jueves, 28 de julio de 2011

Abrevadero Sediento.

La era de la macabra desinformación.
Es importante estar informados. Al menos, eso es lo que dicen. Pero últimamente, me asalta con mayor claridad el pensamiento de que al sentarme a ver un telediario, más que informarme, me desinformo. Cada vez los observo desde una perspectiva más irónica y distante. Me producen la desconfianza de saber que como empresa, no son capaces de ver más allá de la audiencia para dar un contenido imparcialmente neutro. La neutralidad es algo utópico pero se puede aspirar a la cercanía de la asepsia informativa. De todas formas, lo peor no está en relatar los sucesos de forma sesgada, sino que la gente no dude de ellos. Controlando las corrientes de pensamiento a través de los medios de comunicación, imponiendo verdades absolutas en forma de opiniones personales. Es cansino ver como la mayor parte de los periodistas se limpian el culo con la ética profesional. Y todo por avanzar rápido y lo máximo posible en sus carreras. Ver que cada vez que toman el control de lo ocurre en la pantalla sienten una impetuosa sensación de superioridad que respalda cada una de sus insensateces. Aunque realmente no era esto sobre lo que quería descargas mis letras, sino sobre una anécdota informativa que ayer viví. Viendo el informativo de cierta cadena, del cual no daré el nombre, pude comprobar la macabra percepción de dos realidades bien distintas. Fueron dos noticias bastantes próximas entre ellas. La primera relataba la penosa situación alimentaria que acaece en Somalia y lo que me pareció más significativo fue, que el avión que tenía que llevar la ayuda, estaba parado en un aeropuerto por problemas burocráticos. La segunda noticia narraba la subasta de una botella de vino, más vieja que Matusalém, por una cantidad elevada de dinero. Dos realidades que son la misma cara de una moneda. Es macabro que nos separe ese abismo, pero peor es que sea algo que sé por hecho. Algo que pueda parecer normal, palabra que detesto profundamente. Y siempre me preguntaré, ¿por qué? ¿Verdaderamente hay alguna razón para las cosas sean así? La respuesta evidente sería que no. Pero al ver la realidad, no queda otra opción que resignarse a que debe haberla, pero que aún así con total seguridad no la entendemos. Es indignante ver cómo una botella de vino puede ser algo más importante que la vida de centenares o miles de personas. No es el hecho mismo de ambas noticias lo indignante, eso sería quedarse únicamente en la anécdota. Es algo más general, es la propia situación. Uno siente rechazo y repugnancia, pero con mayor intensidad impotencia. Y con estas palabras no pretendo aliviar la culpa. Porque también he de sentirme culpable. Sólo ser otra voz más que avise de la desigualdad.

