La era de la macabra desinformación.
Es importante estar informados. Al menos, eso es lo que dicen. Pero últimamente, me asalta con mayor claridad el pensamiento de que al sentarme a ver un telediario, más que informarme, me desinformo. Cada vez los observo desde una perspectiva más irónica y distante. Me producen la desconfianza de saber que como empresa, no son capaces de ver más allá de la audiencia para dar un contenido imparcialmente neutro. La neutralidad es algo utópico pero se puede aspirar a la cercanía de la asepsia informativa. De todas formas, lo peor no está en relatar los sucesos de forma sesgada, sino que la gente no dude de ellos. Controlando las corrientes de pensamiento a través de los medios de comunicación, imponiendo verdades absolutas en forma de opiniones personales. Es cansino ver como la mayor parte de los periodistas se limpian el culo con la ética profesional. Y todo por avanzar rápido y lo máximo posible en sus carreras. Ver que cada vez que toman el control de lo ocurre en la pantalla sienten una impetuosa sensación de superioridad que respalda cada una de sus insensateces. Aunque realmente no era esto sobre lo que quería descargas mis letras, sino sobre una anécdota informativa que ayer viví. Viendo el informativo de cierta cadena, del cual no daré el nombre, pude comprobar la macabra percepción de dos realidades bien distintas. Fueron dos noticias bastantes próximas entre ellas. La primera relataba la penosa situación alimentaria que acaece en Somalia y lo que me pareció más significativo fue, que el avión que tenía que llevar la ayuda, estaba parado en un aeropuerto por problemas burocráticos. La segunda noticia narraba la subasta de una botella de vino, más vieja que Matusalém, por una cantidad elevada de dinero. Dos realidades que son la misma cara de una moneda. Es macabro que nos separe ese abismo, pero peor es que sea algo que sé por hecho. Algo que pueda parecer normal, palabra que detesto profundamente. Y siempre me preguntaré, ¿por qué? ¿Verdaderamente hay alguna razón para las cosas sean así? La respuesta evidente sería que no. Pero al ver la realidad, no queda otra opción que resignarse a que debe haberla, pero que aún así con total seguridad no la entendemos. Es indignante ver cómo una botella de vino puede ser algo más importante que la vida de centenares o miles de personas. No es el hecho mismo de ambas noticias lo indignante, eso sería quedarse únicamente en la anécdota. Es algo más general, es la propia situación. Uno siente rechazo y repugnancia, pero con mayor intensidad impotencia. Y con estas palabras no pretendo aliviar la culpa. Porque también he de sentirme culpable. Sólo ser otra voz más que avise de la desigualdad.
¿Empatía obsoleta?
Ahora que hablamos de desigualdad, es hora de echar piedras contra nuestro propio tejado. Es un poco ingenuo intentar arreglar los problemas del mundo cuando no se pueden ni arreglar los problemas entre un pequeño colectivo. He seguido el movimiento 15-M con cautela. Me ha entusiasmado la indignación en un principio y hay ciertos aspectos que apoyan con los que estoy de acuerdo. Pero cada vez que se oía a alguien por televisión hablando, sólo he sido capaz de escuchar críticas a distintas instituciones. No creo que no se las merezcan, pero la gente del movimiento (y las que no también) que tanto crítica la actitud de los partidos políticos que únicamente van en contra de las proposiciones del contrario. Es cierto que el movimiento está sugiriendo sus propuestas, pero su actitud crítica para todo lo demás es la misma. Reflexionar sobre las carencias de la política actual es una actitud muy sana para la democracia, pero, ¿por qué no reflexionamos sobre lo que nosotros, la sociedad, hacemos mal? Porque es muy fácil echar los balones fuera y decir ¡hala, que me lo solucionen! ¿Dónde está la autocrítica? Es posible que haya existido, aunque lo dudo, pero aún así yo no la he visto. Y no es por falta de razones. Una de las reivindicaciones es que los jóvenes podamos optar al mercado laboral con mayor facilidad, dicho pronto y mal. Me parece magnífico, pero, (todo tiene un pero, o manzana, según se mire) ¿cuál es nuestra actitud ante el trabajo? En vez de intentar crear un clima favorable, lo único que sabemos es echarnos tierra encima unos sobre otros. Competimos en lugar de ayudarnos, es una dinámica antigua, totalmente cimentada en nuestro comportamiento y pensamiento. Luego te deslumbra el reflejo de la hipocresía en actos puramente solidarios. Que decenas de personas se congreguen delante de una casa para ayudar a una familia que va a ser desahuciada, me parece un acto totalmente loable. Pero me hace desconfiar, ¿somos capaces de colaborar unos con otros en situaciones que no sean desesperadas? Por lo que podemos observar, generalmente, no. Nos llegan a conmover este tipo de situaciones límite y llegan a sacar lo mejor de nosotros. Pero en una situación de cierta igualdad social, no somos capaces de seguir con ese mismo comportamiento. Para alcanzar la felicidad muchos necesitan irremediablemente sentirse superiores a los demás. Se desprecian los sentimientos sin ningún remordimiento. ¿Por qué ayudamos en causas desesperadas y no en otras ocasiones en las que también hay quien lo pasa mal? “Yo también tengo mis problemas y no pido ayuda a nadie”, esa es nuestra excusa. ¿Que sea menos importante es razón para negar un poco de colaboración? ¿Qué pasa cuando nosotros sentimos esa sensación de desamparo, acaso no sufrimos? Y siendo así, ¿por qué no somos capaces de sentir empatía hacia los demás? Concluyendo el argumento de un texto de hace pocos días, he de decir que se me ocurren infinitas razones para el sí y muy pocas para un no. Aunque también es cierto que el que no quiere ayuda, tampoco se le puede dar, ¿o sí?
