Dilema del prisionero I.
Su consciencia se perdía en la oscuridad. Recobró el conocimiento, sintiéndose algo aturdido. Los recuerdos eran confusos y borrosos. No reconocía el lugar pero al darse cuenta de la situación en la que se encontraba, sintió una gran impotencia. Estaba confinado en una celda. Tres paredes sin ventanas y una reja de gruesos barrotes le confinaban en su interior. En frente había otro infeliz que corría su misma suerte. Cuando comprobó que había despertado, se giró y comenzó con la conversación.
- Menos mal, la soledad y el silencio empezaban a ser molestos – dijo aquel extraño compañero.
- ¿Qué hacemos aquí? – preguntó contrariado el protagonista.
- Supongo que esa es la pregunta del millón y como suele ocurrir con ese tipo de preguntas, encontrar una respuesta no es fácil – respondió aquel hombre peculiar.
- Con eso quieres decir que no sabes, deduzco – sentenció.
- Así es, aunque esa respuesta es menos solemne – reprendía con astucia.
- Bien, ¿qué sabes de este lugar? – volvía a preguntar con inquietud en sus palabras.
- Estamos enjaulados, hasta el momento no he visto pasar a nadie y llevas bastante inconsciente, así que dudo que venga alguien. Las paredes y el suelo parecen lo bastante gruesos como para hacer imposible una huida. Estos barrotes son firmes, para cuando empiecen a desgastarse estaremos criando malvas. Pero eso no es lo mejor. Lo más interesante está en los detalles evidentes…
- Me acabo de fijar en las llaves y los números de las celdas - interrumpió sutilmente.
- Exacto, esto parece una especie de juego. Las llaves también tienen números, seguramente cada una abrirá la celda correspondiente a dicho número. ¿Qué llave tienes?, por curiosidad – preguntó interesado su raro interlocutor.
- La número 3. No es la tuya, lo siento – respondió preocupado.
- Mm, sabía que no iba a ser tan fácil – afirmó de forma inquietante.
- ¿Qué quieres decir? – soltó aquel interrogante como un resorte.
- Pues que yo tengo tu llave – contestó ante su atónita expresión.
- Genial, dámela y conseguiré la tuya – dijo rápidamente.
- Ni hablar – sopesó, cayendo la respuesta como una pesada losa.
- ¿Por qué? – preguntó ingenuo.
- ¿Qué garantías tengo de que vuelvas con mi libertad? Esta llave es la única oportunidad que tengo para salir de aquí y no pienso dártela por las buenas. Seguramente esta misma conversación la están teniendo en otras habitaciones. Por lo pronto, prefiero esperar si hay algún otro que se acerque por aquí con otra proposición más ventajosa – explicó con detalle.
- Te prometo que volveré con tu libertad – rogaba esperanzado.
- Puede que seas sincero. Pero verás, seguramente al darte la llave no dependa de ti exclusivamente concederme la libertad. No voy a arriesgarme con tanto intermediario de por medio. Lo más seguro es que una vez que quedes libre y encuentres dificultades, decidas marcharte sin más – exponía con claridad.
- Entiendo tu posición. Pero tus posibilidades de salir son mayores al darme la llave – dijo con nerviosismo.
- Te equivocas, quedándome la llave tengo más opciones. Seguramente en cada habitación uno de los presos tiene la llave del otro y este último a su vez tiene la llave de un preso de otra habitación distinta. Si por casualidad, todos los que tenemos la llave del otro, se la damos, no tendríais ninguna razón que os impidiera marcharos – expresaba el hombre extraño con lucidez.
- De la misma forma podríamos irnos en cuanto quedásemos libres – afirmó.
- Puede, pero es más fácil que la alegría de la libertad se contagie en grupo, que de manera individual. Al quedar sólo uno libre, hay más probabilidad de que sienta compasión por los demás.
- Así que a no ser que pueda convencerte, toca esperar – dijo ansioso.
- Eso me temo, amigo – finalizó el prólogo de un nuevo silencio.
Existes, sin ser.
Volvió a despertar de la misma forma que había sentido tantas otras veces. Pero esta vez, todo era distinto. No sentía la propia percepción de su ser, era volátil y etéreo. Podría parecer algo complicado, pero seguía existiendo sin llegar a ser, o al menos, a ser como antes. Reconocía a personas que eran completamente familiares y de la misma forma, se daba cuenta de que ellas tampoco podían percatarse de su existencia. Pudo comprobar la manera en la que sufrían sin consuelo y en su infinito amor hacia esas personas, lo único que generaba aquellos sucesos en él, era tristeza. Vagaba en pena, corroído por el dolor de sus allegados. Necesitaba poder estar ahí para ofrecer alivio, pero sabía que no sería capaz de ello. El paso del tiempo transcurría sin que pudiera percibirlo y eso mismo hacía cicatrizar las heridas que sus seres queridos habían sufrido. Cierta normalidad volvía a instalarse e incluso algunos momentos de felicidad. Nuestro vagante amigo sufría ahora por no ser partícipe de aquellos destellos de buenos momentos. Permanecía en completa soledad y pegado a la tortura de existir en mundo del que no podía ser partícipe. Era incapaz de perder la cordura en su estado, cosa que sería su única liberación. Rogaba por otra oportunidad, pedía una nueva vida. Pero lamentablemente para él, ya era tarde.
¿Y éste es mi pesimismo?
Siempre he definido la percepción de la muerte como algo vertiginoso. Una sensación de angustia que comparo con el vértigo. Es un momento en el que todo se vuelve insignificante, además de trivial. Todo carece de importancia y se apodera de mí una ansiedad que me hace desear que deje de pensar en eso. Seguramente será por mi concepción de la muerte. Casi siempre estamos imbuidos por la religión en lo que se refiere a esta cuestión. Algunos creen en la reencarnación del cuerpo y del alma. Creen en otra vida mejor, que a mi parecer es sumamente improbable. Me parece una excusa para despreciar los regalos que nos da la vida. Otra opción es la de otra vida en la que nos espera un harén de mujeres vírgenes. Que para los tíos puede estar bien, pero no se contempla nada para las mujeres. También dudo del proxenetismo inmortal, aunque para alguno pueda ser lo máximo a lo que aspirar. Luego está la reencarnación propiamente dicha. Volver a este mundo convertido en otra cosa. Puede que hayas opciones atractivas, pero por cada una de esas, hay muchas aberrantes. Queda también descartada. O una fusión con las fuerzas energéticas del universo y el cosmos. Pues no sé, la verdad es que respeto cualquier tipo de creencias, aunque prefiero una verdad certera antes que mil creencias. Mi visión, como no podría ser de otra manera, es la más pesimista. Para mí después de la muerte no hay nada. Suena mal, de ahí la angustia que me da a veces al pensar en ello (que no es algo constante, pero sí que alguna vez me he parado a pensarlo con frialdad. No como ahora, que es con la superioridad que te da escribir del tema). Lo veo como un gran vacío negro, una oscuridad inmensa. Seguramente así imagino la nada. Supongo que esa ansiedad es lógica, cada vez que me pasa pienso que llegará un momento en el que esas sensaciones desaparezcan. Y de verdad que espero haber vivido lo suficiente como para poder decirlo. Porque creo que ahí está el truco y no quiero decir vivir muchos años, ojo. No es vivir en extensión temporal, es utilizar la propia definición de la palabra vida y aprovecharla al máximo. Hay que exprimir hasta la última gota, hay que tener ganas de vivir.
PD: Cada día que pasa me cuesta más reconocerme... en algunos aspectos, tampoco exageremos.
2030 en accción - Capítulo II
Hace 5 años