¿Empatía obsoleta?
Ahora que hablamos de desigualdad, es hora de echar piedras contra nuestro propio tejado. Es un poco ingenuo intentar arreglar los problemas del mundo cuando no se pueden ni arreglar los problemas entre un pequeño colectivo. He seguido el movimiento 15-M con cautela. Me ha entusiasmado la indignación en un principio y hay ciertos aspectos que apoyan con los que estoy de acuerdo. Pero cada vez que se oía a alguien por televisión hablando, sólo he sido capaz de escuchar críticas a distintas instituciones. No creo que no se las merezcan, pero la gente del movimiento (y las que no también) que tanto crítica la actitud de los partidos políticos que únicamente van en contra de las proposiciones del contrario. Es cierto que el movimiento está sugiriendo sus propuestas, pero su actitud crítica para todo lo demás es la misma. Reflexionar sobre las carencias de la política actual es una actitud muy sana para la democracia, pero, ¿por qué no reflexionamos sobre lo que nosotros, la sociedad, hacemos mal? Porque es muy fácil echar los balones fuera y decir ¡hala, que me lo solucionen! ¿Dónde está la autocrítica? Es posible que haya existido, aunque lo dudo, pero aún así yo no la he visto. Y no es por falta de razones. Una de las reivindicaciones es que los jóvenes podamos optar al mercado laboral con mayor facilidad, dicho pronto y mal. Me parece magnífico, pero, (todo tiene un pero, o manzana, según se mire) ¿cuál es nuestra actitud ante el trabajo? En vez de intentar crear un clima favorable, lo único que sabemos es echarnos tierra encima unos sobre otros. Competimos en lugar de ayudarnos, es una dinámica antigua, totalmente cimentada en nuestro comportamiento y pensamiento. Luego te deslumbra el reflejo de la hipocresía en actos puramente solidarios. Que decenas de personas se congreguen delante de una casa para ayudar a una familia que va a ser desahuciada, me parece un acto totalmente loable. Pero me hace desconfiar, ¿somos capaces de colaborar unos con otros en situaciones que no sean desesperadas? Por lo que podemos observar, generalmente, no. Nos llegan a conmover este tipo de situaciones límite y llegan a sacar lo mejor de nosotros. Pero en una situación de cierta igualdad social, no somos capaces de seguir con ese mismo comportamiento. Para alcanzar la felicidad muchos necesitan irremediablemente sentirse superiores a los demás. Se desprecian los sentimientos sin ningún remordimiento. ¿Por qué ayudamos en causas desesperadas y no en otras ocasiones en las que también hay quien lo pasa mal? “Yo también tengo mis problemas y no pido ayuda a nadie”, esa es nuestra excusa. ¿Que sea menos importante es razón para negar un poco de colaboración? ¿Qué pasa cuando nosotros sentimos esa sensación de desamparo, acaso no sufrimos? Y siendo así, ¿por qué no somos capaces de sentir empatía hacia los demás? Concluyendo el argumento de un texto de hace pocos días, he de decir que se me ocurren infinitas razones para el sí y muy pocas para un no. Aunque también es cierto que el que no quiere ayuda, tampoco se le puede dar, ¿o sí?

Las 5 preguntas de fuego.
Era un atardecer bochornoso y anaranjado. Llegaba tarde, lo tenía asumido. Siempre me había pesado la resolución de la penúltima copa. Pero un día más, llegué a la puerta de mi despacho. La abrí tembloroso por culpa del alcohol que corría por mis venas. Cuando por fin acerté, me arrastre hacia el escritorio y me senté en el sillón, poniendo los pies sobre la mesa. Me tapé los ojos con el sombrero en un leve gesto. Supuse que la tarde sería igual de monótonamente tranquila y decidí que lo mejor sería descansar. Me equivoqué, alguien llamaba a mi puerta…
- Pase – contesté sin moverme lo más mínimo.
- Con permiso – dijo una voz femenina con un tono embelesado.
Levanté mi sombrero y las piernas se cayeron solas de la sorpresa. No podía creer la intensidad de las mentiras que me estaban transmitiendo mis ojos al verla. Era increíblemente hermosa. Pese a mi incredulidad, como buen detective, sospechaba de su imprevista aparición. Recuperando la calma, empecé mi vieja táctica. Mientras tanto ella tomaba asiento con suave delicadeza.
- Bien, señorita…
- Señora, señora Catherine Henderson – dijo interrumpiéndome.
- Catherine, bien. ¿Cómo ha llegado aquí? – comencé con mis preguntas.
- Un amigo suyo, me lo aconsejo – contestó.
- Aham, bueno. ¿A qué debo el placer de su visita? – proseguí.
- Es por mi marido, creo que está metido en asuntos turbios. El otro día entré en el despacho que tiene en casa y encontré una carta mecanografiada que hablaba sobre la llegada de un cargamento importante y que si no quería tener problemas, debía personarse en la entrega – explicó aquella hermosa dama.
- Muy bien, señorita, señora Catherine Henderson. ¿Qué se me ha perdido a mí en un caso como éste? Hablé con la policía. Yo soy investigador privado, resuelvo misterios. Aquí está todo demasiado claro – contesté con rotundidad.
- Ya fui a la policía y allí no quisieron atenderme. Por eso acudí a usted, es mi última esperanza. Además quien sabe, a lo mejor consigue despertar el interés de una dama en apuros.
Levantándose de la silla, se tiró encima del escritorio y acercándose hacia mí, buscó mis labios y los beso lentamente. Fue un momento de debilidad, pero cuando terminó, reaccioné. Ella tal y como vino, volvió a sentarse en aquella silla, esperando mi respuesta.
- ¿Cuánto te han pagado para venir a matarme? – sentencié.
Su mirada cambió, desde la sorpresa inicial a una pícara indiferencia que le confería la superioridad que suponía en ese momento.
- Lo suficiente, teniendo en cuenta de quien se trataba – respondió con soberbia.
- ¿Y bien? – es lo único que se ocurrió decir.
- Usted ya está muerto. Es la clase de tonto que se deja matar por un beso – concluyó.
Maldita sea, lo primero que pensé entonces es que debía haber desconfiado desde el principio. Pero en aquel estado siempre me dejaba guiar por el puñetero romanticismo. De todas formas, ya no importaba.
- Aún así. He de reconocer que es usted de los mejores detectives que he visto. ¿Cómo adivinó mis intenciones? – preguntaba ahora ella con curiosidad.
- Ah, fue bastante sencillo. Para empezar no tengo amigos, dudo que alguien pudiera recomendarme. Ni siquiera lleva anillo de casada, por favor, es un descuido imperdonable, además de que la historia no había quien se la creyera. Y para finalizar, ha tenido que atraer mi atención de otra manera. Lo que no supuse es que me iba a costar la vida – afirmé con tranquilidad.
- Es usted muy listo, detective. Además de guapo.
Cogí mi pistola y presioné el cañón contra mi cabeza. Mientras una bala recorría mi cráneo, veía como se marchaba con la misma delicadeza.




