lunes, 20 de junio de 2016

Títulos Táctitos

En medio de ninguna parte.
En medio de ninguna parte, rezaba el cartel y era extraño porque el cartel es agnóstico. No obstante, me encontraba realmente en medio de ninguna parte. Fue una decepción porque esperaba que fuera algo literal pero era un lugar inhóspito como otro cualquiera. Había un pequeño puesto de mercadería vacío. Quedaba un viejo llavero gastado con un par de llaves. En el interior del puesto había una puerta de madera con un pomo metálico y una cerradura. Encajé la llave y la abrí. Al otro lado se salía de un frigorífico acostado en plena Antártida. El lugar estaba lleno de personas en llamas corriendo por todas partes sin rumbo ni orden. Había una ventana en medio de un bloque de hielo. La abrí y cruzándola salía de las puertas de un búnker escaleras abajo. Bajando, tres caminos que llevaban a ninguna parte. En medio de ninguna parte rezaba el cartel y era extraño porque el lugar me resultaba conocido. Me encontré conmigo mismo, esta vez sí, literalmente. Era mayor que yo. Me disparé a la cabeza para acabar cayendo al suelo. Se levantó y se marchó por donde había venido. Era extraño, me dolía la cabeza. Tanto, que me desmayé. Desperté en medio de ninguna parte y todo estaba tal y como recordaba.

El límite del humor.
El límite del humor estaría en Wisconsin. Dentro de una choza sin más electricidad que la de un motor de gasolina alimentado con combustible de contrabando, conectado a un generador. Con enfermos crónicos sin cobertura sanitaria y con la libertad para escoger entre American Express, Mastercard o Visa. Independientemente de que tengan cuenta bancaria. El tiempo es errático y convulso. La pieza fundamental del pensamiento dogmático es el humor. Un paseo marítimo en el que rompen olas de un mar de heces de gaviota. Sacralizar el dinero sin importar si es ajeno y condenar la ausencia del mismo. El tiempo va más rápido y todos tienen prisa por llegar a alguna parte. Un choque frontal con heridos y muertos. Antes de llorar rellena unos papeles y firma para poder verter algunas lágrimas burocráticamente legitimadas. La espalda acribillada por ir siempre de frente y sin cuidado. El límite del humor está en la fotosíntesis para acabar plantando unos setos de espinos y malas hierbas. En la barra de un bar y en el carrito de un supermercado, las suelas de unos pies gastados que pisan charcos de fuego. Respirar asfalto y beber disolvente. El límite del humor es decirte que te vayas para poder así cubrir mi ausencia.

Mañana.
La pinza, la pinza,
la pinza de la ropa.
¿Qué tenderá la pinza?
El blanco, el blanco,
el blanco de tu memoria.
¿Cuánto durará el blanco?
La risa, la risa,
la risa de tu boca.
¿Cuándo oiré la risa?
El espejo, el espejo,
el espejo de tu cuarto.
¿Cuál es su reflejo?
La suerte, la suerte,
la suerte de mis manos.
¿Dónde está la suerte?
El tiempo, el tiempo,
el tiempo de no saber nada.
¿Por qué el tiempo?
La pinza de la ropa tiende
el blanco de tu memoria
cuando la risa de tu boca
se refleja en el espejo.
La suerte de mis manos
recobra el sentido del tiempo
para permanecer en todo momento
agarrado a tu mirada.
Y absorto en mi pensamiento
dedicarte una palabra
que explotase con un beso
y la promesa de verte mañana.


P.S. Tampoco nos acostumbremos a este ritmo porque está tremendamente alejado de la realidad.

sábado, 11 de junio de 2016

Rumbo Norte.

Oniria.
Estamos en una ciudad italiana deambulando por sus calles estrechas, iluminadas por la luz del Sol. Entramos en un restaurante de aspecto vulgar. Alguien del grupo pregunta a un camarero si podemos pasar al museo diciendo que habíamos entrado sólo para eso. Nos invitan a entrar educadamente pero con una cortesía displicente y entramos a un gran salón por un lateral que tiene una enorme escalera central. Todo está lleno de arte, esculturas y pinturas por todas partes. El camarero aparece para hacer de guía. Comienzo a hablar con él en italiano pero me dijo que esperaba más de ese pobre intento que realicé, en aquel momento no entendía a qué se refería. Al acabar volvemos al restaurante, salimos a la calle y nos separamos en una amplia plaza. Quedamos en ese mismo restaurante un poco más tarde. Tengo buen sentido de la orientación pero en esta ocasión me pierdo. Voy hasta un sitio conocido y hago el camino que recuerdo hasta que llego al que parece ser el restaurante. Cruzo todo el comedor hasta la zona del museo. No quedaba rastro del museo, la primera sala que encuentro es un recibidor donde está el camarero preguntándome cómo osaba volver por allí. Me adentro por las salas con la idea de encontrar al grupo. En lugar de eso llego a una sala con piscinas, dejando atrás la música de un tocadiscos de una sala anterior. Había una piscina grande con un monitor en plena clase. A medida que me alejaba de las piscinas, éstas pasaban a ser individuales y en las últimas la gente estaba desnuda. Giro la pared y me encuentro en un sofá con un grupo de mujeres en una bacanal. Mientras intento procesar lo que estoy viendo me invitan a unirme a ellas. Me quedo paralizado pensando en encontrar al grupo y al mismo tiempo me arrastran hacia ellas. Me siento ligero y empiezo a levitar mientras me acarician. Todo es suavidad y placer. El tiempo se va haciendo espeso y todo se vuelve confuso en esa maraña de brazos y piernas. Una presión espesa y pesada que se colapsa y me despierto.

El tesoro del bosque.
La bruma del bosque causa que el paisaje se vuelva lúgubre y tenebroso. La luz se filtra entre las ramas de los árboles pero no es suficiente para compensar el efecto de la niebla. El bosque murmulla urdiendo un plan contra molestos invasores. En esa niebla que se mueve lentamente y con delicadeza se cree que descansan los seres vivos que una vez caminaron por el bosque. Ahora lo custodian silenciosos bajo la protección de la vegetación. No forman parte de este mundo pero tampoco están muertos. Descansan en una especie de limbo que les permite tener efecto en nuestra realidad. Su presencia vigoriza el bosque y lo enriquece llenándolo de vida. Su ausencia deja tras de sí un paraje yermo y desolado. Pero este bosque es especial, guarda un gran secreto. Algo que ha impulsado a multitud de curiosos a lo largo de la historia para intentar descubrirlo. Y hasta ahora todos vagan en la bruma vigilando el tesoro del bosque.

La vista.
Lo fácil es quedarse con el blanco y negro. O añadirle gris. Sumarle la escala cromática y sólo tendrías la franja de lo visible cuando el espectro electromagnético es mucho más amplio. ¿Por qué quedarnos con lo fácil? ¿Por qué no un poco más? Querer más y a alguien con quien compartirlo sin que suene a demencia. Y bajo su consentimiento besarle un párpado por apetencia mientras dura la explicación sobre la magia de las radiaciones electromagnéticas. Del infrarrojo al gamma e imaginar esa realidad de poder verla. Pero si se limita todo a blancos y negros, entonces no hay magia. Todo se pierde, se disipa hasta volverse inexistente. Y no te besaría el párpado. Ni te miraría fijamente a los ojos mientras doy vueltas en círculos divagando ideas excéntricas y caóticas. No estaríamos en la misma habitación. Tampoco en la misma realidad.


P.S. Mi primera entrada de 2016. Feliz año de este nuestro bien entrado Junio. Quizás esto se me ha ido de las manos...