La mente en blanco.
La incertidumbre del papel en blanco. Sólo unas líneas desgastadas y emborronadas que no dejan leer lo escrito. Quizás por miedo, aunque seguramente sea por desidia. Finalmente, los pensamientos también se diluyen en el papel. Porque pierden importancia y caen en el olvido. No sirve la espera para la escucha de tus propias peticiones, ya no hablo de realización que suena aún más improbable. Mientras tanto, el corazón dicta el deber de escuchar la pena ajena, ayudando en la medida de lo posible. Dar sin pedir factura se convierte en una difícil tarea en los tiempos que corren, sin que parezca que perseguimos obtener beneficio de ello. ¿No es suficiente beneficio o realización personal el propio hecho de dar? La subjetividad nos impide en todo momento anteponer o considerar algunos aspectos ignorados. Es difícil mantener una postura sobria y objetiva en la que no caigamos en equívocos, a veces, insalvables. Y no conseguimos darnos cuenta del error por egoísmo, soberbia, despiste o torpeza. Los despistes surgen de la despreocupación o de una especie de evasión momentánea de la realidad. Al final, no queda otra opción que aguantar la condena con resignación y la esperanza de conseguir rectificar, sabiendo que es imposible solventar un hecho pasado. La búsqueda de nuevas oportunidades te devuelve al papel en blanco y unas líneas desgastadas que miradas de reojo provocan terror. Aunque es posible encontrar regocijo al comprender que forman parte del pasado.
Calienta mis manos.
En la calle, unas manos desnudas
se hielan con el frío del invierno.
Unas maneras un poco rudas
labran un paraje yermo.
Una botella de alcohol suaviza
el corazón que se vuelve tierno.
Y atenazado en el soplo de la brisa,
esas manos se vuelven de hielo.
Ay, que esa cabeza se nubla
y a tenor de perder el conocimiento,
se encuentra una impactante rubia.
Ay, que el corazón se pierde
y se deja llevar por un cuerpo
y ahora sus manos están calientes.
¿Qué está pasando?
El retrato de su silueta desdibujada en una fotografía. El éxtasis surgía al contemplar las instantáneas perdidas. Una catarsis aliviaba a algunos prisioneros hasta entonces encerrados. Los sentimientos tóxicos se evaporaban esperando ser repuestos por otros. De nada servía un lamento o un ruego a destiempo, que de igual manera y a tiempo, puede que tampoco tuviera efecto. Una caricia al viento y la mirada perdida. Echar la vista atrás levantaba piedras gigantes de igual tamaño que los huecos del alma. ¿Podría ser que alguna vez las palabras se tornaran más amables? El sabor de la amargura aún era reciente y envenenaba cada letra a su alcance. No importa que su interior estuviera a punto de explotar mientras que todo a su alrededor permaneciese estable. Levantó la mano y preguntó al sol la razón de aquel destello. Todo se proyectaba en blanco y no sabe si estaba muerto o sólo ciego. Y apretó los ojos con la esperanza puesta en esa fuerza para poder cambiar la realidad. Luego llegó la insatisfacción del fracaso, nunca fue buen compañero. El recuerdo nunca fue un gran aliado. Aunque algunos pasos le hundieron, cada nuevo paso firme le devolvía confianza y fuerzas para el camino que queda por delante.
La incertidumbre del papel en blanco. Sólo unas líneas desgastadas y emborronadas que no dejan leer lo escrito. Quizás por miedo, aunque seguramente sea por desidia. Finalmente, los pensamientos también se diluyen en el papel. Porque pierden importancia y caen en el olvido. No sirve la espera para la escucha de tus propias peticiones, ya no hablo de realización que suena aún más improbable. Mientras tanto, el corazón dicta el deber de escuchar la pena ajena, ayudando en la medida de lo posible. Dar sin pedir factura se convierte en una difícil tarea en los tiempos que corren, sin que parezca que perseguimos obtener beneficio de ello. ¿No es suficiente beneficio o realización personal el propio hecho de dar? La subjetividad nos impide en todo momento anteponer o considerar algunos aspectos ignorados. Es difícil mantener una postura sobria y objetiva en la que no caigamos en equívocos, a veces, insalvables. Y no conseguimos darnos cuenta del error por egoísmo, soberbia, despiste o torpeza. Los despistes surgen de la despreocupación o de una especie de evasión momentánea de la realidad. Al final, no queda otra opción que aguantar la condena con resignación y la esperanza de conseguir rectificar, sabiendo que es imposible solventar un hecho pasado. La búsqueda de nuevas oportunidades te devuelve al papel en blanco y unas líneas desgastadas que miradas de reojo provocan terror. Aunque es posible encontrar regocijo al comprender que forman parte del pasado.
Calienta mis manos.
En la calle, unas manos desnudas
se hielan con el frío del invierno.
Unas maneras un poco rudas
labran un paraje yermo.
Una botella de alcohol suaviza
el corazón que se vuelve tierno.
Y atenazado en el soplo de la brisa,
esas manos se vuelven de hielo.
Ay, que esa cabeza se nubla
y a tenor de perder el conocimiento,
se encuentra una impactante rubia.
Ay, que el corazón se pierde
y se deja llevar por un cuerpo
y ahora sus manos están calientes.
¿Qué está pasando?
El retrato de su silueta desdibujada en una fotografía. El éxtasis surgía al contemplar las instantáneas perdidas. Una catarsis aliviaba a algunos prisioneros hasta entonces encerrados. Los sentimientos tóxicos se evaporaban esperando ser repuestos por otros. De nada servía un lamento o un ruego a destiempo, que de igual manera y a tiempo, puede que tampoco tuviera efecto. Una caricia al viento y la mirada perdida. Echar la vista atrás levantaba piedras gigantes de igual tamaño que los huecos del alma. ¿Podría ser que alguna vez las palabras se tornaran más amables? El sabor de la amargura aún era reciente y envenenaba cada letra a su alcance. No importa que su interior estuviera a punto de explotar mientras que todo a su alrededor permaneciese estable. Levantó la mano y preguntó al sol la razón de aquel destello. Todo se proyectaba en blanco y no sabe si estaba muerto o sólo ciego. Y apretó los ojos con la esperanza puesta en esa fuerza para poder cambiar la realidad. Luego llegó la insatisfacción del fracaso, nunca fue buen compañero. El recuerdo nunca fue un gran aliado. Aunque algunos pasos le hundieron, cada nuevo paso firme le devolvía confianza y fuerzas para el camino que queda por delante.
PD: Vamos allá, ¿no?