PD: Hasta la próxima...

martes, 26 de julio de 2011

Lugareño Empedernido.

Destino del amor.
Los engranajes del destino giran, originando el principio y el fin de los tiempos. De una batalla colosal se desprendieron una ingente cantidad de átomos. En aquel universo rebosante de energía, algunos átomos decidieron agruparse generando inmensas colonias. Buscando una estabilidad que las apaciguara. Encontrando dicho equilibrio, emprendieron un desafío mucho más complejo. Una vez que supieron cómo defenderse ante la incertidumbre del vacío universal, decidieron conquistar la autonomía. Era una tarea complicada, los átomos estuvieron a punto en muchas ocasiones de tirar la toalla en el camino de la búsqueda de la fórmula para la vida. Pasaba una eternidad mientras éstos se combinaban de distintas formas intentando logar la gloria. Había algunos reacios a tal propósito, que dejaban de ser afines a aquellos idealistas. En un día incierto lo consiguieron. La fórmula se propagaba veloz mente y la vida se expandía con velocidad. Tuvieron que encontrar las condiciones adecuadas para que fuera próspera. Había ocasiones en las que esa vida apenas duraba un instante y los átomos no se daban por satisfechos. Su investigación seguía y se hizo lo suficientemente minuciosa como para que se produjesen avances considerables. Los átomos en su infinita inmortalidad eran conscientes de las limitaciones de su fórmula. Conquistaron la autonomía, pero aquella apuesta no fue totalmente favorable. Aquellos primeros organismos perdieron la conciencia en su constitución atómica, creyendo ser los principales protagonistas. Pasaron a tener el control en detrimento de los átomos, que resignados, dieron por pérdida la batalla. Dependían de los deseos del organismo, pero les parecía mejor que seguir tal y como estaban. Se formaban nuevos organismos y en la comodidad de unas condiciones ambientales óptimas, los átomos en un gesto de gran generosidad les confiaron el secreto de la inmortalidad. Entonces los organismos aprendieron a dividirse infinitamente siendo así inmortales para siempre. El tiempo pasaba y parecía que los organismos estaban cansados de pasar por la eternidad estancados en la monotonía. Tal y como hicieron los átomos al principio de los tiempos, empezaron a unirse. No sabían cuál sería el resultado, pero algo les decía que estaban en lo correcto. El miedo que a veces padecían fue la llave para tal suceso. Soledad, calor, frío, dolor, quisieron desterrar todas esas sensaciones y encontrar su propia estabilidad protectora. Los organismos erigieron dos tribus, una pacífica y relajada, la otra activa y belicosa. Los primeros originaron las plantas, los segundos los cuerpos. Como sus antepasados, las plantas utilizaban lo que tenían a su alrededor para abastecerse, sintetizando su propia materia para obtener energía. Los cuerpos necesitaban obtener la materia y así mismo la energía a través de otros seres vivos. Las plantas son silenciosas, pero aún así emiten señales cuando están en un ambiente confortable o por el contrario adverso. Su condena fue la pérdida de movilidad, por lo demás su autosuficiencia era plena. Los cuerpos en cambio tenían el don del movimiento. Pero necesitaban de todo lo demás. Necesitaban llenar un inmenso vacío. Sus carencias eran prácticamente ilimitadas. A pesar de estas diferencias había algo fundamental que les unía. Su existencia individual era efímera, al igual que la de los organismos que al dividirse dejaban de ser un individuo único y así podían seguir prosperando. La gran revolución de estos nuevos seres, es que para llegar a la perpetuidad, para continuar en su existencia como especie, era que necesitaban dos individuos para generar un tercero. Estos engendradores perderían la vida con el paso del tiempo, dejando el futuro en manos de sus vástagos. En la muerte acaba la vida del ser y poco a poco la de los organismos que se agruparon en él y lo único que queda son los átomos que los formaban. ¿Acaso los engranajes del destino serían capaces de dar una nueva oportunidad a lo que una vez pudo ser? Desconfiando de esta posibilidad. Como no creo en el destino, no pienso dejar que arrastre el amor que siento por ti consigo. Prefiero regalártelo aunque no lo quieras contigo.

