lunes, 26 de enero de 2015

Anticuentos I

Viaje de ida.
El plasma sanguíneo empezó a dar señal televisiva. Aparecía una chica guapísima que vestía una sonrisa que le quedaba estupendamente hasta que se la borraron de la cara. Una bomba y mil luces que explotaban por la mañana. El periódico envuelto en piedra atravesaba las ventanas. Los billetes catódicos compraban suerte en la ruleta. Unos botes de pastillas que no aparecen, que no existen, que al final resulta que son invisibles. La mente en blanco, el corazón en la mano y cientos volando. Y la esfera rodando tiñe de dorado la mierda que has pisado. Cuenta atrás al año pasado y ahí se quedaron. La mentira mil veces repetida ya no es verdad sino indiscutible y es que el disfraz es impresionante. Se hace cirugía estética y qué importa si es natural o artificial, lo indudable es que ahora impresiona aunque puede que mañana no haya nada y que la verdad sea por fin mentira, pero ahora realidad.

Viaje de vuelta.
Hay una mano que deja la droga encima de la mesa. Luces de neón que iluminan a los proxenetas antes de salir de la habitación. El cañón escupe balas que cruzan el tórax y salen diciendo adiós. De tinta carmesí se pintan ahora las paredes en los moteles sin pedigrí. Firmado con agujero humeante en la sien del verdugo de cadáveres andantes queriendo huir. Ser trofeo exultante en vitrinas translúcidas al ser pasto de la taxidermia. Y dibujando en el rostro la silueta de una sonrisa en el horror de un segundo que dio la vuelta a la cara. Y el dinero se trafica en casinos de trasplantes y gritos. Se quema las córneas para ignorar lo que había visto. Aunque la lengua trae más desgracias, cuando la clave está en seguir la máxima en la que el olvido es tu aliado.

Fracasa, Moraleja.
Moraleja era sin duda un tipo peculiar. Conocía los bajos fondos como la palma de su mano, el ambiente que se respiraba y cada esquina en la que el peligro acechaba. Frecuentaba los típicos bares de mala muerte en los que las historias fluían tanto como el alcohol, siendo prolíficas para sus investigaciones. Estaba enamorado de Rosalín, una bailarina de un club nocturno a la que acompañaba a su apartamento cada vez que terminaba su turno. Pero nunca avanzaba más allá de la entrada donde siempre la despedía. Desconocía si el sentimiento era recíproco, pero parecía que su compañía le agradaba. Una noche unos matones salieron a su paso. Moraleja defendió a Rosalín con su directo de derecha, pero no pudo evitar que le apuñalaran repetidamente en el costado. A Moraleja le esperaban varios meses de hospital y rehabilitación. Tendría secuelas de por vida que limitaban su capacidad para caminar. En cuanto a Rosalín, abandonó la ciudad y nunca más supo de ella. La mañana de la salida de Moraleja del hospital, éste se despertó y encontró una fotografía de Rosalín en la mesa al lado de la cama. Tenía la silueta en carmín de un beso en el reverso.

Triunfo yermo.
Se levantaba con energía cada mañana. Antes de salir de casa se miraban en el espejo para comprobar si iba guapa. Hoy tenía una entrevista de trabajo que consiguió sin muchos problemas. Esa noche saldría con su chica para celebrarlo. Sí, era lesbiana y estaba conforme con su cuerpo y su sexo. No había perdido un ápice de feminidad en su forma de actuar, no obstante, sentía una gran atracción por las personas de su mismo sexo, en aquel momento una mujer en particular. Esto tuvo como consecuencia que su familia se apartase de ella con el mayor de los desprecios. No entendía cómo su manera de sentir podía provocar tanto rechazo, pero aprendió a vivir con ello. Un mal día a su chica le visitó su ex novio. Escopeta en mano la abatió a bocajarro. Luego se metió el cañón en la boca y apretó el gatillo. Ella se quedó congelada para toda la vida cuando al volver del trabajo se encontró con lo sucedido. Se llamaba Silvia y le faltaba la vida.

lunes, 19 de enero de 2015

Disfraz Dance.

