lunes, 29 de noviembre de 2010

Desastre natural.

La seguridad desvanecida.
Se alojaba en la fortaleza de sus convicciones. En cada pilar se asentaba cada una de ellas, firmes e inamovibles. Sostenían gruesos muros de ideales, que reforzaban la estructura. Como base una rigurosa forma de actuar, intentando que no escapara a su control ningún detalle relevante. En la fortaleza reinaba la soledad del orden. Sólo se dejaba escuchar el silencio. La entrada se confundía con la salida. La seguridad era armonía por todas partes. Un día decidió salir y al poner un solo pie fuera, la fortaleza se derrumbó. Losa a losa, caía cada uno de sus pensamientos. La seguridad se fragmentó en incertidumbres. No había entradas ni salidas. El ruido no le dejaba escuchar el silencio al que estaba acostumbrado. Se instauró el reinado del caos. El control se desvanecía, los ideales se disipaban, las convicciones eran confusas. Se sentía completamente vulnerable pero cambiaba de parecer con rapidez. Ya no sabía en qué creer, no sabía siquiera si tenía que creer en algo. Las dudas le paralizaban, no tenía miedo, pero sí desesperación por haber recalado en aquella dimensión. De repente, metió la mano en el bolsillo del pantalón. Sacó “su” símbolo y todo volvió a ser como antes. Seguridad, equilibrio, estabilidad, términos familiares y permanentes para él desde entonces. Sin más fortalezas, sin más escondites, sólo con “su” símbolo.

El autobús que no llega.
En la parada del autobús esperaba un anciano. Descansando los huesos en el bastón y guardando su pelo canoso bajo un sombrero. Miraba insistente el reloj, con impaciencia. A veces, se sentaba en los bancos de la improvisada marquesina. Otras, daba vueltas alrededor de la parada. Uno tras otro pasaban los autobuses, pero no llegaba. Le asaltó el crepúsculo en el que la gente iba y venía, algunas se quedaban a esperar su transporte y otras se marchaban al llegar a su destino. Después llegó la noche con sus madrugadas de completa soledad y en ésta llegó por fin la razón de su espera. El autobús abrió sus puertas. No había conductor. No se cobraba billete. Durante el viaje pudo disfrutar de las risas de toda una vida. Llorar con los errores y los fracasos del pasado. Extrañar los momentos de felicidad. Ver a las personas que más había querido. Resignarse y pedir perdón. Mejor tarde que nunca. No habría viaje de vuelta.

Historias andantes.
Andando por las calles te encuentras con multitud de rostros que ocultan una historia. En un principio te puedes perder en un mar de miradas. La mayoría perdidas en sus pensamientos, pero hay múltiples efectos en el cruce. Desde indiferencia brutal, una posible curiosidad, muecas de desprecio, algo de ingenuidad, una tremenda picaresca, majestuosidad, insulsa superioridad, bondad o malicia y otras tantas infinidades. Estudias las maneras de andar en la consecución de cada paso. Los posibles ademanes, esos movimientos imprevistos y espontáneos. Las sonrisas, los sentimientos encerrados al final de los ojos, el pelo, que si largo que si corto, la complexión, las posibles curvas, el sonido de una voz, un nombre que vuela por el aire, la ropa, los complementos, las extravagancias, el mal gusto, los puntos de vista, la vista de miles de puntos, puntos que se transforman en caras que van pasando sin cesar a tu alrededor, mientras paseas por la calle, sin hacer la más mínima reflexión.

Esquejes y perales.
Recogiendo “esques” del suelo para hacer una fogata y “peros” del árbol para que no quede hambre. Que lo único que hacemos es quejarnos y no mirar a la parte de nuestra culpa. Que nuestra culpa la justificamos con un “es que” o un “pero”, en vez de dar la cara y ser consecuente. No podemos dejarnos influir por la manera de actuar de la gente. Para poder quejarse hay actuar en consecuencia, que no sea por nosotros, que en ese sentido si podamos justificarnos. No caer en los mismos errores, que no puedan achacarnos la misma pauta. No dejar “esques” ni “peros”, que no nos asuste la responsabilidad, que no nos dé miedo equivocarnos, que aprendamos de esos errores, que intentemos no volver a caer en los mismos, que evolucionemos mentalmente, que no nos quedemos atrapados en el jardín de infancia, pero que no asimilemos lo más aburrido de hacerse mayor. Que tengamos una chispa infantil que se contraponga a esa necesidad de ser responsable.




PD: No he dicho nada, pero...
... jajaja.

sábado, 20 de noviembre de 2010

Partituras laterales.

