jueves, 28 de abril de 2011

Meme Encadenado: Sexta Parte.

[...]

- Espero que haya una explicación coherente para esto, porque de ser una broma no tiene ni pizca de gracia – reclamó Óscar.
La cara del encargado estaba blanca de la impresión, después de un pequeño balbuceo acertó a hablar.
- Es imposible, si acabo de ver cómo le trasladaban de la autopsia. Terminaron con él hace media hora como máximo.
- Todo eso está perfecto, pero la realidad es que el cuerpo ha desaparecido. Y todo esto delante de sus narices, así que espero que tenga una buena excusa, porque está a punto de ser arrestado.
- No estaba en el preciso momento en el que introdujeron el cuerpo en la cámara.
- Pues está tardando en decirme quién estaba y qué estaba haciendo usted mientras tanto.
- Ehm, yo estaba comprando una chocolatina en la máquina expendedora del fondo del pasillo. El inspector acompañaba al forense y me dijeron que me marchara mientras ellos le metían en la cámara.
- ¿Cuánto tardó en comprar la chocolatina?
- Pues me entretuve hablando con un compañero antes de llegar a la máquina, así que alrededor de unos 10 minutos.
- ¿Vio al inspector y al forense marcharse de la sala?
- Sí, no tardaron mucho en salir y no llevaban el cuerpo si es lo que quiere saber.
- ¿Entró alguien más en la sala?
- No.
- Eso quiere decir que tenemos dos posibilidades, la primera y más improbable es que alguien entrara mientras usted estaba de espaldas comprando la chocolatina, lo que le hubiese supuesto un par de minutos para llevarse el cuerpo, ¿no es así? – preguntaba Oscar, mientras el encargado asentía – la otra posibilidad es que la persona que lo hizo ya estuviera dentro de la sala y saliera justo cuando usted compraba la chocolatina.
Eva rompió a llorar de repente, ya no podía soportarlo más y salió corriendo de la habitación. Se alejó un poco, acercándose a las escaleras que había bajado anteriormente y apoyándose en la pared se deslizó por ésta, hasta quedarse sentada en el suelo. Agachó la cabeza, colocándola entre las piernas a la vez que las abrazaba. Estaba destrozada.
Óscar, preocupado, se despidió del encargado, advirtiéndole que podría necesitarle en otro momento. Salió de la habitación y encontró a Eva con la mirada. Se acercó despacio.
- Eva, esto es extraño hasta para mí. Pero tengo que pedirte un favor y no va a ser uno fácil. Tienes que intentar ser fuerte, lo ocurrido parece lo suficientemente importante como para que alguien se tome tantas molestias. Así que hasta que no consigamos atraparle, tengo que pedirte que seas fuerte.
- Y, ¿cuándo será eso, Óscar? ¿Cuándo?
- No descansaremos hasta dar con él.
De repente el busca de Óscar sonó, el inspector aguardaba por ellos.
- El inspector nos espera, Eva – dijo Óscar cándidamente.
- No puedo actuar como si no me importase. La persona que más quería me abandonó sin razón aparente y parece que me ocultaba una gran parte de su vida. Siento que mi vida estaba construida en una gran mentira. No sé qué hacer, no sé qué pensar…
- Intentaré encontrar tus respuestas, pero no podré hacerlo si no colaboras con nosotros.
- Perdóname, tienes razón. Estoy siendo una tonta y una egoísta. Voy a intentar ser fuerte, quiero que acabe cuanto antes esta pesadilla.
- Eso es justo lo que quería oír. Vayamos con el inspector.
Óscar le tendió la mano y levantó a Eva con facilidad. Volvieron por donde habían venido y se dirigieron a una de las escaleras laterales. La madera crujía levemente con cada pisada. Entraron en unas oficinas, al fondo estaba el inspector que hacía aspavientos para que se acercasen. Ambos se dirigieron hacia donde estaba. El inspector entró en su despacho y les invitó a entrar desde dentro. Óscar y Eva entraron. Cerró la persiana de su oficina. Todos tomaron asiento.
- ¿Está enterado del asunto del cadáver y la cámara frigorífica, señor? – preguntó Óscar.
- Estas paredes son muy delgadas para un hombre como yo, Carrasco. Ya hay hombres trabajando en ello. Encontraremos cualquier pista que nos conduzca al paradero del cuerpo. La investigación avanza con lentitud, por eso les he hecho venir. Señorita Ramírez, tal y como le indiqué ayer, le enseñaré algunas fotos para poder encontrar a ese misterioso hombre del parque y que él pueda corroborar su testimonio. Además eso nos ayudaría a encauzar con mayor claridad la línea de investigación.
