Allí estábamos todos en clase o al menos eso parecía porque las caras eran confusas. Acababa de dejar el aula el profesor y se formó un gran bullicio en aquel rincón del instituto. De repente, llega una profesora, la conozco pero no debería estar en ese lugar. Es de una ciudad distinta pero su actitud hizo que no me preocupara por ello en ese momento.Entró histérica y dando voces. Hacía referencia a algún suceso que aconteció en un baile. No lo recuerdo con claridad y en aquel momento no me sonaba nada de ningún baile. Bajando la tarima avanzaba gritando hacia la puerta, amenazando con las repercusiones que traería todo aquello. En los pasillos una compañera intentaba entrar en clase y la profesora lo pagó con ella. Se la llevaba para incurrir en algún tipo de castigo disciplinario. Curiosamente era una de las niñas que de pequeño no me dejaban estar solo. Ante ese sinsentido me levanté y corrí a por la profesora. Un gran grupo de profesores permanecían estáticos observando la escena. Enfadado me enfrenté a ella dialécticamente. Intentaba hacerle entrar en razón mientras volvía al aula. Ella empezó a dar vueltas entre las mesas que llevaban encima, colocadas patas arriba, las sillas en lasque nos sentábamos. Con cuidado de no tirar ninguna de ellas la seguía, pidiendo explicaciones. Sin tiempo para reaccionar volvía a abandonar la habitación en el mismo momento en el que otro profesor entraba en escena. En medio de aquel disparate, el profesor no era otro que MacGyver. Defendió a la profesora que visiblemente sufría alguna especie de crisis. Intercambié algunas palabras con él que se perdieron en el olvido y él también se contagió de la histeria.
Si quieres explicaciones, entonces explica esto - me dijo, borrando la pizarra. La pizarra estaba completamente llena de anotaciones. Para mi sorpresa, borró el hueco justo en el que aparecía un mensaje de tiza que no era posible borrar. El mensaje no estaba en un idioma concreto y a pesar de que en mi cabeza era borroso, lo entendí. Denunciaba unas desapariciones. Quería saber más pero MacGyver estaba confuso. Parecía saber algo pero era incapaz de recordarlo. Salimos una vez más del aula. Hablábamos, intentaba hacerle recordar. En el fondo del pasillo aparecieron dos figuras vestidas de blanco. Dos hombres calvos con gafas de sol. Cuando llegaron hasta nosotros, increparon al héroe de los 80. Querían saber lo que recordaba y uno de ellos se lo llevó ante su negativa, creyendo que escondía algo. El otro me miró y me hizo la misma pregunta. Respondí que no tenía nada que ver, también quería saber qué estaba ocurriendo exactamente. Aquel personaje me agarró para llevarme con él, tampoco me creía. Sin pensarlo,empecé a golpearle. Comenzamos a pelear y aquel hombre sacó una cerbatana blanca. Agarré su brazo para impedir que hiciera uso de ella mientras seguía golpeándole. En un descuido, consiguió clavarme un dardo. Caí inconsciente, me derrotó y procedía a llevarme con él. Y en ese preciso momento desperté.
Si quieres explicaciones, entonces explica esto - me dijo, borrando la pizarra. La pizarra estaba completamente llena de anotaciones. Para mi sorpresa, borró el hueco justo en el que aparecía un mensaje de tiza que no era posible borrar. El mensaje no estaba en un idioma concreto y a pesar de que en mi cabeza era borroso, lo entendí. Denunciaba unas desapariciones. Quería saber más pero MacGyver estaba confuso. Parecía saber algo pero era incapaz de recordarlo. Salimos una vez más del aula. Hablábamos, intentaba hacerle recordar. En el fondo del pasillo aparecieron dos figuras vestidas de blanco. Dos hombres calvos con gafas de sol. Cuando llegaron hasta nosotros, increparon al héroe de los 80. Querían saber lo que recordaba y uno de ellos se lo llevó ante su negativa, creyendo que escondía algo. El otro me miró y me hizo la misma pregunta. Respondí que no tenía nada que ver, también quería saber qué estaba ocurriendo exactamente. Aquel personaje me agarró para llevarme con él, tampoco me creía. Sin pensarlo,empecé a golpearle. Comenzamos a pelear y aquel hombre sacó una cerbatana blanca. Agarré su brazo para impedir que hiciera uso de ella mientras seguía golpeándole. En un descuido, consiguió clavarme un dardo. Caí inconsciente, me derrotó y procedía a llevarme con él. Y en ese preciso momento desperté.
Montañas rocosas.
