Su caligrafía.
La habitación era un caos. La situación sugería hacer limpieza para volver a restaurar el orden perdido. Perdiéndose entre papeles encontró un vestigio del pasado. Un antiguo trabajo de instituto, escrito a mano, cuando los ordenadores no daban todas las respuestas. Reconoció su letra sin apenas esfuerzo, pero al pasar las páginas es cuando descubrió el tesoro entre aquellas ruinas. La letra de ella. La redondez de su caligrafía, le volvió devoto. La marca de los trazos de su delicada mano dando forma a cada palabra. La conversación que duró un instante interminable para debatir sobre cómo afrontarlo. Sus facciones, sus gestos, sus ademanes, su expresión. Le gustaba su letra y era feliz sabiendo que poseía por lo menos ése recuerdo material de su escritura. Pasaba la mano por encima del texto, abriendo un portal hacia otra realidad. El deslizamiento de los dedos pon encima de la tinta seca le reconfortaba. Para cualquier otra persona no era más que unos folios escritos. Para él, su salvación.
Nos venden.
Nos venden desconfianza, agresividad y miedo.
Nos venden la creencia en los medios, donde si algo no aparece es que no existe.
Nos venden anuncios desesperantes.
Nos venden contenido vacío.
Nos venden una posición en contra de lo diferente con estandartes de normalidad.
Nos venden un futuro que no queremos pero al que no nos importa someternos.
Nos venden mentiras escondidas tras mentiras disfrazadas de mentiras.
Nos venden el deseo de la ignorancia para la felicidad.
Nos venden repulsión a lo que no entendemos.
Nos venden hijos de madres desesperadas.
Nos venden órganos de personas desgraciadas.
Nos venden vacunas de enfermedades inventadas.
Nos venden planes perfectos, pero no para nosotros.
Nos venden violencia a la que somos indiferentes.
Nos venden indiferencia que no rechazamos violentamente.
Nos venden una política alejada del pueblo.
Nos venden una intención de voto.
Nos venden la creencia en un sistema podrido.
Nos venden competitividad en lugar de apoyo.
Nos venden la permisión del hombre y las guerras.
Nos venden fronteras contra lo desconocido.
Nos venden la unidad del pensamiento.
Nos venden alimentos en mal estado y a un precio aleatorio.
Nos venden el sueño de nuestra miseria.
Nos venden balas por euros.
Nos venden posesión y maltrato.
Nos venden incomprensión y malicia.
Nos venden esclavitud legal.
Nos venden un modelo ideal.
Nos venden prohibiciones.
Nos venden maldiciones y brujería.
Nos venden religiones y fe.
Nos venden casas que no podemos pagar.
Nos venden una estabilidad asentada en suelo resbaladizo.
Nos venden la locura como exaltación.
Nos venden con tarjetas de plástico, trozos de papel tintado y pedazos de metal acuñados.
Nos venden cuando sobramos.
Nos venden…
… y nos seguirán vendiendo (como perturbados).
Guerra de película.
En el campo de batalla los guerreros se dejaban la piel. Cubiertos de mugre y sangre, blandían sus espadas intentando salvar la vida. Luchaban por sus familias. Los gritos de dolor se confundían con los de bravura. Cualquier objeto era útil, hasta las piedras servían. Las heridas eran síntoma de fortuna entre tanto cercenado. Después de toda esa violencia, aún nadie había huido. Entre tanto, el soldado de la Segunda Guerra Mundial se preparaba para entrar en combate. “Corten”, dijo el director al ver al infiltrado. Media hora de toma a la basura.
PD: Tres, dos, uno... ¡¡¡BOOM!!!
2030 en accción - Capítulo II
Hace 5 años