¿Manzanas?
La sensación era la de la salida de las clases a última hora de mañana en la facultad. La realidad era muy distinta, todo el grupo junto, pero en un lugar indeterminado. Parecía la entrada de un centro comercial. Entraron en un supermercado. Anduvieron un poco y tomaron como punto de encuentro la sección de congelados. Tenía un trabajo que hacer, pero los acontecimientos eran extraños e ilógicos. La persona con la que debía encontrarse al día siguiente no era su pareja en aquel trabajo. Tampoco entendía porque estaban con él una gran parte de la clase. Todo era confuso, pero no le dio mucha importancia. Entonces el tiempo se detuvo, aunque no sabía con certeza lo que estaba ocurriendo. Sentía como transcurría el tiempo pero lo único que veía era oscuridad. Así pasó un buen rato y de repente apareció por los pasillos del centro comercial. Era el día siguiente, aunque no sabía cómo llego a ese momento. Un compañero de clase se unió a él, no pintaba nada allí y aunque lo pensaba no le estaba dando importancia. De repente el entorno se transformó, enviándoles al interior del supermercado. Esperaban en un sitio equivocado pero él se dio cuenta del error al encontrarla con la mirada. Se saludaron y fueron a comprar manzanas. Iban a hacer una tarta. Del trabajo no supo nada, dejó que surgieran los acontecimientos esperando que al levantarse al día siguiente pudiese comprenderlo.
Premeditación y alevosía.
Era una especie de sótano. Estaban reunidos una pandilla de amigos, de pie, hablando. De repente surge una provocación. El ambiente se enciende y como resultado de una furiosa ira incontrolable, uno de ellos cogió al provocador por el cuello. Apretaba con fuerza mientras el agredido intentaba zafarse. Con una fuerza sobrehumana mientras lo sostenía por el cuello le tiró al suelo. El agredido lanzó una réplica que fue contestada con una patada en la cara. Le dejó inconsciente en el suelo sangrando. El resto del grupo estaba preocupado, pararon al agresor que quería seguir ensañándose, creyendo que estaba muerto. El agresor se soltó, fue hasta su víctima y le metió los dedos en la garganta, hasta provocar la tos del agredido, mostrando que seguía con vida. Sin darse cuenta se tele-transportaron a un piso, aunque la escena era la misma, sólo cambio el lugar. La única muchacha que estaba en el grupo expresaba su disconformidad ante los hechos acontecidos. El agresor le tiró un pato de comida a la cara. Los demás estaban presentes pero no eran capaces de hacer nada, eran como estatuas expectantes. El agredido se volvió a incorporar y seguía en su provocación. Le empujó y lo cubrió con un inmenso plato de comida. El agresor no tenía la intención de cometer esas acciones, ni las había pensado. Su cuerpo actuó automáticamente ante su atónita consciencia.
La otra cara de la moneda.
Se duchó y salió temprano de casa por culpa de su maniática puntualidad personal. No estaba muy convencido de lo que estaba haciendo pero decidió darse una oportunidad. Encendió el iPod para relajarse con algo de música. De nada sirvió porque lo único que hizo en el recorrido al punto de encuentro fue obsesionarse con su futuro comportamiento. “Sé tú mismo”, se repetía una y otra vez en un pésimo intento por auto-convencerse. Al aproximarse al lugar sintió como se iba formando un nudo en su garganta, prediciendo el fracaso. Miró hacia el lugar pero no había nadie. Decidió dar un rodeo para hacer tiempo. Finalmente llegó al lugar y no había llegado aún. “Mejor”, pensaba. Así tendría tiempo para ordenar sus pensamientos y apartar los nervios. Miraba al suelo en un intento de meter la cabeza dentro, de la misma forma que un avestruz. Y justo cuando alzó la miraba la encontró, pero aún no lo sabía. A los pocos segundos se delató. Él entró en un estúpido shock. Primero indecisión ante el próximo destino. No le gustaba decidir, todo le parecía siempre bien, porque para él lo importante era el hecho en sí, no la manera en que se diese. Tanto le daba allí o Pekín, si se hacía lo propuesto. Viendo que se encontraba en punto muerto decidió rápidamente sin demasiado entusiasmo. Caminaban instalados en un incómodo silencio. “Buen momento para que me arrollara un tranvía”, pensaba mientras intentaba escribir algo en el folio en blanco en el que se había transformado su cerebro. Después de un leve intercambio de palabras y de algún que otro encogimiento de hombros de él al no encontrar las palabras de sus respuestas, después de aquello, se dio cuenta de que aún llevaba puesto los auriculares de su reproductor de música. “Joder, si seré imbécil”, pensaba mientras se excusaba por su idiotez. Miraba para todos lados, deseaba que se le tragara la tierra o pedir un tiempo muerto para poder soltar la losa de una pesada tensión que no le dejaba actuar con naturalidad. Aún no se creía lo que estaba haciendo, estaba como un sueño porque satisfizo su curiosidad, conociéndola, mitad pesadilla, porque era incapaz de controlarse. Se sentaron después de un rato y pareció ser un detonante porque al poco rato empezó a llegar gente que ocupaba las pocas mesas que tenía el local. Mil cosas que quería decirle, millones de preguntas, alguna que otra confesión. No acertaba a plantear ninguna. Les trajeron el café que pidieron. Él no le hizo mucho caso, prefería escucharla ya que al hacerlo encontraba la comodidad que necesitaba. Poco a poco las palabras iban fluyendo aunque torpes. Divagaba porque realmente nunca había sido capaz de centrarse en algo sino que dispersaba sus pensamientos y mucho más cuando estaba nervioso. Tanto era así que cuando decidió tomarse el café tenía que coger la taza con ambas manos para que ella no se diera cuenta de que temblaba de puro nervio. “Si seré imbécil”, seguía pensando, aunque más levemente porque encontró refugio entre las palabras de ella. Empezaba a hacer frío y él sugirió abandonar el lugar para no se enfriaran. Por fin un acierto. Pagó ella bajo si inconformidad no manifestada, después de tantos errores no iba a incurrir en el desencadenamiento de una posible discusión, así que cedió. En el camino de vuelta estaba ya más tranquilo, pero con demasiados pensamientos en el tintero por decir y aún así mudos. Ya no sentía la necesidad de que le atropellara ningún tranvía. Un encuentro del pasado generaba entonces el paréntesis “¿ahora?”, pensaba irónicamente, maldiciendo su infortunio merecido. Dejó de andar para ponerse a levitar, saltando con cada uno de sus comentarios. No se dio cuenta de que avanzaba en el camino y de repente ella se detuvo. Tras unas breves palabras se despidieron. “Gracias por dejarme conocerte”, pensaba sin acertar a soltarlo. Cabizbajo continuaba el camino a casa, ahora en solitario. “Si seré imbécil” pensaba ahora en voz alta dentro de su cabeza. Pero lo ocurrido fue su triste realidad. Porque él no era príncipe de cuento, ni mago sin chistera, ni caballero sin armadura. No era nada de eso. Y volvía maldiciéndose a cada paso que daba. Torturándose por su incompetencia sin remedio. Dando muestra de su verdadera cara. “¿No querías ser tú mismo?” decía con sarcasmo. “Pues ahora no te quejes”, se contestaba. En general, nefasto. “Si es que no se te puede dejar salir de casa, muchacho”.
PD: Pues nada...
2030 en accción - Capítulo II
Hace 5 años