Siempre era Navidad. Esa noche mágica en la que los deseos circulaban por el ambiente. Una atmósfera de buenos propósitos estaba iluminada por centenares de bombillas de colores y paneles luminosos con mensajes reparadores. Los copos de nieve permanecían estáticos en el aire mientras la ciudad mantenía un manto blanco permanente. Yendo por una de las calles de esa ciudad, paseaba nuestro protagonista. Caminaba levitando por la acera mientras en la calle no paraban de sonar villancicos entonados por voces infantiles. Rebosante de felicidad extrema se quitaba el sombrero en reverencia al pasar al lado de las doncellas de largos cabellos de fuego. Todos iban a la fiesta aquella noche. Todos en peregrinación se dirigían al castillo para acogerse en su protección, disfrutar de sus riquezas y deleitarse con sus manjares. Con su bastón, la levita y un gran monóculo en el ojo derecho, hizo entrada por el inmenso portalón de la fortaleza. Se adentró en un pasillo inmenso y siguió una alfombra roja custodiada por innumerables armaduras vacías y lienzos borrosos colgados de la pared. El pasillo se abría en un enorme salón de bailes. La música sonaba en la armonía de violines y trompetas. La sala estaba impregnada de olores florales que en última instancia dejaban como anécdota el aroma de la comida aún caliente. En el preciso momento en el que nuestro protagonista puso un pie en el salón, todo el mundo se le quedó mirando en silencio. Se sentía incómodo, era una situación violenta. El rey, que era una enorme marioneta de teatrillo, se giró ya que estaba dándole la espalda y al verle se sorprendió y exclamó al instante.
-¡Guardas, a por él! – mientras le señalaba con sus manos articuladas.
Dos soldados de plomo salieron disparados a por él. En su levitación constante, dio media vuelta, de nuevo hacia el pasillo, y corrió a toda prisa. No entendía lo acontecido en la sala, era la primera vez que le ocurría una desgracia desde que vivía en aquella ciudad. No tenía sentido, no había hecho nada más que continuar siendo partícipe de la felicidad eterna de la Navidad. Corría cada vez más rápido, alejándose de sus perseguidores, pero para su asombro, el gran portalón del palacio estaba siendo cerrado. Aún así parecía que podría escapar de no ser por las palabras de uno de los soldados.
-¿Dónde pretende ir señor Bentley? – dijo con solemnidad.
Como si de una especie de conjuro se tratase, su realidad empezó a transformarse. El tiempo se iba frenando poco a poco, haciéndose más denso hasta llegar a ser una losa demasiado pesada como para poder cumplir con su huida. La gravedad aumentaba su intensidad progresivamente, obligando con su demoledora fuerza a que por primera vez pusiese los pies en el suelo. Pero no quedó ahí, esa fuerza que se agrandaba, hacía cada paso más difícil que el anterior. La enorme presión generada lo puso de rodillas y aún así siguió gateando. Llegó un momento en el que se encontró aplastado contra el suelo, parecía que iba a atravesarlo. Y eso justamente fue lo que sucedió, como si de una barrera invisible se tratara, cruzó su realidad. El tiempo volvió a la normalidad y con él un fuerte dolor de cabeza. La opresión que le estuvo atormentando desapareció, dejando una sensación de aturdimiento. La voz del soldado volvió a sonar, ahora en el cuerpo de un médico.
-¿Se encuentra bien, señor Bentley? – dijo preocupado.
Nuestro protagonista le miró asustado, respondiendo.
-¿No era real? – musitó.
-Veo que por fin lo entiende – replicó el médico.
-¿No soy el espíritu de la Navidad? – dijo lleno de tristeza.
-No, señor Bentley – dijo condescendientemente – es una persona de carne y hueso – sentenció.
-No sé cómo demonios lo han hecho. O qué truco barato de magia han utilizado. Pero exijo que me lleven de vuelta. ¡Llévenme de vuelta! – gritó furioso mientras cargaba violentamente contra sus captores.
-Cinco miligramos de Diazepam, por favor – dijo el doctor – maldita sea, hemos estado muy cerca – finalizó después de administrarle la dosis y dejarle sedado.
Era el día de Nochebuena, el doctor acababa su jornada, frustrado y entristecido, pero volvía a casa con su familia para cenar.
Así acaba la historia de nuestro protagonista y su vuelta a casa por Navidad.
2030 en accción - Capítulo II
Hace 5 años