domingo, 17 de febrero de 2013

Saltos Temporales.

El lago de los cisnes. (El Inspector)
Eran las cuatro de la mañana y me había desplazado a un edificio de apartamentos en el centro de la ciudad. La lluvia empezaba a mojar mi gabardina al salir del coche y, tras el primer paso, pisé un charco que me empapó los pies. Los truenos enmudecieron mi exabrupto, aquel comienzo no auguraba nada bueno. Mientras subía las escaleras del recinto para dirigirme al lugar exacto, pensaba en la llamada anónima que había dado el aviso. “Hay problemas en la dirección descrita en la crónica de sucesos de la edición de ayer en el periódico local. La historia era cierta, las casualidades no existen”. En un principio, tuve mis reticencias por las burlas que había generado la noticia en el departamento. Se filtró la información de un crimen que, después de haberse investigado, resultó ser falso. Y ahí estaba yo, aproximándome de nuevo al lugar en solitario debido al descrédito de aquella advertencia. Mi cara se tornó seria cuando vi la puerta entreabierta de mi destino. En la puerta había un mensaje escrito con sangre, “Lea el periódico de ayer y nunca crea en las casualidades”, rezaba. ¿Cómo podía saber que su destinatario era una única persona? Quedaba claro que no era casualidad. Me adentré en la casa y no pasó mucho tiempo para que pudiera comprobar lo que había sucedido. El cuerpo de una muchacha joven descansaba en una especie de recipiente que se asemejaba a una bandeja. Una pierna le colgaba del techo y la otra se mantenía flexionada con cinta aislante. Estaba colocada bocabajo con la cabeza mirando hacia arriba y los brazos extendidos en cruz. Tenía un profundo corte en el cuello y el recipiente la bañaba en su propia sangre. Aquella imagen me perturbó unos minutos, cuando pude recobrar la razón hice una llamada a la central. Salía del edificio mientras mis compañeros entraban a hacer su trabajo. Justo frente al edificio había un bar abierto, entré para despejarme y hacer algunas preguntas que pudieran darme una pista. Me dirigí al dueño en la barra que, con cara de incredulidad, hizo referencia a un tipo sentado al fondo del local que podría ayudarme. Antes de que pudiera mediar palabra aquel hombre comenzó a hablar.
- Viene con malas noticias – predijo el hombre.
- ¿Cómo lo sabe? – pegunté.
- No creo en las casualidades – afirmó.
- Está en lo cierto, estoy investigando un asesinato. El dueño dice que ha estado aquí toda la noche. ¿Ha visto algo que pueda ser de utilidad? – expliqué antes de formular mi pregunta.
- Puede ser – dijo el hombre.
- Le agradecería que fuera un poco más claro – aconsejé.
- Vivo en el edificio del que acaba de salir y conozco a todas y cada una de las personas que viven en él. Y sí, he visto algo raro. Una pareja de desconocidos entraron de madrugada. Un hombre y una mujer, para ser exactos. Y lo extraño es que ambos entraron en el edificio, pero sólo salió el hombre. Puedo asegurarle que ninguno de ellos vivían allí. Espero que le resulte suficientemente claro – concluía en tono irónico.
- ¿Alguien puede corroborar su testimonio? – proseguí.
- No, la calle estaba desierta y el barman estaba en el almacén – aseveraba.
- Bien, gracias por su testimonio. ¿Le importaría que mis compañeros le tomasen declaración? – finalicé.
- En absoluto.
Me decidí a abandonar el lugar y a descansar un poco después de aquella complicada noche, cuando aquel hombre me gritó desde el fondo antes de que pudiera salir por la puerta del bar.
- Inspector, ¿cree usted en las casualidades? – preguntó.
- Si alguna vez hubo alguna posibilidad de que eso fuera así, hoy se acabaron – contesté.
Aquel caso no había hecho más que empezar.

