martes, 20 de agosto de 2013

Maravedí Delincuente.

Sota de oros.
Cuenta la leyenda que hubo un guerrero solitario, implacable en batalla. Vagaba por el imperio protegiendo a los débiles contra la tiranía del emperador. Con su espada atravesaba los corazones rivales de una estocada. Los soldados comprobaban como uno a uno sus compañeros caían en una agonía irreversible. Para mantener este don, el guerrero practicaba un ritual nocturno en el que ofrecía la sangre de sus contendientes para seguir matando un día más. Vertía la victoria de un pequeño frasco de cristal a un cuenco de metal. Limpiaba la espada con un trapo que arrojaba también al cuenco. Colocaba el cuenco en un altar mientras afilaba su espada. El cuenco comenzaba a arder, permitiendo descansar al guerrero. No pasó mucho tiempo para que el emperador se enterase de las hazañas del guerrero y menos aún para ordenar una audiencia con él. El guerrero accedió cortésmente a visitarle. En su visita, el emperador intentó corromper al guerrero de innumerables maneras con el propósito de obtener una tregua. El guerrero contestó que sólo abrían dos formas para aceptar una tregua, un profundo cambio de conducta del emperador hacia el pueblo o el abandono de su posición como emperador. El emperador consideró intolerable la proposición del guerrero a lo que éste le contestó que la solución pasaba por ver quién de los dos sería el primer cadáver. La reunión acabó de forma abrupta y dejó contrariado al emperador que no concebía no haber llegado a un acuerdo. El emperador era un hombre taimado y sabía que aunque no había encontrado ningún punto débil en el guerrero durante su conversación, sabía que lo mejor era perseverar y concentrar las fuerzas de sus hombres en el espionaje, más que en la confrontación. Siendo así, llegó a oídos del emperador que el guerrero se desviaba frecuentemente a un poblado entre las montañas. Allí visitaba a una humilde y joven campesina, sencilla y muy hermosa, de la que estaba completamente enamorado. El emperador urdió una habilidosa artimaña con la que distraería en combate al guerrero mientras el paso fundamental del plan se centraba en raptar a su amada. El guerrero comprobó desolado el éxito del emperador con aquella treta. Sin más remedio, el guerrero volvió a ver al emperador. En esa situación, el emperador ofreció un nuevo trato al guerrero. Intercambiaría la vida de su amada por su espada y medio brazo. El guerrero sin pensarlo dos veces arrancó una antorcha de las manos de un soldado con un fuerte tirón, blandió su espada, cortó su brazo, cauterizó la herida con la antorcha y entregó su parte del trato. El emperador complacido con el resultado cumplió su parte. Loa amados volvían por su camino cuando el guerrero se dio la vuelta y arrojó un cuchillo. El cuchillo atravesó el corazón del emperador. Según las reglas del guerrero la tregua se saldaría por encima de alguno de sus cadáveres. Perder medio brazo le supo a la mayor de las victorias. Desde entonces, no se volvió a saber del guerrero y la campesina.

¿Coco, o no coco?, ésa es la cuestión.
- Compadre, cómprame un coco.
- ¿Cómo?
- Como, no. Un coco.
- ¿Por qué?
- Porque el que poco coco come…
- Espera, espera, espera.
- ¿Sí?
- Esto es lo mismo de siempre y no voy a caer.
- Vaya…
- Empty your mind.
- Vacía el coco.
- Be formless, shapeless. Like water.
- Sé fuerte, cháfalo. Saca el agua.
- You put water into a cup, it becomes the cup. You put water into a bottle, it becomes the bottle. You put water into a teapot, it becomes the teapot.
- Ponlo en un recipiente fresquito.
- Be water my friend.
- Bébete el agua, compadre.
- Imparable.
- Compadre…
- Dime.
- Cómprame un yogur de coco.
- ¿Un yogur de coco?
- Sí.
- ¿Por qué?
- Porque el que poco yogur de coco come, poco yogur de coco compra.
- ¿Sabes qué es lo mejor de la amistad?
- Nop.
- La seguridad de poder llamarte cabrón teniendo la certeza de que no te sentirás ofendido.
- Ay, sangría…
- ¿Sangría?
- Sangría Don Mamón, piribiribirí. Ven vamos a disfrutar con sangría Don Mamón.
- Ah, claro.
- El otro día entré en un bar, había alguien sentado en mi lugar habitual y me fui.
- Muy interesante la anécdota.
- No había acabado. Al rato, vuelvo y le pregunto a la camarera cuál es su anuncio favorito.
- Una pregunta un tanto extraña.
- Y me contesta que no tiene televisión.
- Vaya…
- Le digo que esa no era la respuesta a mi pregunta.
- ¿Y qué te contestó?
- Nada, me subió la medicación.
- ¿Lo suficiente?
- Al menos para tener que usar la escalera. Ahora estoy con antiestamínicos.
- Será antihistamínicos, ¿no?
- ¿Y tú que tomas?
- ¿Yo?, nada.
- Y no te apetecería sangría con agua de coco.
- No es el momento, ni el tema.
- No lo hagas.
- ¿Hacer qué?
- No intentes razonar.
- ¿A qué te refieres?
- Abramos un paréntesis y ahora seguimos nuestra conversación porque me he dado cuenta de algo importante.
- Tú dirás.
- Este cuaderno tiene notas.
- ¿Cómo?
- Pues eso, notas. Frases cortas a modo de consejo.
- Muy interesante, sí.
- Por ejemplo, en esta página pone “No pre-calientes el horno”, palabras textuales. Así en tono imperativo, pero si no precaliento el horno no puedo hacer las galletas de coco.
- Vaya…
- Éste es un cuaderno inquisidor.
- Lo que tú digas.
- Agotemos este paréntesis y volvamos de nuevo a nuestro punto neurótico.
- Será neurálgico, ¿no?
- No intentes razonar.
- ¿A qué te refieres?
- Las apariencias engañan.
- Explícate.
- ¿Cuántas personas interactúan en esta conversación?
- No lo sé.
- No lo sabemos, esa es la clave. Podríamos ser multitud o uno sólo. Pero, en el fondo, lo desconocemos.
- ¿Y por qué no razonar?
- Déjame que te lo explique. Al perder la referencia del número de interlocutores, pierdes el contexto y con él la posibilidad de establecer un razonamiento certero.
- Me gusta más la parte de los cocos.
- Me lo he perdido, rewind.
- Tengo sed.
- Pues cómprame el coco.

