miércoles, 21 de diciembre de 2011

Fénix Desplumado.

La mente en blanco.
La incertidumbre del papel en blanco. Sólo unas líneas desgastadas y emborronadas que no dejan leer lo escrito. Quizás por miedo, aunque seguramente sea por desidia. Finalmente, los pensamientos también se diluyen en el papel. Porque pierden importancia y caen en el olvido. No sirve la espera para la escucha de tus propias peticiones, ya no hablo de realización que suena aún más improbable. Mientras tanto, el corazón dicta el deber de escuchar la pena ajena, ayudando en la medida de lo posible. Dar sin pedir factura se convierte en una difícil tarea en los tiempos que corren, sin que parezca que perseguimos obtener beneficio de ello. ¿No es suficiente beneficio o realización personal el propio hecho de dar? La subjetividad nos impide en todo momento anteponer o considerar algunos aspectos ignorados. Es difícil mantener una postura sobria y objetiva en la que no caigamos en equívocos, a veces, insalvables. Y no conseguimos darnos cuenta del error por egoísmo, soberbia, despiste o torpeza. Los despistes surgen de la despreocupación o de una especie de evasión momentánea de la realidad. Al final, no queda otra opción que aguantar la condena con resignación y la esperanza de conseguir rectificar, sabiendo que es imposible solventar un hecho pasado. La búsqueda de nuevas oportunidades te devuelve al papel en blanco y unas líneas desgastadas que miradas de reojo provocan terror. Aunque es posible encontrar regocijo al comprender que forman parte del pasado.

Calienta mis manos.
En la calle, unas manos desnudas
se hielan con el frío del invierno.
Unas maneras un poco rudas
labran un paraje yermo.

Una botella de alcohol suaviza
el corazón que se vuelve tierno.
Y atenazado en el soplo de la brisa,
esas manos se vuelven de hielo.

Ay, que esa cabeza se nubla
y a tenor de perder el conocimiento,
se encuentra una impactante rubia.

 Ay, que el corazón se pierde
y se deja llevar por un cuerpo
y ahora sus manos están calientes.

¿Qué está pasando?
El retrato de su silueta desdibujada en una fotografía. El éxtasis surgía al contemplar las instantáneas perdidas. Una catarsis aliviaba a algunos prisioneros hasta entonces encerrados. Los sentimientos tóxicos se evaporaban esperando ser repuestos por otros. De nada servía un lamento o un ruego a destiempo, que de igual manera y a tiempo, puede que tampoco tuviera efecto. Una caricia al viento y la mirada perdida. Echar la vista atrás levantaba piedras gigantes de igual tamaño que los huecos del alma. ¿Podría ser que alguna vez las palabras se tornaran más amables? El sabor de la amargura aún era reciente y envenenaba cada letra a su alcance. No importa que su interior estuviera a punto de explotar mientras que todo a su alrededor permaneciese estable. Levantó la mano y preguntó al sol la razón de aquel destello. Todo se proyectaba en blanco y no sabe si estaba muerto o sólo ciego. Y apretó los ojos con la esperanza puesta en esa fuerza para poder cambiar la realidad. Luego llegó la insatisfacción del fracaso, nunca fue buen compañero. El recuerdo nunca fue un gran aliado. Aunque algunos pasos le hundieron, cada nuevo paso firme le devolvía confianza y fuerzas para el camino que queda por delante.


PD: Vamos allá, ¿no?

martes, 20 de diciembre de 2011

Biblioteca Ilusoria.

La risa irónica.
Se le iba cayendo un pedazo de carcajada mientras bajaba por las escaleras. Siempre dejaba entrever una sonrisa al pensar en una de sus tonterías absurdas pero, ¿qué le iba a hacer si le encantaba hacerlo? Se sentía optimista por un día y decidió pensar en las cosas que tenía, en vez de pensar en las que había perdido. La risotada se revolcaba por el suelo, dejándole sin respiración. Siempre había sido paciente aunque ahora había algo que le decía que era el momento de triunfar. Parecía que la vida le susurraba la siguiente jugada. Por fin volver a probar el sabor de una victoria ya olvidada. Podía ver con total nitidez los acontecimientos futuros en clarividentes ensoñaciones. La risa se volvía histérica e incontrolable, a veces le ocurría, era tan fuerte la necesidad que incluso lágrimas salían de sus ojos. Escribió en un trozo de papel una predicción aunque realmente se tratase de un deseo. Y lo dejó volar esperando que a la vuelta volviera convertido en su delirio. Esperaba mirando por la ventana mientras las nubes pasaban regalando formas extrañas, en una de ellas le pareció ver su cara. Fue entonces cuando preguntó: “¿te he visto antes por aquí?” Evidentemente no hubo contestación. Se levantó de la silla y comenzó a reírse sin parar. Bajó las escaleras con las manos en la cabeza de incredulidad. Esa risa le devolvió una mirada irónica que le dejó sin aliento. Tirado en el corredor, encima de la alfombra, esperaba a tener fuerzas para incorporarse. Entonces fue cuando pensó por un momento: “vamos a ser positivos”. Y se quedó tirado en el suelo, riendo.

Don't
Perdió la cabeza y sólo quedó un viejo reloj de cuco. Iba saltando sin dar ningún paso y siempre bocabajo. El día le saludaba y él cortésmente contestaba con la mirada fija puesta en el fuego deslumbrante. Recorría las calles con la destreza de ir dando tumbos, haciendo parecer que se dirigía hacia ninguna parte. Era cierto que no tenía destino porque lo perdió en una partida de póker, ¿o lo que perdió fue el norte? Decidió mirar fijamente a la gente, haciendo que se sintieran incómodas, hasta el punto de recibir algún golpe de suerte. “Ni muerdo, ni tengo lepra, ni una cuenta corriente en el corazón”. Lo que tenía era pájaros en la cabeza. Quizás, por aquel aspecto estrafalario causaba reparo interactuar con él. O por las clases de natación que practicaba en una fuente. Sentía el mareo de la peonza al mirar hacia abajo y el vértigo le elevaba al infinito. La cabeza le daba vueltas, sería por la peonza. “Maldita sea”, encontraba un signo de exclamación en cada cajón desordenado. Mirándolo detenidamente no consiguió encontrar ni orden ni caos, sólo un sinsentido más. “¡Maldita sea”, sonaba una canción estruendosa de fondo. Realmente le reconfortaba, pero a ratos se hacía insoportable. La espiral engullía poco a poco su calavera y por poco se cagó en su puta… en ella, en aquella maldita calavera. Sonaba un jazz apasionante, desgarbado y rápido. Ese sonido le embelesaba tanto que su incredulidad le hacía golpear el cráneo contra la pared. De su cabeza, como si de una piñata se tratara, salió una nueva exclamación. La pared parecía sólida pero más dura era la cabezonería. “¡Maldita sea!”, ¿cómo sería la situación, que con la tontería, había perdido el final del texto? Que entró por la puerta y la cabeza salió despavorida. (Y una punzada en el corazón le hizo recobrar el sentido).

Súmate al cambio, ¡cojones ya! (Va por ti, Mariano)
Somos peones de un tablero roto. Estamos en medio de nada. Asumimos y digerimos sin crítica ni oposición. Hay que aguantar por la comodidad expectativa de los acontecimientos. Hechos de los que no somos partícipes, de los que no tenemos poder de decisión y parece no importarnos el planteamiento de tales negaciones. Escuchamos como el que oye llover y vemos con los ojos tapados. Quedamos hipnotizados entre noticias, cuanto menos, inquietantes. Preferimos darlo todo por perdido, sin contemplar la idea de intentar sumirnos en la pelea. Nos muestran las diferencias abiertamente y somos capaces de omitir la evidencia con tal de conservar lo que aún es seguro. Y la seguridad, mientras, se desvanece. Al menos aquí el llanto aún no es constante. Tan sólo nos alcanza la sombra del hambre que atenaza la vida de quien lo padece. Nos alejamos de los huérfanos de techo sin saber que la probabilidad de esa situación también nos alcanza. Se comprueba que no es suficiente predicar con el ejemplo, porque los pocos que lo hacen son más susceptibles de acabar contagiados por la actual dinámica que ser antídoto de esta mecánica decadente. ¿Sería posible abrir los ojos? ¿Querríamos hacerlo? La realidad aparte de cruel y traicionera guarda en nuestra predisposición la opción del cambio. ¿Por qué no aprovecharlo?




PD: And since we've no place to go. Let it snow.

miércoles, 14 de diciembre de 2011

Consecuencias Premeditadas.

La idea material.
Necesitamos un soporte material donde almacenar nuestras ideas porque son efímeras. Las ideas salen disparatadas de nuestra cabeza sin previo aviso, repentina y espontáneamente. En el momento de la eclosión, las ideas tienen un gran impacto en nuestra realidad pero a medida que transcurren los segundos, se van diluyendo sin remedio. Las ideas viven en un mundo de infinitas posibilidades y de repente una de ellas impacta sobre nuestra cabeza o conseguimos extraerla o volverá a su mundo para perderse para siempre o, si hay suerte, un poco de esfuerzo mental será suficiente para recuperarla. Jugamos con fuego, de ahí surge la necesidad de otorgar la inmortalidad a las ideas. Para preservar las ideas en el infinito, se deben desgarrar del plano abstracto del que se originan a uno material y perenne. Quedando así grabadas estáticamente para siempre, preservando el conocimiento que en ellas pueda haber. Aún así, es curioso como alguna de éstas va precipitando e impregna nuestro ser, formando una aleación especial. Sin darnos cuenta, esas ideas etéreas e inmateriales, incluso espectrales, van formando parte de nosotros. Se van apilando y de esa manera nos edificamos. Cada idea nos hace crecer y al mismo tiempo nos limita. No podemos abarcarlas todas y surge una especie de discriminación. Las ideas contradictorias, o que a nuestro parecer lo sean, se repelen de la misma forma que partículas de igual carga. El fondo es distinto pero la forma de la que hablan es la misma. Llega un momento en el que la fortaleza interior que conformamos se colapsa y queda falta de ideas que la enriquezcan. De repente llega una idea especial, la tolerancia. No es de fácil obtención pero una vez que consigues hacerte con ella, serás capaz de tomar ideas que no compartes y usarlas en tu construcción. No de forma hipócrita, que pudre los ladrillos, sino con la humildad que te proporciona el respeto del pensamiento ajeno. No todas las ideas formarán parte de nuestro castillo en las nubes, pero no caer en el dogma nos otorga un mayor rango de crecimiento. De cada uno depende el uso que demos de las ideas.