- ¿Quiere decir eso que sospechan de mí? – contestó Eva indignada.
- No podemos descartar ninguna posibilidad. Hay demasiados cabos sueltos y no hay ningún móvil concreto. Por esa razón, usted es ahora mismo la máxima sospechosa. La persona más cercana al fallecido.
- No tiene ningún derecho para hacer esas afirmaciones.
- Eva, tranquila. Descarte como posible opción es lo que justamente quiere hacer el inspector – intervino Óscar, acertadamente.
El inspector sacó un portafolio de un cajón de su escritorio. Lo abrió y se lo acercó a Eva.
- Según la descripción que nos facilitó, nuestro sistema de búsqueda nos dio los siguientes resultados. Me gustaría saber si alguno de ellos puede ser el hombre que buscamos.
Eva miró las fotos pacientemente y con detenimiento.
- Ninguno de ellos es el hombre que vi en el parque – Eva alzó la mirada y para su sorpresa encontró la foto del hombre misterioso, pero no podía creer la ubicación de la misma – pero, sí es el hombre del marco de la pared.
- ¿Cómo ha dicho? – contestó sorprendido el inspector.
- El hombre que vi en el parque es el mismo que aparece en aquel marco que tiene en su despacho. Así que creo que me debe una explicación, señor inspector.
- Es imposible que viera a ese hombre.
- ¿Por qué? – preguntó Óscar intrigado.
- Ése hombre es Norman Tempelton. Fue mi compañero hace varios años, está desaparecido desde entonces.
- Ya decía yo que no parecía ser de por aquí, tenía un acento extraño – afirmaba Eva.
- Es de origen escocés. Este caso no deja de darme sorpresas. No me malinterpreten, no es algo por lo que estar contento. Cada nuevo hallazgo trae consigo más preguntas y parecen que nos alejan de la solución. Bueno, creo que ya es suficiente por el momento. Pueden retirarse, les aconsejo que descansen, mientras esperamos algún resultado que arroje algo de luz.
Óscar no estaba escuchando en ese momento. Algo más importante atraía su atención. En la foto del tipo misterioso había otro círculo y en su interior otras dos letras “GM”. Una nueva incógnita, pero esta vez tuvo algo de suerte, al menos ya sabía cuál era la solución del enigma anterior. Las letras “NT”, correspondían al nombre de aquel antiguo inspector, “Norman Tempelton”. Sabía cómo seguir la pista, pero no adónde le llevaría.
- Carrasco, ¿estaba escuchando lo que decía? – preguntó el inspector algo irritado.
- Sí, señor. Volveremos a mi apartamento a descansar, esperando cualquier novedad por su parte.
- Exacto, pueden retirarse.
Óscar y Eva se levantaron. Estaban agotados, había sido una mañana intensa. Se dirigieron de nuevo a la entrada de la comisaría. Salieron del edificio y bajaban lentamente por la escalinata.
- Espérame aquí un segundo, Eva. He de volver a por un par de documentos. A lo mejor encuentro algo útil en ellos.
Óscar se marchó de su lado rápidamente. Y sin que le diera tiempo, sintió una voz que parecía que se dirigía a ella.
- Señorita, ya le dije que no debía hablar con desconocidos – gritó el tipo misterioso.
- Es usted de nuevo – dijo mientras se acercaba a él - Explíqueme quién demonios es y si tiene algo que ver con Javier – exigía Eva.
- Hace demasiadas preguntas, señorita. Las pistas están ahí, sólo tiene que seguirlas.
Óscar acababa de salir de la comisaria de nuevo. No veía a Eva, el corazón le dio un vuelco. Por suerte sus ojos la encontraron no muy lejos. Parecía que estaba hablando con alguien, pero no podía identificarle. Eva parecía nerviosa. De repente, escuchó un grito, lo siguiente que vio fue a Eva desplomarse en el suelo. Corrió hacia ella. No había nadie más allí. Eva estaba inconsciente, le habían golpeado en la cabeza. Parecía estar bien, no sangraba y continuaba respirando. La bolsa de la ropa había desaparecido. Óscar se metió la mano en el bolsillo.
- Así que era esto lo que buscaban – pensaba mientras se quedó mirando fijamente el anillo de Eva. Una corazonada le hizo guardarlo en un descuido de ella. Cogió a Eva en brazos, por suerte su coche no estaba muy lejos, volvió andando el día anterior.
- Voy a necesitar una ducha cuando llegue.