Sonido de fondo.
Hay un cúmulo de voces sonando de fondo, a un volumen considerable. Un murmullo en segundo plano, intentando saltar al primero. Un ruido permanente en su cabeza que no le permitía oír sus pensamientos. Éstos se ahogaban en la inmensidad del universo perdiéndose para siempre. En cambio, el rumor continuaba, trayendo palabras intranscendentes que pasaban sin despedirse y alguna que otra propinando un leve empujón. En aquella confusión, acertó a cerrar la puerta. El disturbio cesó. Ya no volverían a interrumpirle esas voces de su cabeza. Hasta el silencio salió por la puerta.

Bitter Numbers.
Calidad y cantidad han quedado subordinadas a una cuestión numérica. Desvirtuando su significado con la aparición de una simbología que dista de darnos la misma información que las palabras. Aún estando las propias palabras alejadas de la perfección para definir, preferimos ser esclavos de los números. Los números pasan a determinar quiénes somos, una extensa serie de datos pretende representar nuestro ser. Y caemos en dicho absurdo, alienados socialmente, tendiendo a esa odiosa uniformidad. Nos sentimos amenazados cuando no nos encontramos dentro de la escala de valores deseada, sufriendo una profunda insatisfacción personal. Pero es difícil que podamos darnos cuenta de que estamos ante otra manifestación fraudulenta que quiere conseguir una preocupación general por cuestiones de menos importancia y apartarnos de lo que verdaderamente la tiene.

Lápiz y papel.
Comenzaba a sonar la serenata, el lápiz y el papel inauguraban el baile. Deslizándose uno sobre otro daban forma a la composición más bella del momento. Las continuas trazas en el papel sugerían la pérdida de su inmaculado vestido que se iba rasgando con sutil delicadeza. La melodía se intuía eterna y sin descanso, papel y lápiz seguirían danzando. Pero el desenlace no quería hacerse esperar, al dejar desnuda el lápiz al papel, se produjo el silencio, la fiesta se desvaneció, dando paso al siguiente evento. Aún así no estaba destinado que llegaran a su encuentro, lápiz y papel fueron separados antes de aquel momento.




PD: Y ahora a convencerme de que están bien. Bah, para qué perder tiempo.

martes, 16 de noviembre de 2010

Trufas de cicuta.

Palabras punzantes.
Era una concatenación de palabras que debidamente alineadas conseguían que el mundo se le viniera abajo. Una vez pronunciadas esas palabras una pequeña aguja se clavaba en su corazón, en un principio sin mayor transcendencia. Sin dolor y sin consciencia de éste. Poco a poco las agujas se acumulaban con la enunciación de las mismas. La punzada se dejaba ya sentir. Y lo que empezó como un dolor agudo, pero leve, acabo por convertirse en algo insoportable. Cada vez que oía esas palabras era consciente que un pedacito de su vida se iba con ellas. Y no iba a poder recuperarlos. Pedazos que al desprenderse vagaban por el aire y se desintegraban al momento, desapareciendo para siempre. Aunque en cada instante estaba atento, nunca conseguía no ser pillado por sorpresa. Esas palabras eran su perdición, una maldición que le perseguía sin descanso. Aún con una herida fatal, continuaba resistiendo. No iba a dar la batalla por perdida.

Francine.
Si al decirme con quién andas, te digo quien eres, puedes hacer oídos sordos al creer que a buen árbol te arrimas pero avisándote no soy traidor y otorgarás callando. Más vale prevenir que curar y tarde que nunca, ya que no es bueno dejar para mañana lo que puedes hacer hoy y no te acostarás sin saber una cosa más. No hay mal que por bien no venga pero el mal de muchos es consuelo de tontos, porque no es oro todo lo que reluce. Aunque por mucho madrugar no amanezca más temprano y el que riese último ría mejor, por la boca muere el pez y vendo consejos que para mí no tengo. Aún valiendo más lo malo conocido que lo bueno por conocer, es mejor estar solo que mal acompañado, porque cuánto más tienes, más necesitas. Y como a buen entendedor pocas palabras bastan, bien está lo que bien acaba.