Regreso al presente.
Era un tipo de vicios nocturnos y vida solitaria. Entraba en los bares, borracho, para empolvarse la nariz en los aseos. A veces, salía con ganas de bronca. Siempre que pasaba esto, acababa ganándose una paliza. Su gabardina lo atestiguaba con las marcas de antiguas manchas de sangre. Bueno, no todas estaban ahí por eso. Se tambaleaba como podía hasta el casino más cercano. Si le dejaban entrar, jugaba un poco al veintiuno. En un día de suerte, era posible que acabase la noche acostado al lado de una de las fulanas de “alto standing” que frecuentaban esos lugares en busca de tipos con fortuna. Aunque hacía tiempo que la suerte le había dado la espalda. Su vida consistía en evadirse de su vida. En un punto de inflexión, todo carecía de sentido y ahí quedó atrapado. Estaba harto, decidió volver al pasado. Sentía la obligación de ahorrarse el sufrimiento. En cuanto se vio por la calle, sacó su revólver y se pegó un disparo en la sien. No le tembló el pulso. Al cabo de unos segundos se sintió relajado pero un reflejo de su mundo le devolvió la mirada y sin pensarlo echó un trago. Creía al alcohol aliado contra el dolor de su corazón, sin pensar que estaba siendo cruel enemigo de su vida. Viajó al futuro sin esperanza. Fue a hacerse una visita a la cárcel. Se encontró extraño o mejor dicho, extrañamente ilusionado. Habló consigo mismo de cómo había conseguido recuperar la fe en su vida. Se rehabilitó pasando un dolor sobrehumano que le mostró algo de esperanza. Una vez que abandonó las drogas, entró reticente a las terapias. Cada día que pasaba su carácter se iba suavizando, siendo así capaz de volver a tomar las riendas de su vida y de su propia consciencia. Todo mejoraba, volvía a cobrar el sentido perdido, tenía ganas de vivir. Todo eran ánimo y elogios por parte de quienes le rodeaban. Sentía que había ganado a pulso una nueva oportunidad. Al ver todos estos logros, no le quedó otro remedio que pegarse un tiro de nuevo. Finalmente, volvió al presente que nunca debió haber abandonado.




PD: Había pensado escribir algo divertido, pero definitivamente no es el momento. Supongo que ya habrá otra ocasión...

miércoles, 7 de diciembre de 2011

Puño Aletargado.

El chafardémico.
Muchas veces he pensado en la analogía existente entre el cuerpo humano y la ingeniería. Mis conclusiones acerca del tema derivan en dos: que el ser humano sea una obra de ingeniería y que la ingeniería derive del estudio del ser humano, aparte del estudio de las demás especies que también contribuyen al desarrollo de la misma. El cuerpo humano es un conjunto de sistemas interconectados con una armonía inquietante. Empezando por el sistema digestivo que empieza en la boca, un triturador de alimentos. Después podemos encontrar conducciones como la faringe o el esófago. También hay válvulas como pueden ser la glotis o el cardias y el píloro que controlan la entrada y salida de materia al estómago. El propio estómago podría considerarse como un digestor anaerobio o cuasi-anaerobio que, básicamente, sería un reactor donde se transforman las sustancias que entran en productos con mayor facilidad para ser asimilados. El hígado y el páncreas que son tanques de almacenamiento que segregan sustancias cuando es preciso, además el hígado es un separador de sustancias tóxicas provenientes de la sangre. Los intestinos podrían ser considerados como reactores tubulares, siendo más clara esta visión en el intestino delgado que además tendría la función de un separador de membrana que pasa los nutrientes que necesitamos a la sangre. El resto serían desechos que se acumulan en intestino grueso donde pierden agua y finalmente son purgados en el ano. Todo esto existe artificialmente, en algunos casos el nivel de sofisticación es menor y en otro es mayor. Sigamos con el sistema respiratorio en el que nuestro captador es la nariz. En la nariz hay pelos que podrían asimilarse a separadores por impacto que retienen las partículas sólidas que son susceptibles de causar daños. Conducciones, de nuevo, como la faringe y laringe. Luego encontramos los pulmones que se ramifican en centenares de conductos, bronquios y bronquiolos y que acaban en los alvéolos que son absorbedores/desorbedores minúsculos que dejan pasar oxígeno a la sangre que lo absorbe y a su vez libera dióxido de carbono que se desorbe (ambos procesos están concretados porque entran en juego otros gases). El sistema circulatorio, corazón del cuerpo humano, nunca mejor dicho. El corazón es una bomba peristáltica, bastante sofisticada, que irriga de sangre arterias y venas. Estas arterias y venas, además de ser las conducciones para la sangre que irrigan los órganos de todos los demás aparatos, constituyen un intercambiador de calor corporal, haciendo que nos mantengamos calientes y así regular nuestra temperatura corporal cuando el exterior está frío. La sangre es el fluido que aporta calor y además es portador de un sinfín de sustancias que va intercambiando al pasar por los distintos órganos y células de nuestro cuerpo. La sangre toma nutrientes que lleva hasta las células y retira de ellas las sustancias de desecho que producen, obtiene oxígeno que proporciona a las células para su metabolismo y retira el dióxido de carbono que se produce en dichas reacciones. Esa especie de armonía con la que todo se conecta es impresionante. El sistema excretor consta de dos grandes filtros, los riñones, donde las sustancias de desecho que producen las células y pasan a la sangre, se separan en las nefronas que son pequeños filtros. La vejiga sería una especie de decantador donde se almacena el desecho y luego se purga por la uretra. Además este sistema consta de las glándulas sudoríparas que, además de cumplir la función excretora, al segregar el sudor nos aportan un fluido que retira calor de nuestro cuerpo, regulando de esa manera nuestra temperatura para evitar un exceso en la temperatura corporal. Nuestras células, especializadas o no, son pilas. Almacenan energía que luego liberarán para la consecución de diferentes procesos, ya sea de mantenimiento, producción o funciones motoras. Y para finalizar está el gran sistema de control del cuerpo humano, el sistema nervioso. Se divide en dos, central y periférico. El cerebro sigue siendo una caja negra, pero podría considerarse como símil un ordenador, junto con el cerebelo y el bulbo raquídeo forman el sistema central, básicamente son controladores de las funciones de los demás aparatos, además el cerebro es el generador de una de las herramientas, a mi juicio, más importante y devastadora que existe, el pensamiento. El sistema nervioso periférico lo conforma, los nervios que sería una especie de cableado inconexo que transmite la información que recibe de los distintos sensores corporales y la médula espinal que es cuarto controlador que tenemos alojado. Todo este entramado es el culpable de que nuestra vida siga su curso. Faltan cosas por citar, como la piel, huesos, músculos y glándulas que segragan distintos tipos de sustancias y hormonas. Tampoco he hablado del aparato reproductor que se encarga de perpetuar la especie y lo que no es perpetuar. Pero, ¿qué queréis?, lo mío no es la anatomía, sino la ingeniería…

Lágrimas de sangre.
Las manos le olían a limón, siempre había pensado que era de exprimir fuerte la vida. Por desgracia, eran consecuencia de frotarse las lágrimas que manaban de sus ojos. A su paso dejaban un surco ácido que le quemaba la piel, mientras tanto, el escozor de sus ojos provocaba la aparición de más lágrimas. Irónicamente era la vida quien le exprimía, privándole de ilusión o esperanza. Alcanzó un trapo con el que secar esas lágrimas para poder empezar a serenarse. Cogió una de esas pequeñas gotas cristalinas a medida que iba cayendo por su cara y la dejó colgando en su dedo. Se metió el dedo en la boca y la saboreó, comprobó el sabor de lo que sentía y no le gustó. No era desagradable, pero no le gustaba la idea de asociar el sabor al sentimiento. Se prometió que se volvería más fuerte. Cada mañana desayunaba el zumo de medio limón, sabía que si algún día era capaz de aceptar ese sabor, lo que desencadenó el sentimiento carecería de importancia. De esa manera pasaron los meses y el limón iba perdiendo sabor, transformándose en una sensación bien conocida por su paladar. Ya era algo común y sin darse cuenta consiguió su objetivo. Los surcos de su cara aún le recordaban el dolor padecido, pero ya era agua pasada. Ya no le dolía ni el recuerdo del dolor. Estaba satisfecho de que aquel sabor no significara nada. Matando el sabor, ya no podía ser ni malo, ni bueno. El limón no sabía a nada. Siempre llega el momento en el que la vida te exprime con fuerza y de nuevo cayeron lágrimas de sus ojos. Ahora sus manos olían a naranja. "¿Quién sabe si algún día la vida te exprima con tal fuerza, que tiña tus manos de rojo?"

El puzle maldito, el maldito puzle.
Recogía los pedacitos de lo que una vez fueron sus sueños y esperaba que encajasen en un nuevo puzle. Al principio nada tenía sentido, ninguna pieza encajaba. La situación seguía siendo triste pero no desesperó y siguió esperando. Para su sorpresa, a medida que transcurría el tiempo algunas piezas volvía a encajar. Eso le devolvió la ilusión. Empezó a reconstruir aquello que las piezas le permitían. Aún habían grandes vacíos, pero era reconfortante ver que, poco a poco, se iban llenando. Las piezas iban limando sus asperezas y mágicamente iban tomando la forma que permitían la unión entre unas y otras. El puzle iba tomando forma a cada paso que daba. Los huecos eran ahora minúsculos, en los que apenas cabía una pieza. Y por fin, llegó el ansiado momento de colocar la última pieza. Para su desgracia no la encontraba. Una gran angustia le recorría todo el cuerpo. No sólo le faltaba la pieza que completaría su puzle sino que mientras intentaba encontrarla tenía que tener cuidado de que el puzle no volviese a deshacerse. Desafortunadamente no era capaz de hacer ambas cosas a la vez. Tendría que escoger entre conformarse o arriesgarse. Pensando en el resultado de su elección, en ambas visiones se veía recogiendo pedacitos.




PD: Mi reino por la pieza que falta... mi reino por el sueño más certero... mi reino por la nube más alta... mi reino por el dolor más placentero...

jueves, 24 de noviembre de 2011

Nube Inquisidora.

La razón, irracional.
Una primera imagen viaja, siendo capturada por sus pupilas. El negativo de la misma permanece estático en su retina, que proporciona la condición necesaria para accionar el mecanismo de disparo de una fotografía mental. Esa imagen queda grabada en su pensamiento. Una imagen que al recordarla hace que, poco a poco, vaya perdiendo la mirada en el infinito de la imaginación de su ser. Y ese poderoso concepto se aloja en el recipiente de las incógnitas. Un estímulo activa las conexiones del intelecto y éste manda diferentes señales sinápticas a órganos remotos para que generen una respuesta en consecuencia. Entonces, empiezan a segregar un compendio de sustancias químicas precisas que dan lugar a reacciones que, posteriormente, provocan una convulsión en su interior. Con sólo una imagen mental es capaz de estremecerse y hacer que el resto de su mundo pierda paulatinamente importancia durante ese periodo de tiempo. Una imagen que es capaz de arrancarle los mejores pensamientos y sentimientos. Una imagen que le eleva y le hace flotar. La imagen de la persona amada, ya sea un concepto concreto o una idea abstracta. Y aún así con un poder ilimitado. Pero, ¿no falta algo? ¿Dónde se encuentra el desencadenante que permite a esa imagen, material o intuitiva, desencadenar en él todo ese tipo de sensaciones? Ese engranaje fundamental es sin duda, el amor. Porque a pesar de lo que se pueda pensar, el amor no es un fin sino el principio de todo.
N. del A. Eso es lo verdaderamente maravilloso. Que la razón de todo sea algo irracional. Algo que no controlas, algo que surge sin pedir permiso. Es como si el orden estuviera controlado por el caos. Intentar buscarle una explicación, es comenzar un viaje sin destino. El desencadenante de todo ese súmmum es irracional. ¿Por qué te quiero? Porque te quiero. Si no fuera así, ya no sería amor. Para el amor sobran las razones.