Mi mamá me mima.
Le llevó nueve meses en el vientre. Él nunca podría saber lo que eso significaba, pero no importaba. Esa sensación de como día a día su vida iba cambiando, sin que le diera tiempo a pensar en ello. Ese sentimiento de protección completo e incondicional. Un amor profundo y eterno. Tan fuerte que su bienestar era para ella lo más importante, ante cualquier cosa, ante ella misma. Le ve crecer sin apenas darse cuenta. Siempre a su lado, cuidándole. Mostrándole emociones para que pudiera reconocerlas con facilidad. Dándole todo lo que puede en todo momento al alcance de sus posibilidades. También enseñándole la crudeza de la vida y preparándole para su camino en solitario. Aunque temía que llegase ese día y no sabía cómo iba a poder afrontarlo. Pero antes de eso ahí estaban. Él tumbado en la cama, mirando al techo como si allí fuera a encontrar la respuesta que necesitaba. Al lado ella que acababa de entrar en la habitación. Le preguntó qué le pasaba. “Nada” – fue la contestación. Ella insistió porque sabía que algo le ocurría. Es increíble lo certera que es la intuición de una madre y esta vez no iba a ser diferente. Después de un rato insistiendo, sugiriendo alguna preocupación, él empezó a llorar. Ella se sentó a su lado, le acariciaba. Seguía intentándolo porque para ella era lo más importante. Cuando se dio cuenta que sus intentos no daban resultado una dolorosa sensación de impotencia la embargó. Sintió su esfuerzo inútil y lo que más podía dolerle en el mundo era no poder ayudarle. Las lágrimas empezaron a caer por su rostro. Incluso le rogaba que le dijese cómo podía hacerle sentir mejor. Durante un largo rato reinaría el desconsuelo de sus llantos, pero la razón que lo provocó sería algo que permanecería en el tiempo a pesar de la sequía de sus lágrimas y el silencio de sus llantos.




PD: Bueno, a ver qué tal. Con el segundo soy pesimista, igual lo modifico porque no está del todo como me hubiera gustado. Pero bueno, a esperar...

viernes, 22 de julio de 2011

Hace unos años también fui guionista de House...