PD: Ahora que me había encariñado con los personajes... Bueno aquí está todo, lo he partido para que cada uno lo vaya leyendo como le plazca. Espero que guste. Suerte a Nita ;)

Meme Encadenado: Quinta Parte.

[...]

Volvieron al apartamento de Óscar, se acabaron los sobresaltos. Se despertaron pronto por la mañana y tomaron un pequeño desayuno. No habían mediado palabra y Óscar decidió que era el momento de romper el hielo. Tendría que ser cauto si quería ganarse la confianza de Eva, no quería pensar mal, pero las palabras del inspector resonaban en su cabeza “no podemos descartar opciones”, se repetía.
- Bueno, vamos a comprar algo de ropa, ¿no? – dijo Óscar bastante oportuno.
- Sí, claro.
Óscar necesitaba tranquilizarla, la situación empezaba a ser incómoda para él. Esperaba que un pequeño paseo y unas compras consiguieran serenar un poco a Eva.
- ¿Sabes de algún lugar por aquí cerca?, la verdad es que aún no he tenido mucho tiempo para comprar nada. Entre lo desastre que soy y que aún no me he adaptado a vivir en esta ciudad, no tengo tiempo para nada. Me refugio en el trabajo, hasta que consiga estabilizarme.
- Tenemos un centro comercial aquí al lado, deduzco que ni has entrado – dijo Eva aún con reticencia.
- Pues la verdad es que no. Pero bueno, siempre hay un primer día para todo. Bueno, vayamos antes de que sea más tarde.
Óscar abrió la puerta de casa, le cedió el paso a Eva y ambos salieron de su casa. Llamaron al ascensor, bajaron en silencio. Eva salió por el portal y sintió una punzada en el corazón. “Tenía que haberme quedado esperándole, qué tonta fui”, pensaba mientras en la cabeza permanecía la idea de que él puede que estuviese vivo antes de que ella hubiese cruzado ese portal por última vez. Dos grandes lagrimones escaparon de sus ojos. Durante el camino al centro comercial, Eva iba algo por delante de Óscar. Ambos estaban bastante pensativos.
La mañana era fría aunque despejada, los cálidos destellos del Sol le recordaban que la primavera estaba cerca. El aire fresco y puro de aquella ciudad le reconfortó. Pudo poner la mente en blanco por primera vez después de todo lo ocurrido. Se paró y esperó a Óscar. Caminaron juntos, intercambiando palabras intranscendentes sobre los grandes almacenes.
Entraron al centro comercial, Óscar esperaba sentado en un banco mientras Eva buscaba algo de ropa. Ella se detuvo delante de unos vestidos. Los miraba ilusionada, pero de pronto su mirada se entristeció y se giró. Para su sorpresa se encontró a Óscar delante, de pie, mirándola.
- ¿Qué, no vas a probártelo?
- Ehm, no, qué más da… - aún recordaba la escena de aquella noche en su casa, por poco se muere del susto.
- Hazlo por favor – le dijo mientras la miraba fijamente.
Eva se ruborizó y él al darse cuenta apartó la mirada. Se rascó la cabeza y cuando parecía que iba a abrir la boca para hablar, Eva se adelantó.
- Vale, espera un segundo.
Cogió el vestido y se metió en el probador a toda prisa, sin pensarlo dos veces. Salió del probador y se encontró a Óscar expectante en el mismo banco donde esperaba antes.
- Ehem, estás guapísima, Eva – dijo nervioso.
Era un vestido color crema con un volante diagonal que partía del hombro, le cubría el pecho y dejaba su otro hombro al descubierto. Óscar no podía dejar de mirarla embobado.
- Me da vergüenza que me mires así.
- ¿Cómo te miro?
- Pues así tan fijamente, como si hubieras visto…
- ¿El qué? ¿Un ángel, por ejemplo?
Ella se quedo callada, miraba al suelo haciéndose la distraída.
- Perdona, no era mi intención avergonzarte. Si es que soy un torpe, ¿no me ves? Intentemos buscar algo de ropa rápido, hoy va a ser un día duro.