¿Cambio?
¿Qué inspira la necesidad de cambio? ¿La inercia o la necesidad de mejorar? Desgraciadamente, pienso que la cruda realidad deja patente el primero de los preceptos (dejando que mi pesimismo siga dictando el camino). Escuchando, puede observarse (tremenda ironía) una homogenización de las ideas. Nos adecuamos a una línea de pensamiento ajena, que lejos de venir impuesta, va calando en nosotros con sutileza. ¿Por qué decidimos perder nuestra esencia individual (por decirlo del algún modo)?, ¿es por el hecho de la necesidad de ser aceptados? Sea como sea, quedará demostrado que se trata de una herramienta de manipulación. No hay manera más sencilla de controlar a las masas que la creación de un pensamiento autómata. Además, para nosotros como individuos es más cómodo no tener que pararnos a cuestionar nuestros pensamientos, sino tener la tranquilidad de saber que son los correctos (como si de verdad existiera una forma correcta de pensar de manera objetiva). Se trata la opinión como cúspide de la verdad absoluta. Existe una barrera, formada por parte de miedo, falta de confianza y es posible que despreocupación, que refleja un reparo a la hora de expresar nuestras ideas. A parte, se trata de confundirnos entre banalidades para que las dotemos de gran relevancia, aparcando lo realmente importante (aunque evidentemente esto no es más que otra opinión subjetiva más). La necesidad de mejora de la que se hablaba al principio, necesita de multitud de principios que se desprecian. Uno de ellos puede ser la reflexión. Absolutamente todo puede ser objeto de análisis y crítica, no como algo destructivo y negativo, sino con la idea presente de la necesidad de mejorar. Esto enunciado de manera difusa y abstracta mediante mis palabras, puede concretarse en ideas de nuestro pensamiento. Mi tarea ya no es esa (en realidad carezco de tarea), de otro modo, estaría jugando al mismo juego que quien anquilosa el sistema. Ahora es deber de cada uno, reflexionar (no es una orden o mandato, sólo expreso la acción que debería llevarse a cabo).
N. del A. Mientras lo escribía me he dado cuenta de que le he copiado el estilo a Yo… Soy un copión.

Carta de San José, Pablo, a los sedientos.
Hermanos, con las dos manos. Os contaré una historia, basada en hechos reales, del final de nuestro calvario. En una fría tarde de invierno, el cansancio iba haciendo mella en nuestro reducido grupo. El esfuerzo físico llegaba al punto de cobrar el agotamiento. El camino era arduo pero contábamos con la comodidad del desplazamiento motorizado. En pleno camino, debido al castigo infligido y a las condiciones del entorno, surgió una necesidad impetuosa, la sed. La situación era crítica y al ser conscientes de la misma, rogamos a nuestro señor por que se cubriese nuestra necesidad. Un simple: “tengo sed, ¿tienes agua?” propició la respuesta del todopoderoso a mis suplicas y con ella el gran preciado bien que demandábamos. De forma milagrosa, el vehículo proporcionó de improviso un zumo de manzana y melocotón con el que aplacar esa incesante sed. Cuando me dispuse a dar cuenta del mismo, mi mano izquierda guiada por la mano de nuestro señor, hizo que asiera la herramienta con la que alcanzar mi propósito. La mano en un acto completamente incontrolado, sacó una pequeña cañita del plástico de uno de los laterales de nuestro carruaje. Fue entonces, cuando el milagro fue obrado por completo. Hermanos, recordad siempre que si vuestras plegarias son humildes, serás escuchadas y se satisfarán. Alabado sea nuestro señor.




PD: Sentía que estaba perdiendo un poco el norte a la hora de escribir, pero con esta entrada estoy satisfecho. Independientemente de lo que pueda llegar a ser...

martes, 15 de noviembre de 2011

Dimisión Sustancial.

Jugando con el refranero.
Si en el país de los ciegos, el tuerto es el rey, ¿para qué ir mirando dientes de caballos regalados? Si es mejor dar que recibir, ¿por qué donde manda capitán, no manda marinero? Será porque en boca cerrada no entren moscas, ya que más sabe el diablo por viejo que por diablo. Si al que madruga, Dios le ayuda, ¿por qué si no por mucho madrugar amanece más temprano? ¿Y para qué madrugar, si es mejor no dejar para mañana lo que puedas hacer hoy?, sabiendo que nunca es tarde si la dicha es buena. Si en el país de los ciegos el tuerto es rey, ¿para qué hacer bien sin mirar a quién? De tal palo, tal astilla y aún así, no es oro todo lo que reluce. Dime con quién andas y te diré quién eres, porque es mejor estar solo que mal acompañado. Si el perfume bueno viene en frasco pequeño, ¿por qué hay que arrimarse a un buen árbol para que su sombra te cobije? Si el que la hace, la paga, ¿por qué no hay mal que por bien no venga? A lo hecho, pecho, porque mal de muchos es consuelo de tontos. ¿Por qué es mejor pájaro en mano que ciento volando, si se pueden matar dos pájaros de un tiro? Quien siembra vientos, recoge tempestades porque en todas partes cuecen habas y aún así a mal tiempo, buena cara. Si a palabras necias oídos sordos, ¿así cómo muere el pez por la boca? Si en el país de los ciegos el tuerto es el rey, ¿para qué demonios ver, si ojos que no ven corazón que no siente?

If (por Antonio Fernandez Muñoz)
"Si puedes mantener la cabeza cuando todo a tu alrededor pierde la suya. Si puedes confiar en ti cuando todos dudan, pero admitir también sus dudas. Si puedes esperar sin cansarte de la espera y aún, gozar de ella. Y si eres engañado no pagar con mentiras, o si odiado no odiar a tu vez, sin creerte por ello ni demasiado bueno ni demasiado sabio. Si puedes soñar sin que los sueños te adormezcan y pensar sin hacerte esclavo de tus ideas. Si puedes enfrentarte al triunfo y al desastre y tratar del mismo modo a ambos farsantes. Si puedes mirar las cosas que en tu vida has roto y recogiéndolas, reconstruirlas con paciencia. Si puedes amontonar todos tus triunfos y arriesgarlos a un solo golpe de suerte y después de perder empezar de nuevo sin añorar lo perdido. Si puedes forzar tus nervios y tus tendones para jugar tu turno cuando ya parezcas derrotado y resistir cuando no te quede nada, salvo la voluntad de resistir. Si puedes hablar a las multitudes sin perder tu capacidad de escuchar. Si puedes tratar con los poderosos sin contagiarte de su soberbia. Si ni amigos ni enemigos pueden herirte. Si cuentas con todos pero con ninguno demasiado. Si puedes percibir ese minuto exquisito en el que cada uno de los sesenta segundos cuenta, tuya será la tierra y todo lo que en ella habita. Pero lo que es más importante, serás un hombre, hijo mío".




PD: No suelo hacer citas y cuando lo hago es porque creo que es algo que merece la pena. A mí me anima. De hecho, lo considero mi aspiración. Y al primero mi falta de inspiración.

sábado, 29 de octubre de 2011

Galaxias Dúctiles.

Sueño entre luces y sombras.
Se quedó dormido una noche de su infancia. Despertó en una especie de sueño extraño. Todo parecía seguir con normalidad, su vida transcurría sin cambios sustanciales. Vivió una infancia feliz o al menos eso le pareció. Aquellos días estuvieron inundados de risas y diversión. Empezó a surgir la chispa de la amistad que con tiempo fue consolidándose en llamaradas más profundas. Los amigos de la niñez son algo especial que lamentablemente en su caso se quedaron en aquel tiempo perdido. Algunos esperando ser rescatados por el futuro, literalmente. Y otros o los mismos, respaldados por su pensamiento. En un determinado instante esa infancia desapareció en un fogonazo, simulando que nunca hubo existido. Más tarde surgió la etapa de las sombras. Se escondía entre tinieblas por las que en ocasiones asomaba una luz tenue. La luz era suficientemente intensa como para que su calor templara su corazón helado. La luz brillaba más fuerte con el paso de los días, guiándole a lo que parecía el final de un camino. De repente esa luz se apagó, pasando de estar entre sombras a internarse en la oscuridad completa. Su corazón agrietado por volver de nuevo al frío, terminó por volverse de piedra. No podía aguantar solo, detestaba el eterno incordio de su compañía. Vivía por inercia, más que por convicción. Fue entonces cuando encontró una pequeña luciérnaga de color. Revoloteaba a su alrededor, mientras que unas pocas más se acercaban. Poco a poco le hicieron flotar, le elevaban al cielo infinito. Le salvaron, enfrentándole a su tormento oscuro. Le devolvieron la luz del Sol y empezaba de nuevo a aprender lo que era ser feliz. Después de aquello pudo volver a dormir. Se despertó a la mañana siguiente en aquella habitación de su infancia. Tenía cinco años y aquella noche había vivido gran parte de su vida. Con los ojos empapados de lágrimas, supo que la felicidad volvería algún día.

Esto va de inventos.
Daba cabezazos intercalados entre las sucesivas clases que le impartían. Cada palabra pronunciada era una pesada losa que se descargaba sobre sus párpados. Mantener la concentración se volvía entonces misión imposible. Llegaba el momento de divagar, mantener una posición fija solapada con un asentimiento asimétrico que pudiera ayudarle en el despiste. Pensó en lo bien que le vendría poder salir de su cuerpo en aquel momento. En cierta manera podía hacerlo, pero necesitaba algo que estuviera dotado de mayor pragmatismo. Se le ocurrió una idea para un nuevo invento revolucionario. Un generador individual de viajes astrales. Es sencillo, consistiría en un pequeño dispositivo con el que trasladar la conciencia a un destino más placentero. Por supuesto, sin perder las capacidades de comprensión del lugar en el que estés situado físicamente en dicho momento. Podrías estar a la vez en clase y además en un destino previamente elegido personalmente. Se programaría la duración del viaje astral y una vez finalizado volvería a la realidad. Después de pensarlo fríamente desechó la idea. “Ves demasiadas películas”, se dijo a sí mismo. Además no era nada novedoso, ya se había hecho en Matrix. Y por si fuera poco, veía un poderoso inconveniente. Cabía la posibilidad de que en un momento dado no pudieras diferenciar realidad de ficción. Que tu mente te confundiera por culpa de estar viviendo en una realidad ficticia más favorable, llegando a renegar de la verdadera. “Definitivamente, ves demasiadas películas”, se dijo, ya preocupado. Finalmente, acabó la clase. Estaba contento, consiguió su propósito casi sin pensarlo. Rogaba porque su imaginación siguiera igual de lúcida en la siguiente hora. Aunque era sabedor de que era una posibilidad tremendamente improbable. En otra ocasión les contaré, cómo en un día lluvioso del que salió completamente empapado, inventó un aparato con el que no mojarse en días de viento y que nada tiene que ver con un chubasquero. Gracias por su atención y hasta otro memento.




PD: Cada semana gana pendiente, haciéndose más cuesta arriba...

lunes, 17 de octubre de 2011

Feliz Cumpleaños, Tú.

De las puertas del blog sale un pequeño cuento para ti...

La ninfa y el príncipe.
Suavemente despertaba aquella ninfa con su bosque. Recorría, bailando, los árboles en una celestial armonía. Iluminada por el sol dejaba una estela brillante que a cualquiera impresionaba.
Quienes olían su perfume quedaban prendados de su dulzura. Un leve toque en el suelo le bastaba para hacer crecer las flores. Ilusionado un joven tritón le pidió que fuera con él, diciéndole que la amaba. Ella, tímidamente le rechazó. No quería estar viviendo de por vida debajo del agua. Resentido el tritón se marchó decepcionado. Su corazón ahora sí parecía haberse ahogado. El agua sólo le servía como espejo donde contemplarse cuando se aburría. Siempre que eso pasaba, aparecían pequeños pececillos que acudían a jugar con ella.
Mientras, la vida en el bosque transcurría a su alrededor permanentemente. Incluso los animales más fieros se dejaban tocar mansos por sus delicadas manos.
Cada esencia vital se fusionaba mágicamente con su alma forestal. Otro pretendiente entonces aparecía. En esta ocasión un fauno que le prometía amor eterno. Razones no le faltaban, pero aún así era demasiado feo para gozar de su compañía. Aquella noble y romántica bestia, carecía de la belleza aparente que ella necesitaba. Zonas del corazón del fauno desesperaban y aunque su amor era puro e incorruptible, así también fue su ira. Otra alma en pena abandonaba el deseo de poder contentar a aquella fuerza de la naturaleza. Nadie parecía querer volver a intentar tamaño reto. Pasaría mucho tiempo hasta que eso volviera a suceder.
Entonces, un joven príncipe se perdió en el bosque. Solo y preocupado, encontró por sorpresa a la ninfa.
Todo su cuerpo se erizó al verla y quedó completamente enamorado de su fugaz silueta. Unas palabras bastaron para que ella dejara de huir. Le juró amor eterno si le ayudaba a salir del bosque. Y la ninfa al ver sus preciosos y cristalinos ojos no pudo negarse. Obediente le acompañó y al llegar al final del camino se desplomó sin vida, la ninfa.
...
La bella ninfa murió por un amor que le hizo desprenderse de su vida, abandonando así su bosque. Ella pensaba que valía la pena.