Penitontos.
- Nuevo paciente, presenta una deformación craneal.
- Perfecto, a ver si acabamos pronto y no nos joden las vacaciones.
- ¿Vacaciones?
- Hay que joderse.
- No estoy entendiendo nada.
- Por el amor de dios, me han cambiado a mis empleados por empleados del mes, ¡qué asco!
- Mañana empieza la Semana Santa.
- Caray, alguien inteligente en el equipo.
- ¿La semana que…? ¿Aquí se celebra eso?
- ¿Y a ti que coño te importa eso? Es una excusa para escaquearse, hombre.
- Volvamos al caso.
- Será lo mejor.
- Menos mal, parece que vuelven mis chicos.
- Lo primero será ver que nos dice el síntoma.
- El síntoma nos dice que sois idiotas porque el síntoma no es síntoma es diagnóstico. ¿Le pasa algo más al paciente?
- Pues no, la verdad.
- Bien, ¿de que tipo de deformidad estamos hablando?
- ¿Has visto la película de los Caraconos?
- Mierda, ¿dónde está el paciente?
- En esta misma planta.
(Al rato)
- Joder, un puto penitente, era un penitente, me largo de este jodido hospital. Hasta la semana que viene.

Bus Stop.
- ¿Qué tal la semana, House?
- ¿Qué coño te importa?
- Es una incoherencia contestar a una pregunta con otra pregunta.
- No, lo incoherente es que alguien como tú sepa como formular una. Aunque el resultado sea peor que pésimo.
- Bueno, no creo que sea para tanto. Sólo era una pregunta.
- Sí, ya. Lo de nuestro antiguo presidente también fue una pregunta y mira, miles de iraquíes muertos.
- Por lo que veo tu semana como todas.
- No saques conclusiones premeditadas, pero a grandes rasgos más de lo mismo. Me curé el dolor de la pierna con metadona y dejé el tratamiento porque me estaba volviendo buena persona.
- Aha, bueno parece que va a refrescar el fin de semana, ¿no?
- Gilipollas.
- Aquí me bajo.
- Gilipollas.

Mystery.
- Todo se acaba, amigo.
- Lo peor es que no acabe definitivamente.
- No digas estupideces, House.
- Ya, claro. ¿Qué esperas que diga a estas horas de la noche y con alguna que otra copa de más?
- Amigo mío, es mejor haber amado y perdido que nunca haber amado.
- Como no, dejémonos imbuir por la sabiduría del señor Tennyson. Cada día que pasa, te vuelves más idiota.
- Bueno, tenía que intentarlo…
- Por supuesto, no te cortes. El mundo está lleno de intentos fallidos y de buenos propósitos. Pero eso no quiere decir que las cosas mejoren.
- Tampoco las hacen empeorar, ¿no?
- ¡Qué gran consuelo! No valen ni para bien, ni para mal. Por lo tanto, no valen para nada. Es algo que podrías haberte ahorrado.
- Intuyo que mi compañía te es indiferente.
- Valdrías como adivino, Wilson.
- Bueno, espero que no acabes autodestruyéndote.
- No te preocupes, mis pastillas y yo no te daremos esa satisfacción, al menos a corto plazo.
- Eres imposible, House.
- Ya, y tú molesto…



PD: Sigo rescatando cosillas. Y además de eso, quería dejar constancia (con los links) de que no sólo encarna al doctor más neurótico de la tele. A ver qué tal...

miércoles, 20 de julio de 2011

Brevedad Interminable.