Psicosis.
Te oigo por todas partes y en todo momento y no lo soporto. Y es paradójico porque cuando te veo no me regalas ni siquiera una sílaba. ¿Tanto me detestas? Es posible que viva sumido en una idolatría insulsa pero créeme que es mejor que esa fría pose estática que te esfuerzas por mantener. Y que aún así es tan bella, tan delicada, tan femenina. Porque aunque me niegues el placer de tu palabra, obtengo el beneficio de poder contemplarte. Y mirar esos ojos oscuros e introspectivos que me engullen, paralizándome. Y esa mirada furibunda al leer en mis labios estas palabras y penetrar con ella en mi interior para helarme el alma. Pero puedo cerrar los ojos y seguir viéndote. Es una visión permanente que aparece de la fragancia con la que colmas mi estancia y con la que constantemente me envenenas. Bajo mis sentidos bascula la sangre confundida en un trayecto de locura y perdición. Y aún así no lo soporto. Sería capaz de aguantar infinidad de castigos pero no puedo con esa pose. No resisto tu indiferencia. La misma que erosiona mi corazón y desgasta mi locura. Porque bien me voy dando cuenta de la locura que es amarte. Pero ya no lo soporto. Y moriría por tu renuncia. Y mataría porque alguien me dijera que dejara de hablarle a una silla vacía. Pero, qué difícil es abrir una puerta cuando estás acostumbrado a tumbar muros a cabezazos.




P.S. Es posible que debiera pedir perdón por la extensión megamórfica de los escritos, pero me niego rotundamente. Se me va la olla pero me quedo muy augusto.

lunes, 5 de agosto de 2013

Prisa Retrospectiva.

Sunflower.
- Mírala, ahí sentada. Pasando desapercibida entre la multitud y el bullicio. Tan hermosa, tan elegante que hasta al aire embelesa con su presencia.
- Pero, si es la primera vez que la ves.
- ¡Qué vas a saber! Si ni siquiera conocerás el amor platónico.
- Pero, eso pasa con personajes famosos o de ficción, ¿no?
- No lo entiendes. Es disfrutar cada segundo al contemplarla en silencio con discreción. Admirar sus gestos, su sonrisa, su forma de caminar. Escuchar su voz en la lejanía, oler su perfume. Algo real y palpable, sin intermediarios. Y con suerte, poder perderme en un cruce de miradas.
- En el fondo es lo mismo.
- ¿A qué te refieres?
- Tal y como lo cuentas parece algo inalcanzable.
- ¿Y qué si lo fuese?
- Pues, que está sólo a unos pasos.
- A los pasos suficientes para que la magia siga surtiendo efecto.
- Entonces, si te acercas, ¿todo se desvanece?
- No lo sé.
- Y, ¿por qué no lo compruebas?
- Me gusta así, en la distancia en la que no me vuelva vulnerable.
- Lo que hay que aguantar. En fin, parece que se le acerca alguien. Se dan un beso, se ríe y se van juntos. Bueno, ¿qué te parece?
- Lo que te decía, una como otra cualquiera.

Confusión.
Abres los ojos sin saber dónde estás. Poco a poco reconoces tu habitación y la cama sobre la que estabas tumbado. No recuerdas que día es ni tampoco la hora a la que estás. La situación empieza a impacientarte, mientras tienes aún la cabeza embotada. Consigues olvidarte de tu propio nombre y te supone un esfuerzo volver a acordarte de él. Te incorporas lentamente sin dejar de encontrarte espeso tanto mental como físicamente. Con cada paso compruebas que las paredes a tu alrededor se van derritiendo Algo falla, muchacho. Te frotas los ojos y en el intento todo vuelve a la normalidad Te acercas a la ventana deslizas tímidamente la cortina para observar el exterior. Fuera no para de caer una lluvia de tuercas y tornillos. Mejor no haberse levantado. Al dar media vuelta ves como la habitación se alarga interminablemente. La ansiedad se apodera de ti ante la imposibilidad de ser capaz de vivir en medio de aquel caos. Cierra los ojos y tíñete de oscuridad. Espera que en el siguiente intento no siga gobernando el desconcierto. Rem.


PS. Mientras no haya mejor idea, con tal de no perder el hábito, prefiero renegar de mi grafía antes que volver al dique seco. Tampoco me voy a sulfurar, no se vayan a poner en huelga las pocas neuronas hábiles que me puedan quedar. Fin de la cita.