PD: Y todavía me quedaría poder verte una vez más si fuera posible...

miércoles, 12 de octubre de 2011

Violet Sunset.

Dilema del prisionero III.
El silencio se volvió molesto en aquella habitación. Pasaron algunos minutos y ambos presos esperaban que algún suceso rompiera aquella desesperante monotonía. Cada segundo era eterno y agónico, la tensión y el nerviosismo que padecían, parecía que les abatiría de un momento a otro. Todo estaba en calma y de repente, la puerta se abrió. Nuestro rechoncho personaje volvía a entrar por aquella portezuela para alivio de nuestros amigos. En su cara se dibujaba una tímida sonrisa, todo parecía indicar que lo había conseguido.
- Bueno, ¿qué tal? Habla ya que me vas a provocar un infarto – comenzó diciendo el personaje extraño.
- Aquí tengo la llave de tu libertad. No fue fácil, pero lo conseguí. Intercambié las llaves con ambos presos y les liberé. No confiaban el uno del otro, así que lo dejaron en mis manos… – explicaba con confianza el hombre tembloroso.
- Déjate de historias, vamos a lo que nos concierne. La llave, por favor – interrumpía el misterioso preso.
- No tan rápido. La llave que quieres es la mía. Cambia tu llave conmigo y ya arreglaremos la situación entre nosotros – contestó ágilmente el protagonista.
- Bien, al fin y al cabo sólo quiero rescatar a mi compañero. Toma, apañaos como podáis – le dijo el preso libre mientras intercambiaban sus respectivas llaves.
Acto seguido, aquel hombre abandonó la habitación para liberar a su compañero ciego al que le hizo una fea jugada, mientras dejaba a aquellos dos hombres a su suerte.
- Parece ser que sólo confías en tus propias posibilidades, amigo – sentenció aquel peculiar personaje, iniciando la conversación.
- Es la misma estrategia que has jugado desde el principio y de esa forma me cubro las espaldas. Volvemos al principio pero ahora la situación ha cambiado. Creo que ahora la negociación es viable – respondió el protagonista.
- Así es, y bien, ¿qué propones ahora? – preguntó el oscuro personaje.
- Alcemos un brazo con la llave e intercambiemos las llaves con una sola mano. De esa forma aseguraremos el intercambio – caviló el protagonista.
- Estoy de acuerdo, procedamos – dijo aquel tipo poco común algo inquieto.
Cambiaron las llaves e inmediatamente intentaron abrir las puertas de sus respectivas celdas. Nuestro protagonista metió la llave apresuradamente en la cerradura e intentó girar pero no le fue posible. La puerta no se abría con aquella llave, contemplaba atónito su situación mientras veía como aquel tipo raro conseguía salir de su celda sin problemas. Constató como sus miedo iniciales se transformaron en realidad.
- Te lo dije desde un principio, amigo. Lo mejor es no tener que fiarse de nadie. Desafortunadamente para ti, te equivocaste en tu elección. Deberías haber dejado que te salvara el gordito – afirmaba satisfecho.
- Pero, ¿cómo? – acertó a decir el protagonista.
- ¿Qué importa eso ahora? Ahora hay que afrontar la realidad, yo disfrutaré de mi libertad y tú de una soledad insoportable. Suerte, amigo – sin más aquel malvado personaje abandonó la habitación. Nuestro protagonista seguiría encerrado hasta el fin de sus días o hasta el día en el que la benevolencia de algún otro trajese consigo su ansiada libertad.
FIN


La dependencia del ser (o no ser).
Depender de alguien y estar solo es algo muy doloroso. Es algo que sabía bien, algo que había experimentado a fondo. Sabía lo que era el dolor de la necesidad. Sabía lo que era el vacío. Vacíos que existieron y existen y que por alguna razón no pudieron ser llenados en un momento determinado. Cada uno de esos vacíos acabaron por agujerearle por dentro, rompiéndole. Y esa sensación de vacío interior se contrasta con el tiempo por la de sentirse roto por dentro. Grietas profundas que le vuelven inservible e inestable. Convive con multitud de síntomas confusos que no podrá analizar hasta haber dejado pasar aquel instante tormentoso. Tener miedo al amor era para él un juego de niños, teniendo en cuenta que por un lapso temporal indeterminado, él tuvo que renegar del amor. Renegar del amor puede ser fácil pero es tremendamente doloroso cuando es un hecho que quieres a alguien. No poder decirle a la persona que quieres eso mismo, se convierte en un lastre difícil de soportar. Es posible que sea llevadero al comienzo pero poco a poco se convierte en la sentencia de muerte de sus sentimientos. Ataca cuando menos lo esperas de una forma brutal e incontrolable. Al no ser capaz de afrontar esa pena, la guarda en su interior bajo llave, en un capítulo que es mejor no abrir. Un libro inconcluso sobre el que es mejor no preguntar. Encerrada queda toda su angustia y su lamento. La soledad es cruel enemigo y pese a ello, se forzaba sufrir su compañía. Qué irónico… Esa misma soledad escribiría capítulos en aquel libro oscuro y peligroso. Qué duro es necesitar a alguien y no poder disfrutar de la compañía de nadie. Tener que rechazar su propia salvación, su alegría, su felicidad, le destruía poco a poco. Cuando parece que fin se acerca y existe la posibilidad de tomar el control de su vida, le mandan a la casilla de salida de una patada. Se empiezan a buscar culpable ajenos inexistentes, cuando el culpable es la misma persona que padece. El fallo estaba no haber actuado correctamente. Sabía que con seguridad su pesar era un grano en la inmensidad del padecimiento de otros. Por eso, ¿para qué se iba a quejar?




PD: Creo que no tengo mala memoria. Pero últimamente tengo la sensación continua de que se me escapan cosas. No es la primera vez que me pasa y la verdad es que es bastante molesto. Espero que no dure demasiado.

lunes, 3 de octubre de 2011

Descanso Escaso.

Dilema del prisionero II.
Durante aquella inquietante conversación que no parecía llegar a ninguna parte, ocurrió algo impredecible. La puerta de la sala se abrió y un nuevo personaje entró en ella. Entró raudo y pálido. Estaba fatigado, visiblemente nervioso y además hiperventilaba. El sudor le recorría cara y cuerpo. No era consciente de que las celdas de la habitación estaban ocupadas y antes de que pudiera serlo, los presos se hicieron notar.
- Interesante… - dijo nuestro extraño amigo.
- Esto lo cambia todo – suspiraba el protagonista.
- ¿Qué? – articuló aquel pobre hombre como pudo.
- Eso mismo me pregunto yo, ¿qué demonios haces aquí? – preguntó con esa manera estrafalaria que tenía al hablar.
- No tengo la menor idea, sé lo mismo que vosotros – contestó el hombre asustado.
- Error, amigo. Lo mismo, no. Hay una diferencia fundamental, tú estás libre y nosotros, no – reprendía contundentemente.
- Nuestra situación es la que es por tu culpa. Déjame que te lo recuerde – respondía el protagonista con soltura.
- Esa no es la cuestión ahora. Desembucha, mi bamboleante amigo – evadía astutamente el raro personaje.
- Ehm, bueno… - balbuceaba.
- No tenemos todo el día. Habla ya, maldito patoso – dijo molesto por la actitud de aquel hombre.
- Le robé mi llave a un ciego. Mi compañero de celda era ciego y le mentí. Estábamos hablando sobre nuestra situación y encontró su llave. La palpó pero no sabía que era, le dije que la penumbra no me dejaba ayudarle y le pedí que me la lanzara. Evidentemente era mentira, sabía que era mi llave y cuando la atrapé salí corriendo de aquella sala. Eso es todo, seguidamente he aparecido aquí. Engañé a mi compañero ciego… - dijo el hombre sintiéndose culpable.
- ¿Qué número tiene la habitación de tu compañero? – preguntó nuestro protagonista.
- Mi celda era la nº4 y mi compañero la nº3, evidentemente él tenía mi llave – susurró preocupado.
- Justo la llave que tengo, qué casualidad – respondió aliviado el protagonista al empezar a ver al fin la luz en el camino.
- Dámela, por favor – le pidió aquel hombre ilusionado.
- Parad el carro, antes de nada. ¿Cuál es tu llave? – insistía el tipo extravagante.
- Tengo la llave nº5, por lo que veo no es de aquí – explicó confuso.
- Maldita sea, ¿dónde diablos está la llave de mi celda? – farfullaba aquel atípico personaje.
- Veo que volvemos a estar en punto muerto. Mi compañero tiene mi llave, tú tienes la llave de un desconocido y yo tengo la llave que quieres – explicaba el protagonista.
- Si de verdad quieres la libertad de tu amigo, tendrás que buscar la mía. La cadena es sencilla, buscas en la nueva habitación al destinatario de tu llave y que él abra la celda de su compañero. Seguramente él tenga mi llave, de esa manera, yo liberaría a mi compañero y tú obtendrías la libertad de tu querido compañero – arengaba sibilinamente el extraño preso.
- Estoy conforme – sentenció el protagonista.
- Veré que se puede hacer – concluía aquel hombre, visiblemente más tranquilo.
Los presos permanecían expectantes, mientras el hombre se internaba en la nueva habitación. A saber qué nuevos problemas se presentarían…

Lágrimas de cristal.
Las lágrimas de caramelo se forman en la máxima expresión de un sentimiento, eso es algo que ya sabemos. Ahora toca adentrarse en otra versión de la solidificación de las lágrimas. Suele ocurrir cuando una situación triste se instala entre nuestros sentimientos. La tristeza, por naturaleza, puede ser un sentimiento estático, al contrario que la alegría o la felicidad que, generalmente, son algo efímero. Las lágrimas condensan, tomando forma de cristal. Las lágrimas de cristal son nuestras mayores penas, nuestros tormentos más dolorosos. Son situaciones que arrastramos con nosotros y nos van rasgando poco a poco por dentro. Son lágrimas peligrosas, no tienen la potencia de las lágrimas de caramelo, pero la principal característica que puede hacerlas letales, es su duración. En la mayoría de ocasiones, son lágrimas indestructibles. Viven con su poseedor y van creciendo en su interior. Puede ser que su crecimiento se vea interrumpido por olvido de su dueño, en determinadas ocasiones pueden también encoger. Pero si no son destruidas, siguen ahí. Latentes. Nunca desaparecerán, a menos que aquello que las creó, consiga solucionarse. Una vez que eso sucede, de la misma forma que se fraguo la lágrima de cristal, vuelve a transformarse en líquido y desaparece. Deja una sensación de alivio, pero también preocupación y cierto estado de alerta. Al morir, las lágrimas de cristal que no fueron disueltas, quedan cristalizadas para toda la eternidad. Cuidado al llorar lágrimas de cristal.

