jueves, 30 de enero de 2014

Candados Usados.

Fosforescencia.
La idea de la que se enamoró se acabó consumiendo. Cerraba los ojos y lo único que veía era negro. Ya no se acordaba de aquella razón absoluta. Una componente fuertemente subjetiva que le daba sentido al Universo. La perfección eterna. La belleza metafísica. Las ganas de vivir para contemplarla. La fuerza que te vuelve indestructible. Un problema de imprecisión. Esa idea no se podía tocar. No se podía abrazar. No se podía besar. Esa idea no existía. Tremenda contradicción entre todo y nada. Todo lo envuelve y a la vez lo paraliza. Nada en el interior, vacío en el hueco. Suelo, techo y cuatro paredes. Tierra, cielo y horizonte. Escapar sin moverse. Viajar con la mente. Imaginar la irrealidad. Mentir como remedio. Soledad lacerante. Conformarse con uno mismo. Una pieza que no encaja en ninguna parte. ¿Cómo se enamoró de esa idea? Probablemente, necesitaba un placebo. Medicación sin receta de manera transitoria. Y ansiaba un insulto ajeno. Rogaba por una paliza que le dejara la mente en blanco. Dejar la obsesión de su pensamiento. Descansar de su propia masacre. Eliminar su sentencia, renunciar a la condena. Pedir colaboración para regalar la maza de juez y la máscara de verdugo. Que otro crispe su existencia. Aunque fuera en vano. Porque nadie es más cruel para sí que él mismo. No se tiene compasión, no sabe qué es perdonarse. No pestañea en el castigo, ni vacila en la tortura. Pero está cansado, deseando encontrar a alguien a quien pasar el testigo. La piedad se transformó en un beso en su mejilla. Y el estruendo de aquel beso se mezclaba entre lágrimas. Ya no sentía nada.

Quiromancia extrema.
Preguntas tras una línea. Palabras oscuras que invocan un código complejo. Técnicas de ocultismo que esconden un mensaje. Preservar el significado con el significante como custodio aliado. Suscitar las dudas y restarle importancia. No satisfacer con una respuesta concreta. Como si una explicación resolviera el problema. Equis vale veintiséis. Lo fácil que sería si fuera fácil. Lo peor llega con la pérdida de facultades. Imprecisiones que dejan a la vista lo antes oculto. Falta de práctica que te dejan expuesto. A la vista, cuando intentas esconderte, sin piedad eres abatido. ¿Dónde quedaría el sentido de todo ese esfuerzo? ¿Cómo decir que te explota el corazón con el sonido de un arpa? Es imposible. Sigue la invasión, otra vez. ¿Cómo explicar algo que no consigues comprender tú mismo? Y aún así, de alguna manera, lo consigues escribir. Deseando romper el caos a martillazos. Y empezar a contar un cuento en el que todo fuera real y el final fuera de ensueño.

Sonata & Toccata
Si cuando digo O quiero decir H
y cuando digo sí, quiero decir no.
Si no sabes leer entre líneas,
no seré yo el culpable.
Si te miro a los ojos,
te estaré mintiendo.
Si te leo los labios,
es que quiero besarte.
Si me llevo una bofetada,
me sabría culpable.
Y con la mejilla colorada
me querrías toda la vida.
Se puede decir más claro
pero no más alto.
Y no encuentro todavía
las palabras para explicarte…
Que cuando digo H es que quiero besarte.
Y que si digo O es que te estaré mintiendo.
Que si te leo los labios sería el culpable.
Y que no entiendo todavía que me quieras de por vida.



P.S. ¿Y por qué no he puesto este dibujo antes? Ni que esto hubiera tenido sentido alguna vez.

viernes, 24 de enero de 2014

Castillo Onírico.

Lluvia de meteoritos.
Luna nueva
y un cielo de estrellas
en el que todos esperan
un cuarto creciente.
Y las calles se encienden,
sales al instante
para ver entera
la Luna llena.
Veneno en las venas
de luz rutilante
y es que no hay quien me aguante
en cuarto menguante.
La luz parpadea
y en mi cabeza se apagan
un sinfín de ideas
con la Luna nueva.
Y un cielo sin estrellas
en el que no entiendo
que el ciclo se estanque
y siempre viva en cuarto menguante.

Catalepsia.
Gotean ideas de una gotera en la cabeza y forman un charco por el que pasan un trapo. Se afeita en asfalto y con espuma de mar, aunque hace tiempo que aprendió a dejarlo. Camina desgarbado, encogido y despistado pero nunca se pierde o cuando lo hace no se acuerda. Las tripas empiezan a helarse. Un frío que congela los latidos del corazón. Las venas se agrietan en sangre seca. Seco por dentro. El alma hecha jirones de rabia. La consciencia en plena demolición. La cordura de baja por depresión. Los ojos escondidos en la sombra, se apagan por morosidad. Ilusión de contrabando y esperanza en prisión. Mira esas manos haciendo un gesto gamberro. Que secuestren la calma y la entereza. Un edificio aguanta sin pilar maestro. Fingir indiferencia sin chaleco antibalas. Que el primen impacto le recuerde a un beso. Le pedía consejo a una estatua. Se perdía en las palabras. Ni siquiera era capaz de conservar lo que quería. Y la idea existía pero no se materializaba. Con un chasquido de dientes se prendió fuego a la boca. Era una posible solución. Cuando extinguieron el incendio le devolvieron los restos. Su forma de ser defraudaba a Hacienda. ¡Qué complicación! Demasiado orgulloso para pedir limosna. Ni siquiera conseguía que leyeran unas líneas. Se olvidó de sí mismo. No recordaba quién era. De esa forma llegó a ser nadie. Era extraño y a la vez fantástico. Lúgubre y desconcertante. Inquietante y exiguo. Era descorazonador y ruinoso. Catástrofe en las pupilas que brillaban grises. Una sonrisa aniquilada. Las manos rebosantes de aire. Y un teléfono comunicando.

Plano ventral.
¿Alguna vez te has preguntado por qué te duele el cuerpo al despertarte? Abres los ojos y empiezas a correr en un pasillo extrañamente iluminado. No percibes tu respiración pero te sientes fatigado. Corres bajo la sensación de estar siendo perseguido. No aprecias ningún movimiento pero de alguna forma eres capaz de sentirlo. De repente, el suelo desaparece. Caes por unas escaleras. Te rompes un brazo, pero no paras de correr. Sales del edificio. Entras en un coche. Todo en blanco y negro. Arrancas con nerviosismo. Abandonas el aparcamiento rozando a otro coche. Unos faros te iluminan por la espalda. Aceleras tanto como te deja el coche. Esquivas lo que encuentras a tu paso. La velocidad empieza a ser frenética. Tu alrededor se deforma, alargándose. La sensación de velocidad disminuye. Unos faros te ciegan. Abres los ojos. Por alguna razón te duele el brazo y sientes las piernas entumecidas. A eso lo llaman descansar.



P.S. Si los espejos del salón no están rotos, no estoy yo.