Viaje de ida.
El plasma sanguíneo empezó a dar señal televisiva. Aparecía una chica guapísima que vestía una sonrisa que le quedaba estupendamente hasta que se la borraron de la cara. Una bomba y mil luces que explotaban por la mañana. El periódico envuelto en piedra atravesaba las ventanas. Los billetes catódicos compraban suerte en la ruleta. Unos botes de pastillas que no aparecen, que no existen, que al final resulta que son invisibles. La mente en blanco, el corazón en la mano y cientos volando. Y la esfera rodando tiñe de dorado la mierda que has pisado. Cuenta atrás al año pasado y ahí se quedaron. La mentira mil veces repetida ya no es verdad sino indiscutible y es que el disfraz es impresionante. Se hace cirugía estética y qué importa si es natural o artificial, lo indudable es que ahora impresiona aunque puede que mañana no haya nada y que la verdad sea por fin mentira, pero ahora realidad.
Viaje de vuelta.
Hay una mano que deja la droga encima de la mesa. Luces de neón que iluminan a los proxenetas antes de salir de la habitación. El cañón escupe balas que cruzan el tórax y salen diciendo adiós. De tinta carmesí se pintan ahora las paredes en los moteles sin pedigrí. Firmado con agujero humeante en la sien del verdugo de cadáveres andantes queriendo huir. Ser trofeo exultante en vitrinas translúcidas al ser pasto de la taxidermia. Y dibujando en el rostro la silueta de una sonrisa en el horror de un segundo que dio la vuelta a la cara. Y el dinero se trafica en casinos de trasplantes y gritos. Se quema las córneas para ignorar lo que había visto. Aunque la lengua trae más desgracias, cuando la clave está en seguir la máxima en la que el olvido es tu aliado.
Fracasa, Moraleja.
Moraleja era sin duda un tipo peculiar. Conocía los bajos fondos como la palma de su mano, el ambiente que se respiraba y cada esquina en la que el peligro acechaba. Frecuentaba los típicos bares de mala muerte en los que las historias fluían tanto como el alcohol, siendo prolíficas para sus investigaciones. Estaba enamorado de Rosalín, una bailarina de un club nocturno a la que acompañaba a su apartamento cada vez que terminaba su turno. Pero nunca avanzaba más allá de la entrada donde siempre la despedía. Desconocía si el sentimiento era recíproco, pero parecía que su compañía le agradaba. Una noche unos matones salieron a su paso. Moraleja defendió a Rosalín con su directo de derecha, pero no pudo evitar que le apuñalaran repetidamente en el costado. A Moraleja le esperaban varios meses de hospital y rehabilitación. Tendría secuelas de por vida que limitaban su capacidad para caminar. En cuanto a Rosalín, abandonó la ciudad y nunca más supo de ella. La mañana de la salida de Moraleja del hospital, éste se despertó y encontró una fotografía de Rosalín en la mesa al lado de la cama. Tenía la silueta en carmín de un beso en el reverso.
Triunfo yermo.
Se levantaba con energía cada mañana. Antes de salir de casa se miraban en el espejo para comprobar si iba guapa. Hoy tenía una entrevista de trabajo que consiguió sin muchos problemas. Esa noche saldría con su chica para celebrarlo. Sí, era lesbiana y estaba conforme con su cuerpo y su sexo. No había perdido un ápice de feminidad en su forma de actuar, no obstante, sentía una gran atracción por las personas de su mismo sexo, en aquel momento una mujer en particular. Esto tuvo como consecuencia que su familia se apartase de ella con el mayor de los desprecios. No entendía cómo su manera de sentir podía provocar tanto rechazo, pero aprendió a vivir con ello. Un mal día a su chica le visitó su ex novio. Escopeta en mano la abatió a bocajarro. Luego se metió el cañón en la boca y apretó el gatillo. Ella se quedó congelada para toda la vida cuando al volver del trabajo se encontró con lo sucedido. Se llamaba Silvia y le faltaba la vida.
2030 en accción - Capítulo II
Hace 5 años