Lastimera reflexión.
Es curiosa la manera en la que las mayores discusiones surgen de las mayores tonterías. Generalmente, sucesos aislados, situaciones intranscendentales acaecen en determinados momentos en los que el estado emocional no acompaña y nos hacen explotar. La estupidez es una característica inherente a nosotros mismos y acabamos diciendo cosas que no queríamos. La cuestión es compleja, intentemos darle un giro a la vista. Las palabras duelen, pero al parecer se han convertido en lo más importante. Algo que digamos puede ser nuestra perdición. Personalmente, según qué cosa puede parecer lógico aunque tampoco soy partidario del tremendismo. Lo que me choca es la anteposición de la palabra a los hechos. Hay personas para que las palabras son más determinantes que los hechos, o eso hacen intuir. Una conducta no es capaz de contribuir de manera positiva a un mal momento en el que se dijo algo indebido. Es extraño, ya que el comportamiento es algo que permanece y las palabras, como diría aquel, se las lleva el viento. ¿Por qué no dejamos que, verdaderamente, el viento arrastre consigo esas palabras desafortunadas y prestemos más atención al comportamiento? Hay ocasiones en las que las palabras son agradables pero la actuación es oscura. Detrás encuentras pretextos e intereses escondidos. Al menos unas malas palabras van de frente, pero los malos actos pretenden atacarnos con la guardia baja. Seré un iluso por pensar que es mejor ir siempre de cara aún estampándote contra un muro. Será que los listos son los que se aprovechan de cualquier ventaja a su alcance. Será eso…




PD: Uff, ¡qué plomazo!

martes, 27 de septiembre de 2011

Pirómano Frenético

Dilema del prisionero I.
Su consciencia se perdía en la oscuridad. Recobró el conocimiento, sintiéndose algo aturdido. Los recuerdos eran confusos y borrosos. No reconocía el lugar pero al darse cuenta de la situación en la que se encontraba, sintió una gran impotencia. Estaba confinado en una celda. Tres paredes sin ventanas y una reja de gruesos barrotes le confinaban en su interior. En frente había otro infeliz que corría su misma suerte. Cuando comprobó que había despertado, se giró y comenzó con la conversación.
- Menos mal, la soledad y el silencio empezaban a ser molestos – dijo aquel extraño compañero.
- ¿Qué hacemos aquí? – preguntó contrariado el protagonista.
- Supongo que esa es la pregunta del millón y como suele ocurrir con ese tipo de preguntas, encontrar una respuesta no es fácil – respondió aquel hombre peculiar.
- Con eso quieres decir que no sabes, deduzco – sentenció.
- Así es, aunque esa respuesta es menos solemne – reprendía con astucia.
- Bien, ¿qué sabes de este lugar? – volvía a preguntar con inquietud en sus palabras.
- Estamos enjaulados, hasta el momento no he visto pasar a nadie y llevas bastante inconsciente, así que dudo que venga alguien. Las paredes y el suelo parecen lo bastante gruesos como para hacer imposible una huida. Estos barrotes son firmes, para cuando empiecen a desgastarse estaremos criando malvas. Pero eso no es lo mejor. Lo más interesante está en los detalles evidentes…
- Me acabo de fijar en las llaves y los números de las celdas - interrumpió sutilmente.
- Exacto, esto parece una especie de juego. Las llaves también tienen números, seguramente cada una abrirá la celda correspondiente a dicho número. ¿Qué llave tienes?, por curiosidad – preguntó interesado su raro interlocutor.
- La número 3. No es la tuya, lo siento – respondió preocupado.
- Mm, sabía que no iba a ser tan fácil – afirmó de forma inquietante.
- ¿Qué quieres decir? – soltó aquel interrogante como un resorte.
- Pues que yo tengo tu llave – contestó ante su atónita expresión.
- Genial, dámela y conseguiré la tuya – dijo rápidamente.
- Ni hablar – sopesó, cayendo la respuesta como una pesada losa.
- ¿Por qué? – preguntó ingenuo.
- ¿Qué garantías tengo de que vuelvas con mi libertad? Esta llave es la única oportunidad que tengo para salir de aquí y no pienso dártela por las buenas. Seguramente esta misma conversación la están teniendo en otras habitaciones. Por lo pronto, prefiero esperar si hay algún otro que se acerque por aquí con otra proposición más ventajosa – explicó con detalle.
- Te prometo que volveré con tu libertad – rogaba esperanzado.
- Puede que seas sincero. Pero verás, seguramente al darte la llave no dependa de ti exclusivamente concederme la libertad. No voy a arriesgarme con tanto intermediario de por medio. Lo más seguro es que una vez que quedes libre y encuentres dificultades, decidas marcharte sin más – exponía con claridad.
- Entiendo tu posición. Pero tus posibilidades de salir son mayores al darme la llave – dijo con nerviosismo.
- Te equivocas, quedándome la llave tengo más opciones. Seguramente en cada habitación uno de los presos tiene la llave del otro y este último a su vez tiene la llave de un preso de otra habitación distinta. Si por casualidad, todos los que tenemos la llave del otro, se la damos, no tendríais ninguna razón que os impidiera marcharos – expresaba el hombre extraño con lucidez.
- De la misma forma podríamos irnos en cuanto quedásemos libres – afirmó.
- Puede, pero es más fácil que la alegría de la libertad se contagie en grupo, que de manera individual. Al quedar sólo uno libre, hay más probabilidad de que sienta compasión por los demás.
- Así que a no ser que pueda convencerte, toca esperar – dijo ansioso.
- Eso me temo, amigo – finalizó el prólogo de un nuevo silencio.

Existes, sin ser.
Volvió a despertar de la misma forma que había sentido tantas otras veces. Pero esta vez, todo era distinto. No sentía la propia percepción de su ser, era volátil y etéreo. Podría parecer algo complicado, pero seguía existiendo sin llegar a ser, o al menos, a ser como antes. Reconocía a personas que eran completamente familiares y de la misma forma, se daba cuenta de que ellas tampoco podían percatarse de su existencia. Pudo comprobar la manera en la que sufrían sin consuelo y en su infinito amor hacia esas personas, lo único que generaba aquellos sucesos en él, era tristeza. Vagaba en pena, corroído por el dolor de sus allegados. Necesitaba poder estar ahí para ofrecer alivio, pero sabía que no sería capaz de ello. El paso del tiempo transcurría sin que pudiera percibirlo y eso mismo hacía cicatrizar las heridas que sus seres queridos habían sufrido. Cierta normalidad volvía a instalarse e incluso algunos momentos de felicidad. Nuestro vagante amigo sufría ahora por no ser partícipe de aquellos destellos de buenos momentos. Permanecía en completa soledad y pegado a la tortura de existir en mundo del que no podía ser partícipe. Era incapaz de perder la cordura en su estado, cosa que sería su única liberación. Rogaba por otra oportunidad, pedía una nueva vida. Pero lamentablemente para él, ya era tarde.

¿Y éste es mi pesimismo?
Siempre he definido la percepción de la muerte como algo vertiginoso. Una sensación de angustia que comparo con el vértigo. Es un momento en el que todo se vuelve insignificante, además de trivial. Todo carece de importancia y se apodera de mí una ansiedad que me hace desear que deje de pensar en eso. Seguramente será por mi concepción de la muerte. Casi siempre estamos imbuidos por la religión en lo que se refiere a esta cuestión. Algunos creen en la reencarnación del cuerpo y del alma. Creen en otra vida mejor, que a mi parecer es sumamente improbable. Me parece una excusa para despreciar los regalos que nos da la vida. Otra opción es la de otra vida en la que nos espera un harén de mujeres vírgenes. Que para los tíos puede estar bien, pero no se contempla nada para las mujeres. También dudo del proxenetismo inmortal, aunque para alguno pueda ser lo máximo a lo que aspirar. Luego está la reencarnación propiamente dicha. Volver a este mundo convertido en otra cosa. Puede que hayas opciones atractivas, pero por cada una de esas, hay muchas aberrantes. Queda también descartada. O una fusión con las fuerzas energéticas del universo y el cosmos. Pues no sé, la verdad es que respeto cualquier tipo de creencias, aunque prefiero una verdad certera antes que mil creencias. Mi visión, como no podría ser de otra manera, es la más pesimista. Para mí después de la muerte no hay nada. Suena mal, de ahí la angustia que me da a veces al pensar en ello (que no es algo constante, pero sí que alguna vez me he parado a pensarlo con frialdad. No como ahora, que es con la superioridad que te da escribir del tema). Lo veo como un gran vacío negro, una oscuridad inmensa. Seguramente así imagino la nada. Supongo que esa ansiedad es lógica, cada vez que me pasa pienso que llegará un momento en el que esas sensaciones desaparezcan. Y de verdad que espero haber vivido lo suficiente como para poder decirlo. Porque creo que ahí está el truco y no quiero decir vivir muchos años, ojo. No es vivir en extensión temporal, es utilizar la propia definición de la palabra vida y aprovecharla al máximo. Hay que exprimir hasta la última gota, hay que tener ganas de vivir.




PD: Cada día que pasa me cuesta más reconocerme... en algunos aspectos, tampoco exageremos.

domingo, 11 de septiembre de 2011

Alforjas Mojadas.

Ni fueron felices, ni comieron perdices.
La princesa lloraba, triste de incertidumbre. Meditaba ante la ventana, hacer posible lo que sentía desde su interior. Fueron innumerables las cartas, pero el miedo la paralizaba ante una felicidad que por completo la embargaba. En aquel momento de indecisión, una carta de su amado por fin llegó. La abrió impetuosa y deprisa la leyó.

“Dejad de deshojar las margaritas
que florecen por primavera.
No es cierto que como a cualquiera,
os hierve la sangre en las venas.
Y el corazón saliendo de la boca,
parece que vuela.
Dejad de disimular con desdén,
lo que bien sabéis que anheláis.
Sabed que todo mi ser,
yacerá por siempre a vuestra merced.
Así sabré que mis suspiros añoráis.”

Las palabras le confortaron pero no eran suficiente. Necesitaba un compromiso real y así saber que su amor era de verdad. Pasaron los días y su amado impaciente le volvió a escribir contrariado.

“¿Qué más queréis, corazón?
Una prueba irrefutable
de lo que siento por vos.
Pues miradme fijamente a los ojos
y decidme que en ellos,
no hay atisbo de amor.
Si así fuera de miserable,
no quedaría razón posible
para salvar mi petición.”

La muchacha se acercó al retrato de su habitación. Aquel regalo le impactó desde el momento en que lo vio. Su mirada era penetrante, aunque seguía sin ser esa razón apasionante. Ante aquella mudez que teñía su silencio, su amado encontró la respuesta que le dejaba sin aliento. Escribió una última carta, roto de dolor.

“Mi alma se desdibuja
en los lienzos de vuestro amor.
Sin él, el retrato
no tiene color.
Aún así, no dejéis jamás,
que esta decisión
acabe con vuestras ganas de amar.”

La princesa comprobó como el cuadro de su habitación se había transformado en un garabato de negro sobre blanco. “¡Qué espanto!”, exclamó. En aquel momento se dio cuenta de la certeza del amor que le habían profesado. Y la princesa volvió a llorar, al final las dudas le alejaron de su amado.