- Sí, de todas formas, aún hace algo de frío para este vestido.
Se quedaron callados unos segundos. Pero, de repente, ella quebró aquel silencio.
- Oscar…
- Dime, Eva.
- ¿Me acompañarás en la comisaría?
- Supongo que no habrá problemas con eso, así que sólo si tú quieres.
- Sí, quiero.
Se miraron fijamente a los ojos y ella le lanzó una leve sonrisa, era lo más que sus fuerzas le permitían en aquel momento.
- Bueno, manos a la obra que hay prisa, ¿no? – continuó ella.
- Sí, claro.
Óscar le explicó que seguramente en un par de días podría volver a casa. Así que ella actuó en consecuencia y compró lo estrictamente necesario para ese periodo de tiempo. Salieron del centro comercial con una bolsa no demasiado grande y empezaron a andar hacia la comisaría de policía.
Llegaron a la comisaría, que se confundía con el resto de edificios a su alrededor, parecía que se habían construido al mismo tiempo para no alterar demasiado la simetría arquitectónica. Tenía una gran entrada acristalada, custodiada posteriormente por dos grandes puertas de madera, y precedida de una escalera de granito gris. Subieron las escaleras y entraron en la recepción. Era enorme, estaba rodeada de dos grandes escalinatas de madera como si abrazasen la sala. La parte de arriba estaba llena de oficinas y despachos. Había gente bajando, subiendo todo el tiempo. El bullicio era considerable. Eva estaba un poco intimidada por el ambiente, así que Óscar decidió tomar la iniciativa. La condujo al arco detector de metales de la entrada, era un proceso rutinario. Hizo pasar a Eva por el detector y éste sonó. Un policía que permanecía al lado del mismo, le indicó educadamente a Eva que dejara a un lado los posibles objetos metálicos. Eva miró su dedo y se despojó del anillo, dejándolo caer en la bolsa de la ropa, se la cedió un momento al amable policía y volvió a pasar por el arco. Esta vez nada, el policía se acercó y le hizo entrega de su bolsa. Una vez dentro por fin, Óscar posó su mano en el hombro de Eva, aquel gesto le reconfortó. A continuación parecía que abría la boca para hablar.
- Espera un segundo, avisaré que estás aquí y esperaremos órdenes.
Sin dejar que Eva contestase, se acercó a uno de los teléfonos de recepción mientras mantenía un intercambio de palabras con alguien del personal de aquella zona. Descolgó el teléfono, asintió un par de veces y antes de que Eva pudiera darse cuenta, estaba de vuelta acompañado por otro policía.
- Eva, tienes que identificar el cadáver. Sé que es pedirte algo muy duro, pero es una comprobación rutinaria.
- No te preocupes, pero no me dejes sola, por favor.
- Iré contigo, no hace falta que lo pidas.
- Si ya están listos. Acompáñenme, por favor – dijo el policía uniformado.
Siguieron hacia el pasillo del fondo de la sala que desembocaba en una escalera que conducía a un sótano. Bajaron y al pasar tres puertas entraron en la siguiente. Una habitación enorme se abrió ante ellos, llena de cámaras frigoríficas. El policía entregó un formulario a la persona encargada y despidiéndose se marchó.
- Déjenme adivinar, vienen aquí por un fiambre, ¿verdad? – dijo el encargado, un tipo con gafas que parecía bastante patoso.
- Sí, su ex-novio – dijo Óscar con tono enfurecido, señalando al mismo tiempo a Eva.
- Perdóneme señorita. No era mi intención, ya sabe, necesitamos algo de humor en este trabajo.
- No importa – dijo Eva, estaba demasiado nerviosa como para analizar las tonterías de aquel tipo.
- Veamos, cámara W-202… aquí está.
El hombre tiró de la palanca para abrir la portezuela y deslizó la camilla dónde debía descansar el cuerpo. Para sorpresa de los tres, la cámara estaba vacía.

