lunes, 23 de junio de 2014

Obsolescencia Monárquica.

Sin noticias de abdicación.
Las redes sociales son un problema. Ayer le eché una hojeada a mi perfil de la cuenta de Twitter que nunca tendré. Hay quien dice visitar pero eso lo reservo para familiares y amigos, no para una interfaz cibernética. Estuve observando y caí en la cuenta que tengo dos seguidores, aunque no recordaba haber fundado ninguna secta. Hay una pauta de aceptación social en este servicio en el cual “te siguen”, y yo me pregunto, ¿a dónde? No está pensando para paranoicos que al salir a la calle no dejen de mirar a su alrededor para comprobar que nadie les sigue. Y gracias que sólo me siguen dos personas que es una cantidad manejable para salir a la calle con garantías de privacidad. Cuando no cumples las expectativas o no mantienes el nivel te dedicarán un “unfollow” o “no hay dios quien te siga” usando el traductor de Google. Ayer mismo, el rey me hizo un “retweet” y luego matizaba “siempre coca”. Al rato me volvió a escribir “Cola, xD”. Más tarde nos “retweeteo” el príncipe que escribió “siempre coca”. Pensé esto es un déjà vu pero no volvió a escribir. Mentira, sí volvió a escribir, dejando lo siguiente “lo tengo todo, papi. Lo tengo todo, papi. Tengo fly, tengo party, tengo una sabrosura”. Contrataron los servicios de algunas meretrices. No, espera, eran prostitutas. Querían documentarme audiovisualmente en tiempo real. Fui a un sitio a pedir una pegatina para la web-cam. Podría ser algo más preciso, pero a qué clase de sitio irías a pedir una pegatina para la web-cam. Y no es por pensamientos obseso-compulsivos de sentirme observado al estar frente al ordenador. Era para ahorrarme el lavado de estómago gratuito con el que pretendía deleitarme la realeza patria. Entré al reciento y le traslado mi petición al dependiente que me contesta “no tenemos esa puta mierda que andas pidiendo, maldito lunático”. No entendí muy bien si se refería a mí o al toxicómano imaginario que veo en cualquier entrada de los templos del consumismo, así que insistí. Entonces, el dependiente para seguirme la corriente me pregunta, “¿para qué?” y le contesto “me persigue la 5ª división subacuática de la luftwaffe”. Ahí fue cuando se dio cuenta de que no era contemporáneo. Inmediatamente llamó a un amigo moscovita que por una botella de vodka rellena de alcohol isopropílico y el número de contacto del proxeneta local me vendió la dichosa pegatina. Me llegó un e-mail alentándome a formalizar mi inscripción en Facebook. Claro, después de lo que me costó salvaguardar mi rostro de la encriptación digital en código binario, lo más lógico era entregarle esa información a la inteligencia retroamericana. En Instagram conocí a una pareja que practicaba cibersexo a través de sus cuentas de LinkedIn y luego colgaban sus fotos sin filtros, asqueroso. Me clausuraron la cuenta de YouTube porque les regalé un cubo lleno de mierda fresca a cada uno de los desarrolladores de Google+. La cosa no fue a mayores y me readmitieron al entender que mi manera de actuar estaba totalmente justificada. De hecho, cuando los directivos de Google comprobaron que necesitaban un doctorado para utilizar su propia red social condenaron a los desarrolladores a ver “Eureka” en bucle con ese aparato tan maravilloso que no te permite cerrar los párpados con el que nos ilustran en La naranja mecánica. Bueno, hablaría de WhatsApp, pero no lo voy a hacer. Miento, sí voy a hablar porque hace unos días me dirigía a una cabina de teletransporte cuántico cuando al cruzar un paso de peatones, vi parado a un motorista que estaba usando el teléfono móvil mientras esperaba para poder seguir circulando. No digo llamando porque ahora eso es lo último para lo que sirve la telefonía móvil. Y giro la cabeza y la gente cruzando pendiente del móvil. ¿Pero qué puta locura es ésta, joder? ¿A qué niveles de degradación se está llegando? Los llaman teléfonos inteligentes y ya con eso parece que está todo solucionado. Como los teléfonos son inteligentes, ahora puedo concentrarme en ser subnormal. Aliño mis ensaladas con cicuta del valle, pero, eh, tengo un teléfono inteligente. De hecho, hace poco les hicieron un test de CI a una persona y su teléfono. Sacó mayor puntuación el teléfono. A esta persona la despidieron y contrataron a su teléfono. Viva la tecnología.




P.S. Si lo llego a saber no lo escribo...

lunes, 2 de junio de 2014

Autobús Misántropo.