Aquel viejo gringo sabía disfrutar de la vida. Vivía en su pequeño rango del desierto americano. Le asolaba el peor de los calores posibles cuando el Sol le pegaba directamente a la cara entre peñascos rojizos. Movía su mecedora de forma acompasada, lentamente, para poder así relajarse. Tenía siempre a su lado un viejo rifle con el único propósito de asustar a los forasteros. Siempre lo llevaba descargado pero se divertía al verla cara de miedo que se le ponían a los encañonados. Aplacaba el calor con un vaso helado de su mejor whisky añejo. Lo colocaba en una pequeña mesa que se encontraba al lado de su mecedora. Su vieja casa de madera retumbaba en el sonido de su inseparable banjo. Como buen yankee sureño, acariciaba aquellas cuerdas para que sonara la música celestial. Con una voz ronca pero clara, cantaba con fuerza. Le cantaba a las conquistas gloriosas del pasado, a las batallas victoriosas. Le cantaba a los amores perdidos y a las lágrimas arrancadas. Le cantaba al duro labor de su trabajo campestre. Mientras hacía todo eso, sonreía a la venida de su inminente muerte sin miedo alguno. Con tranquilidad la esperaba para dedicarle una última canción.
Aquel viejo gringo sabía disfrutar de la vida. Vivía en su pequeño rango del desierto americano. Le asolaba el peor de los calores posibles cuando el Sol le pegaba directamente a la cara entre peñascos rojizos. Movía su mecedora de forma acompasada, lentamente, para poder así relajarse. Tenía siempre a su lado un viejo rifle con el único propósito de asustar a los forasteros. Siempre lo llevaba descargado pero se divertía al verla cara de miedo que se le ponían a los encañonados. Aplacaba el calor con un vaso helado de su mejor whisky añejo. Lo colocaba en una pequeña mesa que se encontraba al lado de su mecedora. Su vieja casa de madera retumbaba en el sonido de su inseparable banjo. Como buen yankee sureño, acariciaba aquellas cuerdas para que sonara la música celestial. Con una voz ronca pero clara, cantaba con fuerza. Le cantaba a las conquistas gloriosas del pasado, a las batallas victoriosas. Le cantaba a los amores perdidos y a las lágrimas arrancadas. Le cantaba al duro labor de su trabajo campestre. Mientras hacía todo eso, sonreía a la venida de su inminente muerte sin miedo alguno. Con tranquilidad la esperaba para dedicarle una última canción.
Cause I give you all the white blank pages.
La intranquilidad de no encontrar la respuesta se alojaba en la sangre que corría por sus venas. Se preguntaba desdichado dónde se encontraba su error. ¿Acaso el amor estaba carente de recompensa? Así parecía ser. Como si de una razón matemática se tratase, amar era una condición necesaria pero no suficiente. ¿Por qué? La pregunta delmillón y así seguiría siendo. Le costó comprender que no había reglas fijas. Eso le tranquilizó para poder continuar con su vida. Aquella razón fulminante se difuminaba en el infinito. Una vez más, regaló un pedazo de su vida y pudo aceptarlo. Se enfrió el desconcierto iracundo de aquella intranquilidad. La trivialidad del atronador tormento terminó haciéndose palpable. Porque la verdad no se decanta de parte de nadie y de todos. Porque no existen la victoria o derrota absolutas. Porque las palabras vuelan sin peso y las acciones cayendo por la misma razón, son igualmente insignificantes. La realidad idealista puede mantenerse sin ingenuidad de la misma manera que el romanticismo. Y es por eso que siguen habiendo páginas en blanco. Aunque, lamentablemente, otras se borren sin remedio y ya no tengan opción de ser reescritas. La esperanza sigue estando en las páginas en blanco.
La intranquilidad de no encontrar la respuesta se alojaba en la sangre que corría por sus venas. Se preguntaba desdichado dónde se encontraba su error. ¿Acaso el amor estaba carente de recompensa? Así parecía ser. Como si de una razón matemática se tratase, amar era una condición necesaria pero no suficiente. ¿Por qué? La pregunta delmillón y así seguiría siendo. Le costó comprender que no había reglas fijas. Eso le tranquilizó para poder continuar con su vida. Aquella razón fulminante se difuminaba en el infinito. Una vez más, regaló un pedazo de su vida y pudo aceptarlo. Se enfrió el desconcierto iracundo de aquella intranquilidad. La trivialidad del atronador tormento terminó haciéndose palpable. Porque la verdad no se decanta de parte de nadie y de todos. Porque no existen la victoria o derrota absolutas. Porque las palabras vuelan sin peso y las acciones cayendo por la misma razón, son igualmente insignificantes. La realidad idealista puede mantenerse sin ingenuidad de la misma manera que el romanticismo. Y es por eso que siguen habiendo páginas en blanco. Aunque, lamentablemente, otras se borren sin remedio y ya no tengan opción de ser reescritas. La esperanza sigue estando en las páginas en blanco.