La transformación del dolor.
Al principio todo es dolor, ya sea físico o emocional. Inevitablemente el dolor físico dependiendo de su gravedad acaba desembocando en el emocional. Es una reacción repentina, inesperada, al menos para quien la padece. Un pinchazo clavado en medio del alma, una opresión en la cabeza que no te deja pensar. De repente, como por arte de magia toda tu fuerza se desvanece hasta dejarte inmóvil y sin respuesta. Sólo sufrimiento sin explicación posible. Algo tan desbordante que es imposible de canalizar en el momento preciso y que es capaz de dejarte roto por dentro. Cuando puedes ver las piezas ya esparcidas, los restos de tu ser, es cuando empiezas a buscar respuestas. En primer lugar nos encontramos con el odio o la ira. Es el deseo de liberación de toda fuerza confinada lo que provoca este sencillo cambio. Son momentos interminablemente efímeros pero que pueden perdurar con constante repetición a lo largo del tiempo. Esto dejará un destello intermitente en su inconsciencia. Más tarde vendrán la tristeza, la melancolía o la pena, bañadas en lágrimas ocasionales. Esto hace que te desprendas de la realidad, quedando atrapado en instante de tiempo indeterminado, aunque este sigue su ritmo inexorable. Poco a poco, todos esos sentimientos hacen que te despegues de tu vida. Pierdes el interés por lo que te rodea, ya nada te hace sentir bien ni te satisface. Lo que antes te inspiraba, te llenaba, te dejaba con ganas de más, no es ahora suficiente. Lo que conseguía distraer tu pensamiento, no es capaz de desenterrar el anclaje al que ahora está sometido. La desesperación se adueña de las noches y la oscuridad de los sueños. Esclavo en la escuela de escuálidos propósitos. Propenso a pensar procesos preocupantes en el seno de sensibles sonidos. Llantos y lamentos, lastimosos llenaban sus tientos. Tantos y tensos momentos medraban maduros al tiempo, mostrando en él ni sombra sublime o tenue de tener algún talento. Ahora sabía juicioso, que las justas batallas victoriosas se encontraban en el jeroglífico de unos ojos bondadosos. Ajenos a juegos ruinosos y expectantes en instantes rutilantes donde los finales son arrogantes. Y te muestran en la distancia la oscuridad de tu mente y el ansia de salvación de una vida decadente. Que poco a poco se pierde.
Oda al alcohol.
Se empañaban sus ojos borrosos en charcos de alcohol. Caminaba hacia ninguna parte dando tumbos. La siguiente parada la dirigía su olfato que le conducía hacia nuevos antros donde ahogar su desamor. Cliente fiel fijo en la barra donde descansaba los brazos en el transcurso de cada trago. Siempre con la cabeza medio gacha, respondía entre gruñidos a las preguntas de desconocidos. El humo incesante le hacía creer que levitaba en dirección a un lugar mejor. Seguramente eso deseaba y por esa razón permanecía sentado en cada uno de los taburetes consumiendo tanto como le dejaban. A veces abandonaba el local de buena gana, otras ante la incomprensión de su cómplice acababa malhumorado. En alguna que otra ocasión tuvo que salir a patadas, aún así no sentía nada. Deambulaba hasta otro bar para seguir bañando los surcos de su corazón con la embriaguez de sus bebidas. No había nadie que soportara su etílica compañía. ¿Nadie?
Demasiados errores.
Dos hombres enmascarados entraron en el banco. Inmediatamente me levanté, pero antes de que pudiera reaccionar ya me estaban apuntando. Entre gritos pidieron calma y cooperación a los presentes. Obligaron al encargado a desconectar la alarma policial y apagar las cámaras de seguridad. Yo era un blanco demasiado fácil, policía encargado de la protección del Banco Nacional. Inmediatamente me desarmaron y esposaron a un escritorio anclado en el suelo. Encerraron a los civiles en una especie de almacén sin ventanas. Sólo estábamos fuera el encargado y servidor. Rápidamente instaron a aquel pobre hombre a conducirles a la cámara acorazada, utilizando métodos algo crueles. Ése fue el primer error que cometieron. Un policía precavido, conoce la manera de deshacerse de sus esposas sin necesidad de las llaves. Una vez que lo conseguí me acerqué a ellos cuidadosamente. Deslice la mano hasta acariciar la porra y me abalancé hacia ellos. Sonó un golpe seco y a continuación un disparo. Caí abatido.
- Maldita sea, no me des esos sustos por el amor de dios – dijo uno de los atracadores asustado.
- Joder, pero, ¿con qué idiota se supone que has contado para el trabajo? – dije reponiéndome del balazo en el hombre.
- Mierda, Mike. No me esperaba que fueras a hacerlo tan brusco – siguió más calmado.
- Era necesario dejar a este tipo inconsciente, ya te lo expliqué – repetí aturdido – Devuélveme el arma.
- Pero, ¿qué coño haces, socio? ¿Y quién cojones es este tipo? – preguntó el otro atracador confuso.
- Soy el que te va a pegar un tiro entre ceja y ceja como vuelvas a abrir la boca – respondí enfadado.
- No seas gilipollas. Recojamos la pasta y larguémonos – continuaba altivo.
- Te lo advertí – le apunté velozmente y apreté el gatillo, había cometido el segundo error de aquella mañana. Ese imbécil era realmente molesto.
- Mierda, Mike. ¿Estás loco? Eso no era necesario, joder – gritó histérico.
- Cállate si no quieres ser el próximo – contesté aún furioso.
Acto seguido, mi compañero le arrebató las llaves de las cajas de seguridad al encargado que yacía en el suelo bocabajo. Sacó la caja de su ubicación y me la pasó. Ése fue el tercer error. Cuando la tuve en mis manos le golpeé con ella. Cayó desplomado y con la mandíbula rota. El plan había salido a la perfección. Abrí la caja y me apoderé de su contenido. La devolví a su lugar y esposé a mi compinche. Liberé a los rehenes y auxilié al encargado. Para cuando llegó la policía, mi colega había despertado. Sólo podía emitir sonidos ininteligibles. Le conté a la policía cómo escape, que fui disparado y maté al atracador en defensa propia y que a continuación fui capaz de reducir al segundo atracador. Fue más sencillo de lo que esperaba, para cuando se diesen cuenta de lo ocurrió en realidad (si es que lo hacían), yo ya estaría lejos. Ése fue su mayor error.
PD: Achicoria...
2030 en accción - Capítulo II
Hace 5 años