Meme Encadenado: Cuarta Parte.

[...]

De fondo se oía al inspector ordenando la retirada del apartamento de Eva. La puerta estaba cerrada y precintada. El ruido de las pisadas de la policía, que se marchaban bajando por las escaleras, se fue enmudeciendo hasta dejarles en el más completo silencio. Silencio y soledad, que hizo que el tiempo se detuviese para ella, aún cuando acababa de agradecerle a Óscar su hospitalidad. A lo que él no tardó en contestar.
- No te preocupes. Tú no tienes aquí a nadie y yo vivo aquí solo. Así nos hacemos compañía – le dijo para tratar que se sintiera cómoda, la notaba tensa después de la conversación con el inspector. Era un tipo duro y algo brusco, pero Óscar sabía que de otra forma no hubiera conseguido la información que necesitaba sacar de ella.
- ¿Eh? – contestó ensimismada – Sí, supongo que sí.
Eva tenía la cabeza en otra parte. Le estaba dando vueltas a todo lo sucedido. Aún era incapaz de explicarse nada y se estaba empezando a agobiar.
Era tarde y el devenir de los acontecimientos les quitó el apetito a ambos, así que decidieron ir a descansar. Eva esperaba que la claridad de una nueva mañana le hiciera más llevadera su carga. Óscar estaba arreglando el sofá, esa noche dormiría ahí, cediéndole su cama a Eva para que estuviera más cómoda.
Ambos, agotados, se quedaron dormidos sin ningún esfuerzo. La noche estaba siendo tranquila, pero Eva estaba inquieta. No podía parar de moverse, todo lo ocurrido trastornaba su sueño y se despertó sobresaltada. Se levantó de la cama, pisando el suelo descalza. Cruzó la puerta de la habitación de Óscar y siguió el pasillo hasta el recibidor. A un lado estaba él dormido y la puerta de entrada estaba entreabierta. Extrañada se acercó y miró hacia fuera. No había nadie, todo estaba en silencio, exceptuando la profunda respiración de Óscar. Eva salió y llegó hasta la puerta de su casa. El miedo le recorrió en forma de escalofrío el espinazo, su puerta también estaba entreabierta. Se deslizó por el precinto entrando en la casa. Tenía un mal presentimiento, todo estaba tal y como le contaron. La casa estaba patas arriba, además se notaba el paso de la policía por el domicilio, había algunas pruebas marcadas, no acabaron aquella tarde con su trabajo, no le sorprendió. Miró hacia la cocina, aún permanecían allí los cristales del vaso que rompió, a su lado un charco de sangre y un contorno marcado con tiza. Volvió la vista, cerrando los ojos con fuerza entre lágrimas. No podía seguir allí más tiempo. Una ventana se abrió de repente de par en par, entrando un viento fuerte y frío. Eva se giró asustada dando media vuelta para salir de allí corriendo pero chocó con alguien y cayó al suelo.
- No me hagas daño, por favor – gritó asustada.
- Soy yo Eva, ¿qué haces aquí? – contestó Óscar preocupado.
Antes de que pudiera decir nada, el viento arrastró la foto del portarretratos, desprendiéndola de éste y dándole la vuelta. Por detrás de la foto y en un círculo rojo figuraban dos letras. “NT”, ¿qué significarían?
- Eva, ¿qué es eso que aparece detrás de la foto?
- No lo sé, Óscar. Es la primera vez que lo veo. ¿Podemos salir de aquí? Estoy muy asustada – dijo mientras sollozaba.
- Vamos a descansar, anda. Ya veremos qué pasa por la mañana – dijo Óscar recogiendo la foto del suelo y guardándola en su bolsillo.

domingo, 10 de abril de 2011

Antítesis Metastásica.