Palabras concisas.
En muchas ocasiones se tratan temas con prudencia. Puede que sea de manera sincera o una mera forma de guardar las apariencias. Una conversación se mueve entre la hipocresía o una posible conveniencia. A veces intentan tomarnos por tontos al contarnos diversas historias. Se endulzan las palabras e intentan agradar nuestros oídos. Es posible que incluso seamos objeto de diversos halagos. Esto te lleva a tener en cuenta esas posibles intenciones. Elaboras una lista mental de radiografías con las que sabrás de qué manera comportarte. Aprendes a mirar más allá de las palabras, desconfiando de las mismas u otorgando el beneficio de la duda. Todo reside en esa especie de necesidad que hace no poder tratar cualquier problema con naturalidad. Se miente, se oculta y se tergiversa. Una especie de barrera nos separa de unos y otros. Un muro invisible que nos impide mostrarnos cercanos. Que importante sería poder decir lo que queremos en cada momento sin miedo. No algo de lo que haya que interpretar un significado. Una información incompleta o tener que quedarnos callados. Sentirnos cómodos en todo momento y no constantemente observados en nuestros movimientos. Es una conducta que ha conseguido llegar a los ámbitos mayor proximidad. La distancia es insalvable y perenne. Si esta sensación rodea nuestro alrededor en cuestiones más o menos intranscendentes, ¿qué podemos esperar de situaciones que nos afectan comúnmente? Si nos infecta esa pauta en nuestras decisiones y consecuencias, ¿qué queda de lo que no controlamos y tenemos que padecer? De la misma forma sufriremos a esas legiones de mentiras. Llegarán momentos en los que no sabremos distinguir lo que es real de lo ficticio. Mil cuentos inventados en una partida de ajedrez en la que no sólo nos mueven como a peones sino que además nos sacrifican de la misma manera. Es por la existencia del impacto que crearía la posibilidad de empezar a contar la verdad enmascarada. Desentrañar las artimañas de quienes mueven los hilos. Aún así nos encontramos con el grave problema que ejerce el poder. Que con mentiras son capaces de destruir la verdad más sólida. Entonces, ¿en qué podemos creer? Es en este punto, cuando te acuerdas del ermitaño y de lo que hace tiempo te dijo: “amigo mío, no creas en nada”. Por otro lado siempre estará el cura que dirá: "pues en algo hay que creer".




PD: Cuando no sepas qué decir, mejor escríbelo... ¿Qué habré querido decir?

domingo, 4 de septiembre de 2011

El asesino del abecedario.

Estaba siendo uno de sus casos más complicados. Quedaban aún unas semanas para el otoño, pero aquella noche parecía que el verano había firmado la rendición. Una lluvia intensa mojaba las desgastadas calles de la ciudad, iluminada por los cegadores destellos de los incesantes rayos que caían sin piedad. El sonido de los estruendosos truenos predecían un final incierto. No tenía más pistas que los cuerpos sin vida de las víctimas. El primer cadáver fue encontrado en la bodega de carga de un avión a pocos días del principio del verano. Presentaba un surco pronunciado en el cuello, lo que indicaba se produjo una constricción del mismo. Se determinó que la causa de la muerte fue la de asfixia por ahorcamiento. Era uno de los azafatos de la compañía, aún era bastante joven. En un principio, se intentaron buscar posibles conexiones cercanas al sujeto, pero fue imposible. No habían pruebas solidas en contra de cualquier sospechoso habitual. Sin tiempo para seguir centrándose en el caso, aún llegaban más malas noticias. Pocos días después, dieron el aviso de lo que parecía ser otro asesinato. Esta vez, tuvieron que desplazarse a una de las bibliotecas públicas. La entrada estaba llena de policías, algunos precintando la zona y sacando a los ocupantes que aún permanecían en el interior, otros intentaban consolar a los que habían visto la impactante escena. Dentro del edificio, justo detrás del mostrador de recepción, yacía el cadáver de la bibliotecaria. Sufrió una fuerte contusión en la cabeza, así que la causa preliminar fue la de muerte por golpe con objeto contundente, previsiblemente un bate de beisbol. La situación empezaba a ser desconcertante, no encontraban una conexión entre las dos muertes. Consideraron la posibilidad de que fueran hechos aislados, pero pasarían varias semanas hasta que el asesino volviera a atacar. En aquella ocasión, encontraron el cuerpo de un carnicero colgado bocabajo, congelado en una de las cámaras frigoríficas de su negocio. Presentaba una profunda laceración en el cuello que en un principio pasaron por alto. Con cada nueva víctima se alejaban cada vez más de la pista de aquel criminal. La hipótesis de un asesino en serie, se hacía con cada paso más inviable. No existía ningún elemento de unión entre los cuerpos. No se seguía un patrón concreto, los días de los crímenes eran alternos, sin relación sistemática. No coincidía ninguna circunstancia en las muertes y sus causas eran todas diferentes. El modus operandi parecía ser inexistente. La única coincidencia parecía ser la carencia absoluta de pruebas, que pudiesen jugar a su favor. Todos estos acontecimientos desembocaron en aquella lluviosa noche. El asesino se aproximaba a su siguiente víctima. Caminaba apresuradamente por los pasillos de un hospital. Estaba expectante y compulsivamente nervioso ante el desarrollo de los hechos. Por fin llegó a su destino y sin dudarlo, entró en la habitación. Cuando comprobó la situación, empezó a reír a carcajadas mientras aplaudía.
- Magnífico, detective. Sabía que no me decepcionaría – balbuceaba sin poder parar de reír.
- Aquí me tiene – sopesó el detective algo tembloroso.
- Un interrogante, antes de que lleguemos al desenlace. ¿Cómo fue capaz de darse cuenta? - preguntó ilusionado.
- Fue más sencillo de lo que parecía en un principio. Es cierto, que no había coincidencias, por lo tanto no había más que darle la vuelta. Había que fijarse en las contradicciones. La clave estaba en el primer asesinato, en el que la causa aparente era real. Los dos asesinatos posteriores pretendían llamar nuestra atención. Presentó una secuencia lógica para que supiéramos que nos enviaba un mensaje. Los asesinatos parecían seguir un orden alfabético. Primero un azafato, luego una bibliotecaria y por último un carnicero. Y de la misma forma se ratificaban en las causas de la muerte. El primero murió por asfixia, la segunda bateada, el tercero congelado. Hasta ahí todo bien, pero eso no nos llevaba a ninguna parte. El paso siguiente podía seguir siendo impredecible. Ahí entran las contradicciones, rompió el orden alfabético de las muertes para dejar un mensaje. La causa de la muerte que se determinó para la bibliotecaria fue envenenamiento, no traumatismo por bate de beisbol, aunque tengo que concluir que fue algo pintoresco. Y el carnicero murió desangrado, no congelado. La serie alfabética, el veneno, la sangre y por último la elección alterna entre víctimas masculinas y femeninas nos trajeron hasta aquí. A la única doctora que trabaja durante el turno de guardia de este hospital. Antes de que me pregunte cómo adivine el día, el momento y el porqué, le responderé también a eso. Es la tercera semana del cuarto mes desde que empezó a asesinar. Un mes tiene cuatro semanas, pero la tercera es la cuarta semana alfabéticamente. Es martes, cuarto día en orden alfabético. Cuatro, la cuarta letra del alfabeto es la d, de doctora, por ejemplo. Y bueno, no sabíamos cuando aparecería, llevamos aquí desde antes de que el sol saliera – explicó el detective satisfecho.
- Estoy gratamente impresionado, sí señor. Ha llegado el momento de ponerle fin a esto – sentenció el criminal.
- No lo entiende, se acabó. ¿Qué más necesita? – afirmaba tembloroso el detective.
- Quien no lo entiende es usted, señor detective. Le necesitaba a usted, mi segunda d, de detective. Era a usted a quien buscaba, no a la estúpida doctora que tiene ahí sentada, que por desgracia será un daño colateral. Evidentemente el caso acabará con usted. Con quien quería acabar desde el principio. Así que dígame, ¿cómo acabamos? Evidentemente, tiene que ser algo que empiece por d, ¿un disparo? ¿No, quizás prefiera morir decapitado, desollado, devastado, derrotado, despedazado, descuartizado…? – mascullaba el asesino.
- Eso rompería su secuencia de género. Las apariencias no son lo que parecen… - dijo el detective cada vez más nervioso por la situación.
- Es obvio, acabo de decir que el caso morirá con usted, detective – concluyó.
- Las apariencias no son lo que parecen – repitió el detective embargado por el pánico.
La doctora, inmóvil hasta aquel momento, se levantó y apretó los electrodos de un pequeño táser a la espalda de aquel monstruo que cayó al suelo aturdido.
- Tenía que haberle escuchado con más atención – susurraba la doctora.
- Menos mal, detective. Creía que era mi fin.
- Su actuación ha sido fantástica, doctor. No tenía que preocuparse, no iba a dejar que ese maldito demente le hiciese ningún daño. Su colaboración no tiene precio, doctor. Le estoy verdaderamente agradecida. Un papel genial. Necesitaba un poco de su medicina, nunca es tarde para que te recuerden que las apariencias engañan – finalizaba la verdadera detective.
La tensión que inundaba la sala segundos antes se desvaneció por completo. Se encargaría de que aquel ser despreciable permaneciera a la sombra de por vida. Era un buen momento para salir a la calle, mojarse un poco y volver a respirar.
PD: Otra historieta, a esperar a ver qué dice la crítica.

domingo, 28 de agosto de 2011

Lágrima Mineral.

La transformación del dolor.
Al principio todo es dolor, ya sea físico o emocional. Inevitablemente el dolor físico dependiendo de su gravedad acaba desembocando en el emocional. Es una reacción repentina, inesperada, al menos para quien la padece. Un pinchazo clavado en medio del alma, una opresión en la cabeza que no te deja pensar. De repente, como por arte de magia toda tu fuerza se desvanece hasta dejarte inmóvil y sin respuesta. Sólo sufrimiento sin explicación posible. Algo tan desbordante que es imposible de canalizar en el momento preciso y que es capaz de dejarte roto por dentro. Cuando puedes ver las piezas ya esparcidas, los restos de tu ser, es cuando empiezas a buscar respuestas. En primer lugar nos encontramos con el odio o la ira. Es el deseo de liberación de toda fuerza confinada lo que provoca este sencillo cambio. Son momentos interminablemente efímeros pero que pueden perdurar con constante repetición a lo largo del tiempo. Esto dejará un destello intermitente en su inconsciencia. Más tarde vendrán la tristeza, la melancolía o la pena, bañadas en lágrimas ocasionales. Esto hace que te desprendas de la realidad, quedando atrapado en instante de tiempo indeterminado, aunque este sigue su ritmo inexorable. Poco a poco, todos esos sentimientos hacen que te despegues de tu vida. Pierdes el interés por lo que te rodea, ya nada te hace sentir bien ni te satisface. Lo que antes te inspiraba, te llenaba, te dejaba con ganas de más, no es ahora suficiente. Lo que conseguía distraer tu pensamiento, no es capaz de desenterrar el anclaje al que ahora está sometido. La desesperación se adueña de las noches y la oscuridad de los sueños. Esclavo en la escuela de escuálidos propósitos. Propenso a pensar procesos preocupantes en el seno de sensibles sonidos. Llantos y lamentos, lastimosos llenaban sus tientos. Tantos y tensos momentos medraban maduros al tiempo, mostrando en él ni sombra sublime o tenue de tener algún talento. Ahora sabía juicioso, que las justas batallas victoriosas se encontraban en el jeroglífico de unos ojos bondadosos. Ajenos a juegos ruinosos y expectantes en instantes rutilantes donde los finales son arrogantes. Y te muestran en la distancia la oscuridad de tu mente y el ansia de salvación de una vida decadente. Que poco a poco se pierde.