¿Truth?
- ¿Buenos días o un simple, hola?
- Hola.
- ¿Mañanas, tardes o noches?
- Mañanas.
- ¿Orden o caos?
- Caos.
- ¿Ética o moral?
- Ninguna.
- ¿Actuación o reflexión?
- Actuación.
- ¿Un color?
- Rojo.
- ¿Un animal?
- El caracol.
- ¿Sentimientos o razón?
- Razón.
- ¿Universo o átomo?
- Átomo.
- ¿Antiguo o nuevo?
- Nuevo.
- ¿Belleza o inteligencia?
- Belleza.
- ¿Tiempo o distancia?
- Distancia.
- ¿Unión o dispersión?
- Dispersión.
- ¿Dependencia o autonomía?
- Sin depender de la autonomía.
- ¿Verdad o mentira?
- Medias verdades, mitad de mentiras.
- ¿Hola o adiós?
- Siempre adiós.
- ¿Vida o muerte?
- …




PD: Y una menos.

jueves, 11 de noviembre de 2010

Pluviosidad craneal.

Inmunidad.
Estando a su lado se volvía invencible.
Las balas rebotaban al impactar en su cuerpo.
Era el antídoto de cualquier mal posible
y el camino más corto entre los puntos del trayecto.

Era la solución de sus preguntas sin respuesta,
el oasis que se esconde en el desierto.
Era la llave que abría su cadena perpetua,
y el manantial que abastece al sediento.

Y se volvía fuego artificial en la fiesta.
Y se volvía segundo que detiene el tiempo.
Y se volvía victoria en la contienda.

O susurro que calma el viento.
O tesoro entre monedas.
O la mejor virtud en medio de tanto defecto.

Waiting for sunset.
Encarcelamiento indefinido a la espera de la pena muerte. Encerrado entre seis paredes, escapatoria improbable y además nada ventajosa. Las facultades tanto físicas como mentales permanecen inalterables. El tiempo pasa. Los pensamientos rebotan en las paredes de la prisión que toma forma en su cabeza. Aún mantiene la consciencia de la realidad que afronta. El tiempo se transforma en adversario de un combate. Sus golpes te alejan de la verdadera percepción. Reconoces cada centímetro de la habitación y puede sentir su malestar. Empieza la pelea real con sí mismo. Entonces es cuando entiende que no se soporta. Se cuestiona su existencia y su razón de ser. Pero el miedo es quien ciertamente le encadena. Su vida aún es la cuestión fundamental. Mientras tanto no deja de hablar con personajes imaginarios. Seres que le confunden y le dan respuestas imprecisas. La felicidad ya no era posible. A medida que transcurría el tiempo sentía como llegaba el final, era una situación frenética en la que el final de túnel seguía estando oscuro. El alivio no llegaba, no se presentaba la razón que levantara su carga. Sumido en la desesperación que desgarraba su alma incierta. Compulsivamente miraba hacia todos lados y éstos le devolvían una mirada fulminante. Necesitaba encontrar la solución antes del desenlace. Para poder estar tranquilo el día de su ejecución.

La Bestia sin Bella, dos veces Bestia.
La bestia estaba en el castillo mientras la rosa se consumía. Al caer el último pétalo la maldición permanecería. Todos tenían miedo, todos se asustaban, cuando la bestia se acercaba. No era lo que él pretendía, sólo quería poner fin a su agonía. Aún así era imposible, nadie era capaz de ver a través de su aspecto. Nadie podría conocer sus verdaderos sentimientos. Sentimientos atrapados en una cárcel maldita, de apariencia infernal, congelada en el tiempo. Sentimientos puros de inmensa bondad y deseos de amar. Eso existía pero jamás saldría. La rosa un día finalmente se consumiría, la princesa perdida y la locura de la bestia hace que realmente en una se convierta.






PD: Hala, que ya era hora.

martes, 2 de noviembre de 2010

O camiño dos debuxos.

