. Sin saberlo, había dado con uno de los secretos más poderosos de la humanidad. Convirtió los sentimientos negativos en algo beneficioso para ella. Pero su temerosa ingenuidad no le dejaba darse cuenta de tan gran hallazgo. Visitaba oráculos para encontrar la respuesta de algunas de las preguntas que le inquietaban. Le gustaba reflexionar y prestar atención a las palabras que leía o escuchaba. Sentía curiosidad por la vida. Desconocía que todo aquello se fusionaba en una palabra que despejaba cualquier misterio. Esa palabra es, Victoria.




PD: Esta entrada (entera hasta el último punto) se la dedico a Vick. Una vez me dijo que le gustaría que le dedicasen algún escrito. Bueno, espero no decepcionar.