Realidades mezcladas.
Volvía del instituto de aquella ciudad que una vez fue conocida. Recorría el mismo camino que tantas veces había seguido hasta casa. Esas paredes que conformaban el hogar que le había custodiado todos esos años. Pero el momento no era el adecuado, sabía que estaba allí pero sentía que el instante en el que se movía era erróneo. Llamó por el interfono y le abrieron, subió las escaleras y su madre le esperaba con la puerta abierta. Como acostumbraba dejó la mochila en su habitación y salió corriendo para comer. En su cabeza, le atormentaba la idea del inminente examen de Medio Ambiente que aquella tarde le aguardaba. Pero los hechos se sucedían de manera contraria, toda esa preocupación se transformaba en desidia. Dejó transcurrir el tiempo hasta que ya era demasiado tarde, no llegaría al examen. De todas formas salió corriendo de casa. Se acercaba a un edificio de aspecto eclesiástico en una zona que no guardaba ninguna relación con aquella ciudad, pero misteriosamente en aquel momento todo parecía lógico. Se desplazaba paralelamente a la gruesa pared de piedra del edificio hasta una inmensa puerta metálica. Entró al interior, la puerta desde dentro era de madera y estaba acristalada. No reparó en esos detalles en aquel momento. Avanzaba por el pasillo al llegar a la esquina se encontró a su profesor que propinó una mirada mezclada entre ira y desprecio. Y le espetó en medio de su cara perpleja que si tenía alguna posibilidad de aprobar la acababa de desperdiciar. Intentó seguirle, ahora en dirección contraria, y al llegar a la otra esquina el tiempo se detuvo. Cuando se restauró de la esquina salió una chica acompañada de un profesor gordinflón que conocía bien. Les siguió porque ahora sentía que era con la chica con la que tenía que hablar sobre el peliagudo tema del examen. Ella y el profesor hablaban sobre experimentos demasiado complicados. Al parecer en alguna parte del mundo se había desarrollado un experimento con éxito. Se separaron y ella entró en lo que parecía ser su despacho. La conversación fue confusa, pero acabó abriendo los ojos.

Sería conveniente...
Actuar por conveniencia hay muchos que lo llaman instinto de supervivencia. En la mayor parte de los casos es siempre algo de lo que estar orgullosos. Hay auténticos pisa cuellos que muestran sus logros con superioridad, ya sea en el ámbito laboral o amoroso. Encontramos auténticos charlatanes, capaces de levantar del suelo a las más inconscientes muchachas, que de repente se encuentran en un peligroso descenso sin paracaídas y aún así, la tierra consigue abrirse para que sigan cayendo. Y luego, encontramos al hombre de las mil máscaras, que se irá colocándose cada careta en el momento preciso para poder sacar su mayor beneficio. Te puedes equivocar sin darte cuenta o sabiéndolo. Lo único que cambia es si llega a producirse un rebote o no de dolor, por arrepentimiento y culpa. Si tienes dudas, pregunta. Si la respuesta no te convence, desconfía. Así somos. Y aunque sepas que una persona actúa por conveniencia, si aprecias a esa persona, intentarás obviarlo. Aunque no se lo merezca, aunque puedan rodearte muchas otras que van con intenciones más nobles. Eso no importa. Lo que hagan bien no importa porque no llega a ser tan importante como el daño que padecemos por culpa de quienes apreciamos. Que padecemos a disgusto pero que no somos capaces de rechazarlo. Porque si no nos sentimos mal por perder algo que queríamos, es que no lo queríamos. Y nos sentimos culpables y nos hacemos daño para que todo tenga sentido. Y al final todo se transforma en egoísmo. Intentamos mentirnos constantemente, creyendo que eso nos aliviará. Pero lo único que hace es alargar la agonía. Al miedo hay que matarlo y con él, arrastrar el dolor. Pero es tan difícil aceptar ayuda en estas condiciones. Porque se pierde la confianza en el altruismo. Porque siempre creemos que hay razones ocultas, que nos amenazan con el reflejo fantasmal de los temores pasados. Vemos una mano tendida que pretende levantarnos y no podemos dejar de imaginarnos a la misma empujándonos al precipicio. El miedo a las posibilidades hace que permanezcamos tendidos en el suelo, mientras algunos se paran a mirar y otros se ofrecen a tender esa mano. Y si nos regalan su insistencia y compromiso sacamos a la fiera para asustar, para dejar claro que no necesitamos ayuda. Despreciando justo lo que más necesitamos.

