Sueño entre luces y sombras.
Se quedó dormido una noche de su infancia. Despertó en una especie de sueño extraño. Todo parecía seguir con normalidad, su vida transcurría sin cambios sustanciales. Vivió una infancia feliz o al menos eso le pareció. Aquellos días estuvieron inundados de risas y diversión. Empezó a surgir la chispa de la amistad que con tiempo fue consolidándose en llamaradas más profundas. Los amigos de la niñez son algo especial que lamentablemente en su caso se quedaron en aquel tiempo perdido. Algunos esperando ser rescatados por el futuro, literalmente. Y otros o los mismos, respaldados por su pensamiento. En un determinado instante esa infancia desapareció en un fogonazo, simulando que nunca hubo existido. Más tarde surgió la etapa de las sombras. Se escondía entre tinieblas por las que en ocasiones asomaba una luz tenue. La luz era suficientemente intensa como para que su calor templara su corazón helado. La luz brillaba más fuerte con el paso de los días, guiándole a lo que parecía el final de un camino. De repente esa luz se apagó, pasando de estar entre sombras a internarse en la oscuridad completa. Su corazón agrietado por volver de nuevo al frío, terminó por volverse de piedra. No podía aguantar solo, detestaba el eterno incordio de su compañía. Vivía por inercia, más que por convicción. Fue entonces cuando encontró una pequeña luciérnaga de color. Revoloteaba a su alrededor, mientras que unas pocas más se acercaban. Poco a poco le hicieron flotar, le elevaban al cielo infinito. Le salvaron, enfrentándole a su tormento oscuro. Le devolvieron la luz del Sol y empezaba de nuevo a aprender lo que era ser feliz. Después de aquello pudo volver a dormir. Se despertó a la mañana siguiente en aquella habitación de su infancia. Tenía cinco años y aquella noche había vivido gran parte de su vida. Con los ojos empapados de lágrimas, supo que la felicidad volvería algún día.
Esto va de inventos.
Daba cabezazos intercalados entre las sucesivas clases que le impartían. Cada palabra pronunciada era una pesada losa que se descargaba sobre sus párpados. Mantener la concentración se volvía entonces misión imposible. Llegaba el momento de divagar, mantener una posición fija solapada con un asentimiento asimétrico que pudiera ayudarle en el despiste. Pensó en lo bien que le vendría poder salir de su cuerpo en aquel momento. En cierta manera podía hacerlo, pero necesitaba algo que estuviera dotado de mayor pragmatismo. Se le ocurrió una idea para un nuevo invento revolucionario. Un generador individual de viajes astrales. Es sencillo, consistiría en un pequeño dispositivo con el que trasladar la conciencia a un destino más placentero. Por supuesto, sin perder las capacidades de comprensión del lugar en el que estés situado físicamente en dicho momento. Podrías estar a la vez en clase y además en un destino previamente elegido personalmente. Se programaría la duración del viaje astral y una vez finalizado volvería a la realidad. Después de pensarlo fríamente desechó la idea. “Ves demasiadas películas”, se dijo a sí mismo. Además no era nada novedoso, ya se había hecho en Matrix. Y por si fuera poco, veía un poderoso inconveniente. Cabía la posibilidad de que en un momento dado no pudieras diferenciar realidad de ficción. Que tu mente te confundiera por culpa de estar viviendo en una realidad ficticia más favorable, llegando a renegar de la verdadera. “Definitivamente, ves demasiadas películas”, se dijo, ya preocupado. Finalmente, acabó la clase. Estaba contento, consiguió su propósito casi sin pensarlo. Rogaba porque su imaginación siguiera igual de lúcida en la siguiente hora. Aunque era sabedor de que era una posibilidad tremendamente improbable. En otra ocasión les contaré, cómo en un día lluvioso del que salió completamente empapado, inventó un aparato con el que no mojarse en días de viento y que nada tiene que ver con un chubasquero. Gracias por su atención y hasta otro memento.
PD: Cada semana gana pendiente, haciéndose más cuesta arriba...
2030 en accción - Capítulo II
Hace 5 años