Las 5 preguntas de fuego.
Era un atardecer bochornoso y anaranjado. Llegaba tarde, lo tenía asumido. Siempre me había pesado la resolución de la penúltima copa. Pero un día más, llegué a la puerta de mi despacho. La abrí tembloroso por culpa del alcohol que corría por mis venas. Cuando por fin acerté, me arrastre hacia el escritorio y me senté en el sillón, poniendo los pies sobre la mesa. Me tapé los ojos con el sombrero en un leve gesto. Supuse que la tarde sería igual de monótonamente tranquila y decidí que lo mejor sería descansar. Me equivoqué, alguien llamaba a mi puerta…
- Pase – contesté sin moverme lo más mínimo.
- Con permiso – dijo una voz femenina con un tono embelesado.
Levanté mi sombrero y las piernas se cayeron solas de la sorpresa. No podía creer la intensidad de las mentiras que me estaban transmitiendo mis ojos al verla. Era increíblemente hermosa. Pese a mi incredulidad, como buen detective, sospechaba de su imprevista aparición. Recuperando la calma, empecé mi vieja táctica. Mientras tanto ella tomaba asiento con suave delicadeza.
- Bien, señorita…
- Señora, señora Catherine Henderson – dijo interrumpiéndome.
- Catherine, bien. ¿Cómo ha llegado aquí? – comencé con mis preguntas.
- Un amigo suyo, me lo aconsejo – contestó.
- Aham, bueno. ¿A qué debo el placer de su visita? – proseguí.
- Es por mi marido, creo que está metido en asuntos turbios. El otro día entré en el despacho que tiene en casa y encontré una carta mecanografiada que hablaba sobre la llegada de un cargamento importante y que si no quería tener problemas, debía personarse en la entrega – explicó aquella hermosa dama.
- Muy bien, señorita, señora Catherine Henderson. ¿Qué se me ha perdido a mí en un caso como éste? Hablé con la policía. Yo soy investigador privado, resuelvo misterios. Aquí está todo demasiado claro – contesté con rotundidad.
- Ya fui a la policía y allí no quisieron atenderme. Por eso acudí a usted, es mi última esperanza. Además quien sabe, a lo mejor consigue despertar el interés de una dama en apuros.
Levantándose de la silla, se tiró encima del escritorio y acercándose hacia mí, buscó mis labios y los beso lentamente. Fue un momento de debilidad, pero cuando terminó, reaccioné. Ella tal y como vino, volvió a sentarse en aquella silla, esperando mi respuesta.
- ¿Cuánto te han pagado para venir a matarme? – sentencié.
Su mirada cambió, desde la sorpresa inicial a una pícara indiferencia que le confería la superioridad que suponía en ese momento.
- Lo suficiente, teniendo en cuenta de quien se trataba – respondió con soberbia.
- ¿Y bien? – es lo único que se ocurrió decir.
- Usted ya está muerto. Es la clase de tonto que se deja matar por un beso – concluyó.
Maldita sea, lo primero que pensé entonces es que debía haber desconfiado desde el principio. Pero en aquel estado siempre me dejaba guiar por el puñetero romanticismo. De todas formas, ya no importaba.
- Aún así. He de reconocer que es usted de los mejores detectives que he visto. ¿Cómo adivinó mis intenciones? – preguntaba ahora ella con curiosidad.
- Ah, fue bastante sencillo. Para empezar no tengo amigos, dudo que alguien pudiera recomendarme. Ni siquiera lleva anillo de casada, por favor, es un descuido imperdonable, además de que la historia no había quien se la creyera. Y para finalizar, ha tenido que atraer mi atención de otra manera. Lo que no supuse es que me iba a costar la vida – afirmé con tranquilidad.
- Es usted muy listo, detective. Además de guapo.
Cogí mi pistola y presioné el cañón contra mi cabeza. Mientras una bala recorría mi cráneo, veía como se marchaba con la misma delicadeza.
PD: Hasta la próxima...
2030 en accción - Capítulo II
Hace 5 años