Vamos a contar mentiras.
Una vez consiguió formar parte de algo. Podía decirse que llegó a ser feliz, pero en aquel momento era fácil. Sus preocupaciones y temores eran grandes, pero su situación conseguía hacerlos insignificantes. Aprendió lo que era la amistad incondicional, aprendió a sentirse aceptado tal y como era y a quererse. Aunque no tenía demasiada confianza en sí mismo ni en sus posibilidades, pero no le molestaba, aunque a veces le dejaba inquieto y no sabía cómo analizar lo que le ocurría. Un día todo eso acabó. Algo más importante requería su atención y sin dudarlo corrió a por ello. Y cuando lo consiguió, tuvo que pelear por volver a colocarse en el mismo punto desde la casilla de salida. Esta vez ya no iba a ser tan sencillo. Necesitaba cualquier tipo de distracción para no reparar en sus carencias. Convivía con la disconformidad, con una barrera que no podía saltar. Era feliz, lo sabía, pero no podía creérselo. Había una razón tremendamente poderosa que le atormentaba. Tenía que mentirse, tenía que hacerse infeliz para conseguir lo que pretendía, aunque fuera mentira. Y lo logró. Se sintió triunfador al principio. Pero las reacciones en latencia de sus actos pronto verían la luz y le mostrarían los errores cometidos. Así pasó a transformarse en una pieza suelta de un rompecabezas. No encajaba en ninguna parte, o al menos así se sentía. A partir de ese momento pudo observar como todo el tiempo que había perdido ya no podría recuperarlo. Entonces comprendió que para él sólo quedaba tiempo que perder. Todo a su alrededor era demasiado grande y complejo, esto lo decía dentro de un profundo pozo del que necesitaba salir. Cansado de pelearse consigo mismo y perder siempre, bajo los brazos. El que huye y de lo que se quiere huir son la misma cosa, ese sería su eterno problema.





PD: Un sueño me dijo una vez que no me despertara y no supe hacerle caso...

lunes, 4 de abril de 2011

Turistas Trágicos.