Satélite.
Miro la Luna y pienso en el espacio que nos separa. Esa distancia la hace parecer irreal. Y ahí está, brillando como un espejo de luz nacarada que refleja la verdadera luminosidad. A veces, me pierdo en mi pensamiento y no me encuentro. La Luna parece ser un cruel artificio en el cielo. Quizás porque se vislumbra su forma y esos característicos cráteres. Es curioso pero veo la Luna y siento que al mismo tiempo me estoy mirando desde ella. Flotando ingrávido y respirando aquello que la envuelve. Cae constantemente sobre la Tierra de manera infinita. En ocasiones se deja ver aún siendo de día más triste y apagada, sin ese resplandor casi místico con el que ilumina los anocheceres. Y no obstante, en ese instante, es real y verdadera sin ese halo de misterio, sin el hechizo y el embrujo, sin ese manto artificial. Al dormir cumplo con el pacto de regalarle mis sueños. Después de la luna roja hay una noche azul y faroles que iluminan en blanco, pero para poder dormir debe predominar el negro. Hay ocasiones en las que la busco en el cielo sin éxito. Si no la encuentras entras en la noche eterna. La oscuridad te atrapa y no te da tregua hasta que aparece. Perdido en el tiempo de la noche eterna.

El primer verso.
Ya no te quiero,
le susurra al sordo
el viento.
Ya no te quiero
y le sabe a poco,
el gesto.
Ya no te quiero
y cuando te toco
no tiemblo.
Ya no te quiero
y reniego de todos,
tus besos.
Ya no te quiero
y aún queda algo
que no entiendo.
Ver tu cara
ausente de mueca
y una mirada helada.
Sin oír palabras
salir de tu boca
que permanece cerrada.
Y cobijarme
en los escombros
de tu derrota.
En charcos de tristeza
gotea una marea
que agota mi paciencia.
Se agolpan palabras
que desbordan mi lengua
para decir con firmeza.
Nunca te quise
y estaría mintiendo
si supiese hacerlo.
Nunca te quise,
ni estando muy cerca
de dejarte tan lejos.
Nunca te quise,
ni derramo más lágrimas
aunque te eche de menos.
Nunca te quise,
sin saber si fue cierto
el primer verso.

Fashion victim.
Son las cuatro de la mañana y me estoy preparando café. Afuera se escucha un perro ladrando. Es tarde, muy tarde. Prosigue un silencio exasperante al acallarse los ladridos. Es pronto, muy pronto. La oscuridad de la noche envuelve mi ojo derecho, encerrando en él un profundo dolor. Y el ojo llora y con cada lágrima el dolor se agudiza estando latente en toda su superficie semiesférica. Doy vueltas tumbado en la cama y el ojo derrama una cortina que escapa del párpado, mojando la almohada. La postura es estoica, soportando la adversidad, sin muecas ni movimientos, mezclado con el cansancio al no poder dormir. La taza se rompe y el café surca la mesa hasta llegar al filo donde un fino chorro se precipita al vacío. Cruza el suelo saliendo perpendicularmente a través del ojo. El chorro se transformó en un túnel por el que viajaba bajo distintas dimensiones. Escuchaba algunas voces que se repetían, a veces creía que no había pasado, otras parecían sólo un sueño. Era difícil distinguir la realidad. La verdad era esquiva y traicionera cuando lo real se volvía confuso. El tiempo se cristalizaba y podía verse como en un espejo. Pensaba en despertarme y lo hacía en bucle, dejando que la imaginación se filtrara. Era tarde, muy tarde. El café retrocedía de su camino, volviendo a cruzar el ojo que seguía doliendo y derramando lágrimas hasta que se abrió por la mañana.




P.S. La primera entrada del año con escritos del año pasado, paradójico. Si te digo mainstream, tú me dices underground. Si te digo, corazón, tú me llamas gilipollas. Qué cosas...