¿Por qué temer un sí?
En aquellos días brotó una pregunta en su cabeza que le atormentaría por bastante tiempo, lo que una vez le pareció una eternidad. No sabía qué hacer mientras pensaba en la posible solución. De todas formas se sentía incapaz de decidir, ignorando que eso suponía una decisión, cobarde, pero al fin al cabo una decisión. Era algo que escapaba a su compresión. La cuestión es que la veía todos los días y eso le hacía feliz. Le hablaba sin miedo, sin titubear, intentando que no se diera cuenta de lo que realmente sentía cuando se acercaba. Le hacía reír y se reía con ella, porque le gustaba hacer sentir bien a los que le rodeaban y en aquel caso con más razón. La miraba fijamente a los ojos, perdiéndose en ellos, intentando entrar en sus pensamientos y aunque no era algo que le obsesionaba, le gustaba poder intuir si le estaba dando vueltas a algo para aliviar su carga o ser meramente su confidente. Ése podría ser el peor de los síntomas, el que te preocupen sus problemas con una sincera firmeza. Cuando para ti lo más importante es esa persona independientemente de tus circunstancias y antepones todo su mundo ante el tuyo. Pero él lo llevaba en silencio, dentro de sí. Y ahí estaba, tumbado en la cama, pensando. Dándose cuenta de que no le gustaba simplemente, sino que la amaba con la idea más puramente clara de la palabra amor. Queriendo que volvieran a tener sentido las canciones de amor. Ahí estaba, tumbado en la cama, preguntándose qué hacer. ¿Debía o no decirle todo lo que sentía? Cierto miedo a ser rechazado es algo que siempre nos atenaza. Pero en este caso no era así, porque aunque no compartiera esos sentimientos para él hubiera sido suficiente alivio contárselo y que al menos lo supiese. Y es que el peor miedo es el que te provoca el terror de un sí, algo que sabes que podrá hacerte inmensamente feliz, en el peor de los casos por un tiempo limitado. Resignado, sabía que debía conformarse con lo que tenía y hacerse creer que era suficiente.

Algo sin importancia.
La desconfianza es una pesada losa en la tarea de darnos a conocer. Nos sentimos cómodos en nuestros pensamientos o al menos seguros, aún pudiendo estar equivocados. Rompemos esa seguridad cada vez que damos a conocer esos pensamientos. Pueden ponerse en duda muchas de las cuestiones que planteamos. Pero no es algo malo, es parte del aprendizaje. Así es como nos nutrimos de nuevos puntos de vista y podemos cambiar nuestra opinión, que no requiere de renegar lo anterior. Algunas veces nos hace capaces de ver las cosas un modo más amplio, otras reforzarnos en nuestra postura o darnos cuenta de nuestra equivocación. Las dudas siempre asaltarán a algunos, porque aunque haya cuestiones de vital importancia para uno mismo, no tenemos la certeza que sea así para otros. Ahí se puede crear cierto desprecio que no lleguemos a entender, pero es lo que ocurre cuando nos topamos con alguien que lo considere extraño. La reacción irracional de algunos ante algo que no entienden es la del rechazo y la expresan sin clemencia, declarándose buenas personas en todo momento. Porque el concepto de normalidad es algo tan estancado en la mente de la sociedad que es imposible sentirse culpable al incurrir en esta conducta. Pero es algo superable, la intolerancia es algo que se puede intentar evitar por parte de quien la padece e incluso es un mal que puede remitir para quien lo promulga. Tanto en la aceptación como en el rechazo hay un compromiso, la de querer compartir o no tu tiempo con los demás. La afinidad que sentimos por los demás es un misterio, pero es una certeza para aquellos hacia los que decidimos otorgársela. Perder esa afinidad por parte de algunos es algo triste y que puede desencadenar conductas inesperadas. Así como inesperado puede ser el hecho que haya desembocado en esa pérdida. Puede ser en cuestión de minutos, días o semanas. Excluyendo los comportamientos detestablemente violentos, la razón de mayor peso la encontramos en la pasividad de la indiferencia. Porque un rechazo a tiempo es mucho menos doloroso que vivir en la aceptación bañada por un mar de indiferencia. Y es que nuestros pensamientos pueden ser importantes para nosotros, pero no para los demás.




PD: Buscando la comodidad en la escritura. Aún no desespero.

domingo, 10 de julio de 2011

Origen Olvidado.