Mitología para avanzados.
Estoy sentado frente a ti y te miro fijamente. Mi presencia pasa desapercibida. Miras a tu alrededor buscando la manzana dorada en el laberinto de papel de aquel afamado jardín. Mientras, intentas recordar cómo se llamaba. Puede que Edén, Madison Square o quizás sería Hespérides. Todo se mezcla en ese caldero de brebajes que tienes por cabeza. El ambiente es agobiante por la quietud espesa de una atmósfera en calma. El laberinto en el jardín y el jardín rodeado de metal y cristal. Las paredes se derriten y el metal comienza a combarse. No tardas en huir de aquel colapso perseguido por la música. Las escaleras te engullen en una espiral infinita de caderas que se mecen y perspectivas favorables. Muchacho, sufres de hipnosis, despierta. Queda patente la vulnerabilidad de la voluntad ante la voluptuosa magnificencia de lo sobrenatural. El vínculo se rompe con la desaparición de las manzanas en ninfa. El jardín se pudre y el laberinto está húmedo. El cristal se vuelve opaco y el metal áspero. Te diriges a la salida. Desde fuera todo parece igual que antes. Desde dentro la realidad se encuentra inmutable. Desde fuera aparecen las manzanas doradas. Desde dentro se viola la esperanza. Entonces te preguntas, ¿cuál es fuera y cuál dentro? El lugar es concreto y no depende del momento. Muchacho, sigues en tu hipnosis, despierta. No sueñes escribiendo que me derramas la tinta encima y aguanto muchas tonterías, pero en la cara no, en la cara, no.

Multiverso.
Poético: El amor es simbiosis. El-a-mor-es-sim-bio-sis.
Pragmático: ¿Simbiosis? El amor es parásito. Es-pa-rá-si-to.
Poético: Es la fusión del sentido en el reposo de la respiración de unos labios contra otros…
Pragmático: Es una yincana de unos orgasmos contra otros…
Poético: …y finaliza en la concentración del Universo. Y solapa todas las dimensiones. Y allí confluye lo real con lo imaginario, unificando razón y sentimiento. Formando un vínculo invisible y poderoso pero quebradizo y letal. Que te vuelve invulnerable y te protege, envolviendo al cuerpo en un aura resplandeciente de armonía musical. Y el susurro de su nombre en soledad. Y la imagen de su sonrisa en el pensamiento. Y el adiós que te desgarra. Y el encuentro que te da la vida. Y el caminar que te embelesa. Y los ojos que te pierden. Y la mirada traviesa. Y los labios que muerden. Y el corazón que revienta.
Pragmático: …hasta que se acaba.
Poético: ¿Esto qué significa?
Pragmático: Te has emocionado. Te has venido arriba. Y el monólogo lo va a traducir tu madre de moral frágil. Lo digo en tu idioma, para que me entiendas mejor.
Poético: Intento omitir imprecisiones y vaguedades con fin de que el resultado pueda ser un mensaje comprensible y eficiente.
Pragmático: Tengo la sensación que ese papel ya está siendo representado con mejor resultado. Es intuición, nada serio.
Poético: El resultado mina mi moral aletargada por la incompetencia de la labor que con extraordinaria lucidez manifiesta realizar, un aspecto que me es imposible apreciar.
Pragmático: El amor acaba en desprecio.
Poético: El amor termina sin acabar.
Pragmático: El amor es veneno.
Poético: El amor es la droga que no te cansas de probar.
Pragmático: El amor cansa. El amor asesina. El amor se suicida cortándose las venas o reventándose las ideas con una escopeta de caza. El amor se prostituye en palabras bonitas y vacuas. El amor trafica con tu voluntad. El amor abusa de tu físico y tu intelecto. El amor te hace preso y un completo gilipollas.
Poético: ¿Cambio de papeles?
Pragmático: No, yo sigo traduciendo.



PS. Repite contigo. Vuelves para quedarte.