Oda al alcohol.
Se empañaban sus ojos borrosos en charcos de alcohol. Caminaba hacia ninguna parte dando tumbos. La siguiente parada la dirigía su olfato que le conducía hacia nuevos antros donde ahogar su desamor. Cliente fiel fijo en la barra donde descansaba los brazos en el transcurso de cada trago. Siempre con la cabeza medio gacha, respondía entre gruñidos a las preguntas de desconocidos. El humo incesante le hacía creer que levitaba en dirección a un lugar mejor. Seguramente eso deseaba y por esa razón permanecía sentado en cada uno de los taburetes consumiendo tanto como le dejaban. A veces abandonaba el local de buena gana, otras ante la incomprensión de su cómplice acababa malhumorado. En alguna que otra ocasión tuvo que salir a patadas, aún así no sentía nada. Deambulaba hasta otro bar para seguir bañando los surcos de su corazón con la embriaguez de sus bebidas. No había nadie que soportara su etílica compañía. ¿Nadie?

Demasiados errores.
Dos hombres enmascarados entraron en el banco. Inmediatamente me levanté, pero antes de que pudiera reaccionar ya me estaban apuntando. Entre gritos pidieron calma y cooperación a los presentes. Obligaron al encargado a desconectar la alarma policial y apagar las cámaras de seguridad. Yo era un blanco demasiado fácil, policía encargado de la protección del Banco Nacional. Inmediatamente me desarmaron y esposaron a un escritorio anclado en el suelo. Encerraron a los civiles en una especie de almacén sin ventanas. Sólo estábamos fuera el encargado y servidor. Rápidamente instaron a aquel pobre hombre a conducirles a la cámara acorazada, utilizando métodos algo crueles. Ése fue el primer error que cometieron. Un policía precavido, conoce la manera de deshacerse de sus esposas sin necesidad de las llaves. Una vez que lo conseguí me acerqué a ellos cuidadosamente. Deslice la mano hasta acariciar la porra y me abalancé hacia ellos. Sonó un golpe seco y a continuación un disparo. Caí abatido.
- Maldita sea, no me des esos sustos por el amor de dios – dijo uno de los atracadores asustado.
- Joder, pero, ¿con qué idiota se supone que has contado para el trabajo? – dije reponiéndome del balazo en el hombre.
- Mierda, Mike. No me esperaba que fueras a hacerlo tan brusco – siguió más calmado.
- Era necesario dejar a este tipo inconsciente, ya te lo expliqué – repetí aturdido – Devuélveme el arma.
- Pero, ¿qué coño haces, socio? ¿Y quién cojones es este tipo? – preguntó el otro atracador confuso.
- Soy el que te va a pegar un tiro entre ceja y ceja como vuelvas a abrir la boca – respondí enfadado.
- No seas gilipollas. Recojamos la pasta y larguémonos – continuaba altivo.
- Te lo advertí – le apunté velozmente y apreté el gatillo, había cometido el segundo error de aquella mañana. Ese imbécil era realmente molesto.
- Mierda, Mike. ¿Estás loco? Eso no era necesario, joder – gritó histérico.
- Cállate si no quieres ser el próximo – contesté aún furioso.
Acto seguido, mi compañero le arrebató las llaves de las cajas de seguridad al encargado que yacía en el suelo bocabajo. Sacó la caja de su ubicación y me la pasó. Ése fue el tercer error. Cuando la tuve en mis manos le golpeé con ella. Cayó desplomado y con la mandíbula rota. El plan había salido a la perfección. Abrí la caja y me apoderé de su contenido. La devolví a su lugar y esposé a mi compinche. Liberé a los rehenes y auxilié al encargado. Para cuando llegó la policía, mi colega había despertado. Sólo podía emitir sonidos ininteligibles. Le conté a la policía cómo escape, que fui disparado y maté al atracador en defensa propia y que a continuación fui capaz de reducir al segundo atracador. Fue más sencillo de lo que esperaba, para cuando se diesen cuenta de lo ocurrió en realidad (si es que lo hacían), yo ya estaría lejos. Ése fue su mayor error.




PD: Achicoria...

domingo, 21 de agosto de 2011

Papiro Amargo.

O enredo das meigas.
Tres brujas suspiraban aburridas mientras miraban su bola de cristal en busca de algo de diversión. Se toparon con las andaduras de un pobre mortal enamorado. Observaban cómo él se quedaba pasmado mirándola sin nada que decir más que el placer rebosante grabado en sus ojos al contemplar lo que para él era la perfección. La bruja más joven corroída por la envidia, decidió castigar al joven privándole de su vista. Siguieron observando al muchacho con la esperanza de que aquella ceguera acabase con su amor. Aún así fue un fracaso, el joven se acercaba a ella para oír la dulce melodía de su voz. Un sonido tan armónico y lleno de belleza que le hacía recordar la silueta de su cuerpo con cada palabra. “El amor es ciego”, reprendía la bruja mediana que con un poderoso conjuro consiguió dejar sordo al muchacho. Éste, carente ya de visión y audición, sólo pretendía contar con su presencia. Saber que ella estaba a su lado, era la esencia de su vida y eso estaba por encima del deseo de contemplarla o de oír esa suave voz que le mantenía en calma. “El amor es ciego y sordo”, explicaba la mayor de las brujas, que sabiamente acabó con la cordura de aquel joven. El muchacho vagaba sumido en una completa oscuridad y un enmudecido silencio. Ella se había marchado, pero él la buscaba desesperadamente, gritando su nombre. La gente le miraba por la calle, comprendiendo que no estaba en sus cabales. “El amor es ciego, sordo e idiota”, concluyeron las tres brujas que deshicieron sus hechizos. El muchacho, volviendo en sí, creyó haber despertado de un mal sueño. Ya no se acordaba de la chica…

A veces pasa que nunca...
El reflejo de unas gafas desdibuja el pasado. Un recuerdo en la memoria de un fracaso melancólico. Atrapado entre las solapas que custodiaban las páginas en blanco de una historia inacabada. Ahogado en un frasco que le separa de lo prohibido. Sumido en la insatisfacción de la privación de un desenlace. Ocupa la butaca de una sala vacía, esperando el final de la película sin que éste se produzca. Habita en una casa que rebosaba vida y donde ahora se marchitaba hasta el aire que se respira. Las personas se cuelan y huyen por puertas y ventanas. La huida conlleva la decepción de promesas huecas, como su corazón. Las grietas de su voz esculpían un llanto inundado por las goteras de sus ojos. ¿Dejaría algún día de llover en su alma? El tiempo soleado, le tostaba el rostro acabando con un sueño nacarado. Unas mejillas incandescentes mostraban la timidez antes las caras desconocidas. Se abre un nuevo capítulo, del que se desprende un candado oxidado. Una vez más caía en la casilla que le devolvía al punto de partida. “Fin del juego, gracias por jugar”, era lo que siempre alcanzaba a escuchar. La corona de laureles estaba por estrenar. Una vez le perdió la cara a la moneda, entre las páginas en blanco, entre mil y un llantos, todo sin titubear. La posibilidad de un pestañeo a tiempo podría haber sido más que suficiente para dejarle ver el pedazo de realidad que aún escondía el cuadro. Afortunadamente, estaba aprendiendo que mirar sin ver significaba estar sin vivir. Resulta que vivir viviendo era mucho más importante que estar vivo.

El misterioso enigma.
Aquel detective estaba a punto de concluir un nuevo caso. El misterio de aquel enigma prolongado le tenía completamente atrapado. Al principio iba dando pasos de ciego, dependiendo de su suerte para encontrar la siguiente pista que le iluminase el camino. Pero a medida que avanzaba la investigación los indicios iban dejando claro el patrón de aquel secreto. Su cerebro permanecía efervescente entre instantes de incertidumbre. Poco a poco iba dando con más respuestas que le acercaban al final de su propósito. Hasta que llegó el ansiado momento, estaba a un solo paso de desvelar el enigma. La bombilla se encendió en su cabeza.
- Eureka, ya lo tengo. La palabra es “resuelto” – concluyó satisfecho.
Aquel dichoso crucigrama había consumido toda su mañana.




PD: Quién me iba a decir a mí que publicaría por la mañana...

jueves, 18 de agosto de 2011

Canívales Rumiantes.

Sin perdón.
Le costaba horrores conciliar el sueño por las noches. Aquel maldito demente aparecía en cada una de sus pesadillas. No podía dejar de lamentarse por todos los crímenes que no fue capaz de impedir. Se imaginaba a cada una de las víctimas clamando venganza, esa sensación le embargaba con una furia colosal. Empapaba la cama en sudor con la idea de poder tenerle cara a cara por un momento. Esa noche iba a conseguirlo, sin saberlo de antemano.
- ¿A qué viene ese desvelo, inspector? ¿No es capaz de dormir? ¿Quiere que le cante una nana? – preguntaba en tono jocoso.
- Vaya, creía que este sería el último lugar donde querrías estar – contestó contundentemente el policía.
- Se equivoca, ese lugar sería la cárcel. Y con suerte este será el último lugar en el que esté – terminó musitando para sí mismo.
- Bueno, si se puede saber. ¿Qué te trae por aquí? – preguntó el inspector algo molesto.
- Poca cosa. Venía a disfrutar de su conversación, inspector – espetó irónicamente.
- No comprendo cómo tienes el coraje de aparecer por aquí – replicó lleno de ira.
- Eso es, me encanta cómo crece la rabia en su interior. Aliméntese de ella, deje que se haga más fuerte hasta que le controle por completo – dijo ilusionado.
- Maldito loco, si pudiera te mostraría unas dosis de realidad – explicaba mientras miraba su pistola que descansaba sobre la cómoda.
- Excelente, inspector. Enséñeme esa realidad, aunque yo podría hablarle de otro tipo de realidad. Usted inspector, representa el orden, lo que se le pasa por la cabeza no sería propio de alguien en su posición. En cambio, yo soy el caos y ahora mismo estoy entablando una amistosa conversación con usted, de igual a igual – relató inspirado.
- Ni se te ocurra compararte conmigo, maldito loco – la rabia del inspector crecía con cada comentario.
- Claro que no inspector, no me malinterprete. Sé muy bien que usted no tiene el valor de tomar venganza por aquellos que pesan en su conciencia – sentenció hiriente.
- Estas jugando con fuego, amigo. Así que deja de tentar a la suerte – concluyó el inspector, con la tranquilidad que proporciona los instantes de inmensa tensión.
- Vamos, inspector. No lo piense, máteme. Vamos, acabe, máteme. Agarre esa pistola aunque sea por su estúpido hijo…
El final de aquella frase le dejó petrificado. Cuando volvió en sí, comprobó que sostenía su pistola en la mano derecha. Una estela humeante salía por el cañón de la misma. El inspector seguiría sin poder dormir.

Canto de sirena.
Necesitaba oír el canto de la sirena.
Vagaba perdido, aquel marinero,
caminando por la arena.
Despertó de un naufragio certero,
que le dejó en aquella playa serena.
Las olas apenas le dejaban oír,
por eso gritaba con todas sus fuerzas.
Al fin una sirena acudió a verle…
- Ay sirenita mía,
no me dejes te lo ruego.
Que ahogarías mi vida entera.
- Déjese de ruegos, marinero.
Que acabaría con su vida,
el saber que no le quiero.
Sentía el desgarro en sus venas,
lágrimas rojas cubrían el cielo.




PD: Agua sin sueño...

viernes, 12 de agosto de 2011

Perseguid a la acusación.