Metáfora original del tarro de caramelos con final remasterizado.
Imagínate un tarro de caramelos, en la tapa del tarro una pegatina, pone razón. En el exterior del tarro otra pegatina, pone sentimientos. En el interior caramelos de distintos colores, rojos para el amor, naranjas para la amistad, grises para la pena, verdes para el asco, amarillos para el buen humor, negros para el miedo y la angustia. Los caramelos son de distintos sabores y se combinan para formar nuevos. El colorido le da vida al tarro y los sabores de cada caramelo provocan un efecto distinto en nuestro paladar.
El poder de los caramelos hace que de vez en cuando la tapa salte, abriéndose para salir al exterior. Y esos caramelos se regalan, o son robados, a la fuerza o con la sutileza suficiente para que no nos demos cuenta. Pero qué sería de ese tarro vacío, ya no podría llamársele tarro de caramelos, borraríamos el apellido para convertirlo en un simple tarro. Nadie quiere quedarse sin caramelos. Por eso, cuando esto pasa, la tapa del tarro se endurece y en ocasiones se complementa con un cierre que sólo su poseedor es capaz de abrir. Los caramelos se guardan con celo y desconfianza, pero entonces aparece otro problema. Si los caramelos permanecen demasiado tiempo en el tarro, pierden color y sabor. Algunos se agrian y secan con el tiempo, otros acaban pudriéndose. En ese momento, aunque quieras dar caramelos, nadie los aceptaría. Aún no está todo perdido, el tarro puede limpiarse y volver a llenarse con caramelos nuevos. Aunque no es algo sencillo…

Psicología inversa.
Al principio un no le perseguía a todas partes. Todo para conseguir algo de alivio, sin saber que no obtendría nada a cambio. O igual sí, una leve sensación de esperanza superficial, ficticia, que se disiparía con el tiempo. Pero mientras perduraba el efecto era capaz de seguir viviendo en ausencia de su pensamiento. Cuando ya la treta era inservible, una irreprimible ira se apoderó de él. En un instante racional, consideró que debía descargar toda esa furia consigo. De esa forma estuvo atormentándose autodestructivamente durante el tiempo suficiente para agriar la más dulce de las personalidades. Reflejos de esta etapa le acompañarían como un destello en el futuro. Aún con su fuerte propósito, su coraza agrietada dejaba escapar la rabia hacia los demás. Cuando pudo darse cuenta de la gravedad de su situación decidió consolidar un acuerdo. Cerró las puertas de su dolor, prometiéndose no abrirlas jamás. Como si fuera tan sencillo, el dolor no es algo que se pueda confinar en un rincón y esperar que de ahí no se mueva. El dolor encerrado es el más peligroso, porque al no poder salir y disiparse, se alimenta de tu propio ser. Eso fue lo que ocurrió. Entonces era él quien estaba arrinconado en el borde de un precipicio mientras todo a su alrededor se derrumbaba, dejándole caer al vacío. Se acostumbró a vivir en la oscuridad de una eterna caída. Como si de un túnel temporal se tratase, recorría los momentos más amargos de su vida. Lo único que le quedaba era una inmensa sensación de culpabilidad. Seguía cayendo y lógicamente era cuestión de tiempo que todo aquel tormento cesase. Una brillante luz se acercaba al final del foso, dejándole completamente ciego por unos segundos. Eso consiguió que ignorase la fuerza del impacto, o puede que no hubiese tal. Parecía encontrarse en un nuevo despertar y en él sólo encontraba un sentimiento, aceptación.

Usando la humanidad.
Aprendieron a controlar la química de los sentimientos. Con ello se generó una potente industria, con el pretexto de hacer el bien. Pero este tipo de poder siempre cae en manos equivocadas. No se intentó propagar la felicidad, ni el amor para curar la infección que padecía la sociedad. El plan era sencillo, contagiar a la población con la mayor de las tristezas. Para así, extorsionarlas con un ridículo anestésico que calmase su pena sin curarla. También idearon inhibidores para enamoramiento, la amistad, la empatía o la solidaridad. Crearon un enjambre de autómatas que suspiraban por algo de humanidad. Anquilosaron la era del llanto donde estaba condenada la risa. Y al final todo lo que quedó era un páramo, donde los primeros pasos de un niño dejaban aún lugar a la esperanza.




PD: Aún estoy un poco oxidado. Me ha costado un poco acabar, será la falta de costumbre. Bueno, esperemos que esto sea una vuelta y que no se quede a medias...