Sueños colegiales: Primera Parte
Viajaban en autobús él y su grupo de amigos, camino del colegio. El autobús paró y sus portezuelas se abrieron. No habían llegado al destino, aún así todo el mundo se bajó del vehículo. Al bajar las escaleras se encontró a uno de sus amigos peleándose con otro compañero. Se puso en medio y de un empujón separó al adversario de su amigo. Se giró hacia su colega y lo abrazó para calmarle. Sentía los brazos pesados y sin fuerza y notaba como su amigo se deshacía de él sin problemas y la mitad del grupo salía corriendo. El resto de amigos, entre los que estaba él, empezó a correr sin pensarlo dos veces. Llegaron a un parking lleno de coches que continuaba al descubierto por debajo de un bloque de pisos. Antes de adentrarse en el bloque, se paró. Ganó algo de ventaja a los que tenía detrás, pero los que iban delante seguían desbocados. No veía a los rezagados y continuo el camino. Al seguir corriendo, volvió a tomar contacto visual con los de delante. El parking se transformó en un pasillo y éste se abrió en un descansillo que terminaba en un ascensor. Sus amigos entraron en el ascensor, todos menos uno, que cuando llegó, vio como se cerraban las puertas de éste en sus narices. Entonces, entró en una puerta, inmediatamente a la derecha del ascensor. Hizo lo mismo y al cruzar la puerta se encontró en medio de una tienda de chucherías abandonada. Tuvo una pequeña conversación con su amigo, pero no estuvo demasiado atento. Estaba nervioso, las clases ya habían empezado, llegaba tarde. Cogió un par de chupa-chups de fresa, le encantaban. Escuchó el sonido de las puertas del ascensor abriéndose y sin dudarlo entró en él. El ascensor bajó, dejándole de nuevo en la calle. Corrió hasta el colegio y entró. Zigzagueaba por los pasillos, esperando no encontrarse con ningún profesor. Llegó a clase, el profesor estaba de espaldas, así que abrió la puerta suavemente sin hacer ruido y con un rápido movimiento alcanzó su pupitre y se sentó en él. “Misión cumplida”, pensaba.

Sueños colegiales: Segunda parte
En un momento completamente distinto, iba andando camino al colegio. No recordaba nada de lo que había pasado durante el tiempo intermedio. Llevaba un traje negro, sentía que iba bien arreglado y esto le proporcionaba gran confianza en sí mismo. El timbre de entrada sonó y comenzó a subir las escaleras en dirección a la primera planta. Antes de cruzar la puerta que daba al pasillo de esa planta, se encontró a dos profesores. Uno vestía igual que siempre, nunca se desharía de aquel jersey viejo. El otro estaba raro, trajeado también y con el pelo engominado. El primero hizo referencia a su vestimenta con un comentario amistoso, tenía bastante aprecio a ese profesor, se llevaron bien desde el principio. El comentario provocó su sonrisa y alzó el pulgar en señal de aprobación. El otro respondió a su gesto con incertidumbre por el mismo. Llegó a clase, le resultaba familiar, pero sin saber de qué. Esa sería su futura clase en la universidad, pero esto él aún no lo sabía. Se sentó en pupitre y comprobó que la mesa estaba coja, lo detestaba. Probó la estabilidad de las mesas de alrededor y cogió una en buen estado, cambiándola por la suya. Empezó la clase, el profesor que le hizo el comentario gracioso, entró por la puerta. Parecía ser clase de historia, pero era extraño, ese profesor nunca le había impartido esa asignatura. Tampoco se centró demasiado en esa idea. Empezó a hablar de cómo Shakespeare fue docente y de que no había que fiarse del pasado porque se encontraban cosas del futuro. Puso el ejemplo de que durante los inicios de la Edad Media se encontraron decretos del tiempo de Isabel la Católica. Se quedó ensimismado escuchando las locas historias de su profesor y el tiempo parecía haberse detenido.

Esperando el autobús.
Esperaba en aquel banco que llegara el autobús. Una muchacha se aproximaba lentamente con la cabeza gacha. Se miraron y se saludaron mutuamente por cortesía. No ocurrió nada más. Sus miradas no se conectaron sin poder despegarse. Sus seres no se cortocircuitaron sin poder responder. No sintieron ninguna explosión interior que les hiciese renacer. No olvidaron sus problemas viendo que resultaban insignificantes. No volaron entre las nubes, despegando los pies de la maldita tierra. No provocaron ningún terremoto, ni una erupción volcánica, ni siquiera que empezase a soplar el viento. Ni una chispa, ni reacción química, ni apoteosis. No por falta de ganas. No porque Cupido se quedara sin balas. Allí estaban los dos en aquella parada, esperando que el autobús llegara. Llegó y cortésmente, el muchacho le cedió el paso a la joven. No cruzaron miradas en el trayecto. El autobús seguía su camino recto en un viaje en el que faltarían los besos.

Huecos en blanco.
Entre los huecos que dejaban las palabras veía una rosa, una espada, una multitud de bestias que se confundían. Aparecía un escarabajo, un búho y un murciélago, debajo de un paraguas en un día de lluvia. Entre los huecos en blanco se escondían cofres del tesoro llenos de monedas y las olas que se las intentan llevar. Entre la nada más absoluta irrumpen millones de cosas. En los espacios en blanco entre cada palabra.





PD: Vaya, me he dado cuenta de que se pueden unir los tres textos. El último no cuenta, es una tontería. No parece que haya quedado muy mal. Bueno, a ver que tal.