Un viento molesto soplaba en el exterior de los juzgados, que parecía vaticinar un resultado incierto. El abogado repasaba mentalmente las bases de su alegato final, mientras, escuchaba con vaga atención los argumentos acusadores del fiscal que no buscaban otra cosa que el veredicto de culpabilidad para su cliente. Su cliente era nada menos que su peor enemigo, el fiscal jefe Dalton. Sin duda era el caso más difícil al que se había enfrentado a su vida. El señor Dalton estaba siendo acusado de matar al hermano de su defensa, el también abogado Michael Crane. Robert era el hermano pequeño, siempre bajo la sombra de la estrella de su hermano. Las batallas entre su hermano y el señor Dalton eran memorables. La fama de su hermano llegó cuando fue capaz de ganarle varios casos al “intratable Dalton. Así le llamaban, porque nunca llegaba a pactar tratos con los abogados, ya que siempre era capaz de obtener las mayores condenas. El fiscal Kenton estaba acabando su intervención. Robert tomó tembloroso su vaso y bebió una pizca de agua antes de incorporarse para comenzar su discurso.
- Señoría, portavoz del jurado, damas y caballeros del jurado – comenzó protocolariamente- como ya saben soy Robert Crane, el abogado defensor del acusado, el fiscal jefe James Dalton. Hoy están siendo testigos de algo totalmente inusual, dos fuerzas completamente opuestas luchando por un mismo propósito. Por un lado tenemos a mi cliente, acusado de asesinato. Un hombre inquebrantable que hace cumplir la ley hasta sus últimas consecuencias. Por el otro estoy yo, hermano de la víctima. Defensor acérrimo de mi deber, proteger y preservar la inocencia de mis clientes. En este día podemos ver como el honorable James Dalton se ha pasado al bando contrario para poder luchar por sus propios intereses. En su contra está todo el poder del Estado, representado por el fiscal Kenton. ¿Quién le iba a decir a señor Dalton que lo que él representaba con firmeza se volvería un día en su contra? Parece hasta irónico, ¿verdad? Pero ése no es el caso que nos ocupa. Lo que queremos saber aquí, es si ese hombre cometió el crimen del que se le acusa. Somos partícipes del desfile de pruebas que han pasado ante nuestros ojos y los numerosos testimonios de los testigos que hemos sido capaces de oír. La conclusión de toda esa parafernalia quedó clara en aquel momento. Las teorías de la acusación fueron meticulosamente desmontadas, debido a la obvia contradicción que establecían las pruebas de que disponemos. Pero eso ustedes ya lo saben. Así que hablemos de lo que no conocen. Seguro que no pueden parar de hacerse una pregunta ¿por qué yo? ¿Por qué yo presto mi ayuda al presunto asesino de mi hermano? La respuesta es evidente y perdónenme que se la conteste con otra pregunta, ¿qué interés puedo tener en defender a esa persona? La respuesta es ninguno, a no ser que sea inocente. Ahí está la cuestión, ¿por qué iba a defender al fiscal sin creer que es inocente? Porque de lo contrario podría haber rehusado de tal obligación y en cambio, aquí estoy. Justicia para todos, esa es nuestra consigna. ¿Acaso mi interés por ganar este caso podría superar el esclarecimiento de lo ocurrido con mi hermano? Creo que me sobran motivos para demostrar la inocencia de mi cliente, maldita sea, hasta me hubiera sentado en el estrado para corroborar mis palabras si hubiera sido posible. Pero por otro lado, ¿qué motivación tiene la acusación más que la de ganar? No les pediré un veredicto favorable para mi cliente, porque de todas formas ya he salido perdiendo. Eso es todo, he acabado mi intervención, señoría.
- Muchas gracias, abogado. Bien, el jurado tiene un cuarto de hora para deliberar, después de que transcurra ese periodo de tiempo se reanudará la sesión – concluyó el juez dando un par de golpes con su mazo – Se levanta la sesión. Señor Crane y señor Kenton, vengan a mi despacho, por favor.
Los tres se reunieron en el despacho del juez. El silencio se mantuvo durante un instante interminable. El juez Johnson tomó la palabra.
- Robert, ya sabes que fui buen amigo de tu hermano. Sinceramente, Michael se avergonzaría de ti en este momento – afirmó el juez con frialdad.
- Por favor, Crane. Nadie sería capaz de creerse el rollo que has soltado – dijo el señor Kenton.
- Tu hermano nunca hubiese tomado el caso de un hombre culpable. Es cierto que no hay ninguna prueba concluyente contra Dalton, pero está metido en mierda hasta el cuello – añadió el juez.
- Lo sé, pero ese hombre sabía que su única posibilidad de ser declarado inocente pasaba por que le defendiera – dijo Robert con tono preocupado.
- Entonces, ¿por qué diablos aceptaste defenderle? – preguntó Kenton.
- Porque era mi única posibilidad para pasar desapercibido – contestó Robert.
- Explícate – exigía el juez.
- Mi hermano persiguió a esa rata sin descanso, él sabía que no jugaba limpio. Finalmente consiguió descubrirlo, el fiscal jefe Dalton falsificó pruebas en multitud de casos. Después de recopilar montañas de información, por fin tenía pruebas con las que inculparle. Pero el fiscal debió darse cuenta y acabó con él. Pues bien, esas pruebas son las mismas que ahora arrojo sobre su mesa – respondió Robert contundentemente.
- ¿Y qué quieres que haga ahora con esto? Ese hombre será declarado inocente por tu culpa y no se le podrá volver a juzgar por el mismo crimen – le reprendió el juez.
- Por eso les necesito a ustedes. Sé que Kenton quiere a ese hombre bajo sombra para allanar el terreno en su candidatura a la jefatura de la fiscalía. Y usted señor juez, su posición se vería reforzada si consigue inculpar a ese hombre – les explicó Robert.
- ¿Qué propones? – preguntó Kenton con cierto interés.
- Que presentes un recurso extraordinario de invalidación en contra de la sentencia y que el juez lo ratifique. Después de eso ordenad su arresto, quiero que sea acusado y condenado tanto por el asesinato de mi hermano como por la falsificación de pruebas – finalizó Robert.
- Así se hará, por la memoria de tu hermano. ¿Conforme señor Kenton?
- Por supuesto.
Pasaron los quince minutos. El jurado volvió a la cámara, así como la gente que había acudido al juicio. Aquellos tres hombres se sentaron en sus respectivos asientos. El espectáculo estaba a punto de comenzar.
- Se reanuda la sesión – empezó el juez – Portavoz, ¿ha tomado el jurado una decisión?
- Sí, su señoría. En el caso del Estado contra Dalton el jurado encuentra al acusado, el señor John Dalton, inocente – concluyó el portavoz.
- Bien, el señor Dalton quedará pues en libertad, exento de cualquier sospecha. Doy por cerrada la sesión – finalizó el juez dando otro par de golpes con su mazo.
En la sala se creó un pequeño revuelo que se mezclaba con ruido que hacía la gente al marcharse. En aquel momento, abogado y cliente intercambiaron unas palabras.
- Buen trabajo, muchacho. Sabía que podía contar con usted.
- No me lo agradezca, señor. Si me lo permite, me marcharé para no estropear su momento. Disfrútelo – dijo Robert abandonando la sala.
Las felicitaciones en torno al señor Dalton eran innumerables, cuando de pronto.
- Señor Dalton, queda detenido por falsificación de pruebas. Me abstendré de leerle sus derechos – dijo un guardia.
- Maldito seas, Robert Crane. Esto no quedará así, te lo prometo – gritaba el viejo fiscal.
Desde el fondo de la sala, Robert sacó fuerzas para decir unas últimas palabras a su enemigo.
- ¿Hacemos un trato? ¿Qué me dice señor fiscal?




PD: Madre mía, vaya tocho. Bueno, a ver qué tal.

jueves, 11 de agosto de 2011

El poder de lo especial.

Buscamos la genialidad en lugares equivocados. Creemos encontrarla en sucesos de gran transcendencia. Pero las grandes acciones por si solas no tienen más que el valor que podamos darles. Nos dejamos asombrar por importantes descubrimientos llenos de trabajo y dedicación. Nos parecen hallazgos inalcanzables, fuera de nuestras posibilidades. Puede que así sea, pero no debe ser algo frustrante. Si no podemos destacar con nuestro ingenio o intelectualmente, siempre se recurren a otras alternativas. La cuestión está buscar algo en lo que nos podamos sentir superiores a los demás. Ante esta ansia irrefrenable a veces me pregunto, ¿por qué? ¿Por qué tenemos esa obsesión de destacar en algo que hacemos? ¿Para qué intentar colocarnos por encima de los demás? El límite no está en la satisfacción personal, sino en la sensación de superioridad. Sumergidos en esa búsqueda, quedamos hipnotizados por el reflejo del éxito. Idolatramos estereotipos que marcan tendencias. Es entonces cuando algunos invocan uno de los más frustrantes conjuros que pueden oírse, “me gustaría ser como fulanito”. Un concepto incomprensible que desemboca en la uniformidad, ya que grandes masas tendrían esa misma ilusión por la necesidad insaciable de sus egos. Controlar nuestra propia vanidad es algo importante. Siempre me ha extrañado la peregrinación hacia lo que nos quieren hacer creer que es realmente relevante. ¿Por qué lo grande, lo colosal, lo sobrehumano? La realidad es que hay millones de héroes anónimos. Gente que se podría llamar “corriente”, gente de a pie, de la calle. Gente que no se deja guiar por las apariencias y que tiene una personalidad afianzada. Maldita sea, la libertad es una utopía. Incluso en el pensamiento, por desgracia estamos influenciados en mayor o menor medida. Pero hay algo en lo que todavía no han podido influenciar y es en nuestra capacidad única de sentir. Ahí está la clave, en conocer nuestros sentimientos, saber controlarlos y enseñar nuestra forma genuina de sentir a los demás. Lo especial está en lo que nos diferencia, no en lo que nos hace iguales. Aquí nos volvemos a equivocar y pensamos que la diferencia se encuentra en lo material o en el físico. Envidiamos las abultadas cuentas corrientes de algunos individuos, su hermosura, su destreza en alguna disciplina. Creemos que eso es lo que nos diferencia y que si conseguimos destruir ese desequilibrio encontraremos la felicidad. Lo que nos diferencia está en pequeños matices y fundamentalmente en no querer ser otra persona más que uno mismo. Es alentador ver el tímido destello de vida en unos ojos. Conocer personas con el sentido de lo esencial firmemente establecido y que son capaces de permitirse nadar entre banalidades porque no quedaran atrapados en sus redes. ¿Por qué la máxima aspiración de algunas personas está en tener mucho dinero, muchos coches, ser futbolista, preocuparse de manera obsesiva y en algunas ocasiones compulsiva por su aspecto físico? No pretendo criticar esa actitud, pero demonios, la verdadera pregunta sería la siguiente. ¿Por qué la gente no aspira a ser buen padre, buen esposo y lo más importante ser buena persona e intentarlo cada día con todas sus fuerzas? Ahí está la heroicidad y la grandeza. No está en querer atesorar algo que es temporal, sino en compartir lo que tenemos perpetuamente hasta nuestro final. Definitivamente, lo especial no está fuera, está dentro de nosotros y nuestra labor es encontrarlo. Felicidades para quien haya dado con su hallazgo personal y ánimo para quien esté intentándolo o lo quiera intentar. Dejar volar los sentimientos es siempre mejor que encerrarlos en jaulas, porque es ahí donde se encuentra nuestra única oportunidad para la libertad.




PD: Camarero, la sopa está sosa...