¿Sin salida?
De repente despertó. No reconocía el lugar, pero al mirar observó que se encontraba en una sala con forma de prisma hexagonal. Suelo y pared eran dos hexágonos perfectos. Seis paredes cuadradas cada una con una puerta diferente. No recordaba cómo había llegado allí, ni siquiera qué estaba haciendo antes de aquel momento. Pero sabía perfectamente quien era, aunque no le importaba. Tenía la necesidad de salir de aquel lugar para encontrar respuestas, pero antes debía estudiar la situación con detenimiento. Ocho puertas, una por cada pared, suelo y techo. Ocho puertas y ocho símbolos en cada una de ellas. En el techo la puerta era circular y justo en el centro tenía pintada una nube con tres zetas en el medio. En el suelo había una trampilla de madera, tenía labrada una bota. Abrió la trampilla y encontró tierra. Cuestionaba la utilidad de aquella trampilla, pero continuó observando. Fue hacia una de las paredes, la pared era de caña. Justo encima de la puerta, pintado en la pared, había un paraguas sobre el que llovían ojos. Abrió la puerta y se encontró un espejo. Se estaba empezando a cansar de que las puertas no condujeran a ninguna parte. Avanzó a la siguiente puerta, tenía el aspecto de un tronco de árbol y en la parte superior de la puerta, tenía colgado un tablón con un letrero en el que estaba dibujada una flor con una espiral en el medio. Abrió la puerta, al otro lado se encontraba el jardín más bonito que jamás verían sus ojos. Colorido, frescor y aromas dulces. Un puente colgante conducía a él, tenía muy mal aspecto. Los tablones de madera que lo formaban parecían podridos y con poca consistencia. Cerró la puerta para olvidar que no podría disfrutar de lo que acababa de ver. Siguió desesperadamente hasta la siguiente puerta. La puerta era de cristal macizo y bastante gruesa, porque no podía ver nada a través de ella, estaba turbia y oscura. En una esquina de la puerta, tallada, había una lágrima con un copo de nieve en el centro. Al abrir la puerta un viento frío entró en la habitación. Al otro lado se levantaba un ventisca fortísima, todo estaba borroso, excepto la entrada de una cueva que se dejaba ver con nitidez. Le entró miedo y cerró la puerta como pudo. Llegaba así hasta la siguiente puerta. Esta vez era una puerta acolchada de rojo, con un corazón que llevaba inmerso un monigote. Giró el pomo esférico, estaba frío, la puerta chirrió levemente mientras tiraba de ella. Una habitación vacía, varias grietas por las paredes alguna que otra mancha. La habitación en la que estaba le parecía más acogedora que aquella otra, así que sin dudar cerró con esfuerzo la gruesa puerta metálica y acolchada. La siguiente salida no tenía puerta, era una simple cavidad en forma de arco arrancada de la pared. Arriba había un letrero luminoso, polvoriento y tintineante en el que ponía “EXIT”. Suspiró con alivio, después de tanto juego se merecía esa recompensa. Sin pensarlo corrió hacia la salida, cruzó aquel arco y comprobó con incredulidad que seguía en la misma sala. Volvió a cruzar, pensaba que se trataría de una broma. Entró de nuevo por el arco. Estaba en el mismo sitio. No lo entendía. Cayó de rodillas al suelo de la impotencia. Se tiró boca abajo y se echó a llorar. Su desconsuelo acabaría pronto. Recordó que aún quedaba una puerta, aún quedaba esperanza. Se abalanzó hacia ella. La puerta era de piedra, no había símbolo. Golpeó con rabia la puerta mientras gritaba con una mezcla de furia y pena. Dio media vuelta y posó espalda contra la puerta mientras se deslizaba hasta sentarse en el suelo. De repente la puerta del techo se abrió. Despertó, se encontraba en una sala con forma de prisma hexagonal…

Lágrimas de acero.
¿Quién era? No era su cuerpo, que le permitía desplazarse, gesticular, bailar. No era aquella infinidad de conexiones nerviosas que con cada destello eléctrico permitía la ejecución de sus acciones. No era su visión, su oído, su tacto, su olfato, ni su gusto. No era sus pensamientos, ni los más efímeros, ni los más profundos. No era su manera de actuar, su forma de pensar, sus cualidades o sus defectos. No era su inteligencia, o la ausencia de ella. No era su belleza o ausencia de ella. No era siquiera sus sentimientos, esa convulsión que le destrozaba por dentro, que generaba fuerzas tan inmensas y poderosas que ni la infinidad del universo podría soportar. No era nada. No era nadie. Era cuando alguien reconocía aquel cuerpo extraño. Era cuando llamaban la atención la armonía de aquellas conexiones nerviosas. Era cuando le veían, le oían, le tocaban, le olían y le gustaban. Era cuando sus pensamientos eran de algún interés. Era cuando apreciaban su manera de actuar, de pensar, sus cualidades y sus defectos. Era cuando no preocupaba su inteligencia o ausencia de ella, su belleza o ausencia de ella. Era cuando esos sentimientos eran capaces de concentrarse en otro alguien, que sí podría soportar todo aquello que ningún universo jamás podría. Era nadie solo. ¿Era todo solo? Quienes le rodeaban le daban sentido, sin ellos, carecía de él, de él mismo. Quienes le rodeaban le hacían mejorar o empeorar con vertiginosa velocidad. Solo, no, nadie, nada. Rodeado pero solo, misma situación. Su definición se encuentra fuera de sí mismo. Intenta buscarla, pero sólo obtiene respuestas momentáneas. Respuestas que le reconfortan por un tiempo para volver a la incertidumbre de su ser. Tiene miedo de no saber quién es. Tiene miedo de no ser. Y tiene miedo de reconocerse. Ése es su mayor temor, que llega en el peor momento. Llega en los errores, en el dolor, en el sufrimiento. Para no tener que reconocerse cerró la puerta y rompió el espejo. Se sentó en una esquina, abrazó sus rodillas y pegó la frente contra ellas.




PD: Nanoniano...