Tiempo muerto.
Como la mayoría de los días laborables esperaba el autobús sentado en la marquesina de la parada de Cortadura hasta que llegase mi transporte a las 18:20 aproximadamente. Eran las 18:05, un hombre calvo rapado con perilla de vello claro se situaba al lado de la marquesina dejando su maleta. Se dirige hacia mí y empieza a hablar.
- ¿Sigarrito?, compi.
- Que va – contesté como un autómata.
Al entender mi negativa se acercó a un chaval con pinta de universitario pasota que estaba junto a mí. El chaval estaba escuchando música por su reproductor audio. Repitió la misma pregunta.
- ¿Sigarrito?
El chaval no contestaba, así que aquel hombre pensó “try again”.
- ¿Sigarrito? – repitió.
- ¿Qué? – contestaba el chaval sorprendido.
- ¿Sigarrito? ¡Sigarrito! ¡¡Sigarrito!! ¡¡¡Sigarrito!!! ¡¡¡SIGARRITO!!! – reiteró aumentando el tono progresivamente hasta acabar gritando en la oreja del chaval.
- No – respondió el chaval acojonado.
- No, es que te he visto que te has quedado ahí un poco pillao y…
Parecía que iba a volver con su maleta pero se paró a mi lado.
- ¿Qué pasa chavales? No tengo pelo, eso le digo a mi mujer, que no tengo pelo porque estoy calvo, ¿me entiendes? – a partir de este momento empezó a moverse espasmódicamente en un estado de euforia incontrolado provocado probablemente por la ingesta de elixires espirituosos que detectaba por el olor avinagrado de su aliento y quién sabe si alguna otra sustancia. Todo esto mientras lanzaba esputos a cada minuto.
De repente, se paró en medio de la marquesina.
- ¿Tenéis hora? – preguntó.
Saqué mi móvil lentamente.
- Son las seis y on…
- ¿Vosotros esperáis el autobús de las 18:10 para Córdoba? – volvió a preguntar.
- Pues no, la verd… – le contesté ya que el chaval estaba “out” para el resto del día.
- Llega tarde el autobús, ¿no?
Generalmente, me cuesta entablar una conversación con un desconocido y en este caso no sabía cómo salir del paso. Y como si de un milagro se tratara, vislumbré el autobús de Córdoba parado en el semáforo del cambio de sentido.
- Ahí está tu autobús – le dije cortando lo que estaba diciendo.
- ¿Qué?
- Ahí tienes tu autobús.
- ¿Ése es?
- Sí ahora da la vuelta y lo puedes coger.
- Va a llegar tarde si tiene que dar toda la vuelta – se creía que tenía que llegar al final de Cádiz y volver.
- No, hombre. Mira, está parado en ese semáforo, ahora da la vuelta por medio y para aquí mismo – le expliqué.
- ¿Sí? – me respondió esperanzado.
- Claro.
- No sabes… Me acabas de dar la ilusión… - me decía con la mayor cara de felicidad que he visto en mi vida y me da un fuerte apretón de manos.
- Que barba más guapa tienes – me dice – si te dejaras perilla tendrías cara de malote.
Me descojono en su cara ante el surrealismo de la escena que estaba coprotagonizando.
- ¿Te crees que es broma? No soy homosexual ni nada, pero tú te dejas desde el bigote, así como lo tienes y para abajo – esto lo iba diciendo mientas me lo marcaba en la cara con los dedos – y se te queda cara de malote calentorro. Y te hartas de follar.
Estaba totalmente superado por esta persona.
- Hartarse de follar o estar con la familia, eso me decía un colega. Porque cada uno tiene su cosa. Hoy me dice un tío, “yo lo que quiero es follar”.
- Olé sus cojones – le digo.
- Olé sus huevos – dijo de pasada al escucharme – el caso es que el tío es de Cádiz y ella es de Córdoba. Y le digo, ¿por qué no te quedas aquí? Y yo soy de Córdoba, ¿sabes? – me contaba muy flipao como si lo que decía tuviese un sentido transcendental fruto de la casualidad que vivió.
– Pero yo estoy muy feliz de estar aquí y de ver el cielo – me decía mientras extendía los brazos. Su autobús estacionó en la parada.
- ¿Este es? – preguntó.
Asentí. Entregó el billete, dejó su maleta. Hice un ademán de despedida con la mano y vino para mí de nuevo. Me dio otro apretón de manos.
- Que te vaya bien – le dije.
- Igualmente.
Cuando creía que ya se iba, volvió a ponerse en frente mío.
- ¿Sabes qué pasa? – me decía – que acabo de salir de la cárcel. Porque he sido un atracador. Que yo he atracao bancos, pues sí. Que he atracao Unicaja, que he atracao Cajasol, que he atracao joyerías, que he atracao supermercados, pues sí. Que he pagao por ello, pues sí. Igual no tendría que haber dicho na, pero bueno – ya no me sorprendía por nada - Que tenía una condena de 24 años, pues sí. Pero he pagao por ello. Me quedaban 7 años y he salido, pues sí. Soy un atracador. Ahí están los asesinos etarras que salen en dos días. Para que luego digan tonterías en los debates, con esto lo sabes. Bueno, hasta luego.
Así se despidió. Tengo la teoría en la que cuando esa marquesina se junta conmigo es un imán para los personajes más estrambóticos.

Turn around.
Y otro día espero el autobús y pasa un hombre bastante andrajoso que parecía salir del Flying Circus. Iba andando y tras un número de pasos determinado daba un giro de 360º para seguir en la misma dirección. Y por lo menos 4 o 5 giros antes de perderlo de vista. Y la gente imitándole por la calle. Que probablemente fue trending topic en esa acera. Creadores de tendencia anónimos y la marquesina como escaparate privilegiado.

Comentario sospechoso.
Otro día situado temporalmente entre los dos anteriores, cruza un hombre la parada del autobús. Yo estaba de pie en el lateral más alejado de su trayectoria. Cuando llega donde me encontraba, al verme dice, refiriéndose a mí, “qué grande y que voluminoso”. Entendí que el instinto de conservación hizo que no me llamara gordo por las terribles consecuencias que aquello pudiese haber acarreado. Sin más se marchaba dando tumbos, lo que me hizo sospechar que o bien le habían dado el día libre en el frenopático o bien le había dado al alpiste sin mucho tiento. Al rato me senté en la célebre marquesina. Y ahora por el otro lateral veo como vuelve a aparecer su cara. Antes de que me echara las manos a la cabeza soltó “perdona si te ha molestado lo que te he dicho antes, es que estoy bebido”. Al confirmar mis sospechas le dije que no pasaba nada. Algo me pasa en la cara.



P.S. Imagínate que hay gente que no va a ir a la cárcel por robar los ahorros fruto del trabajo de toda tu vida.