viernes, 31 de diciembre de 2010

Vuelven a casa por Navidad.

Siempre era Navidad. Esa noche mágica en la que los deseos circulaban por el ambiente. Una atmósfera de buenos propósitos estaba iluminada por centenares de bombillas de colores y paneles luminosos con mensajes reparadores. Los copos de nieve permanecían estáticos en el aire mientras la ciudad mantenía un manto blanco permanente. Yendo por una de las calles de esa ciudad, paseaba nuestro protagonista. Caminaba levitando por la acera mientras en la calle no paraban de sonar villancicos entonados por voces infantiles. Rebosante de felicidad extrema se quitaba el sombrero en reverencia al pasar al lado de las doncellas de largos cabellos de fuego. Todos iban a la fiesta aquella noche. Todos en peregrinación se dirigían al castillo para acogerse en su protección, disfrutar de sus riquezas y deleitarse con sus manjares. Con su bastón, la levita y un gran monóculo en el ojo derecho, hizo entrada por el inmenso portalón de la fortaleza. Se adentró en un pasillo inmenso y siguió una alfombra roja custodiada por innumerables armaduras vacías y lienzos borrosos colgados de la pared. El pasillo se abría en un enorme salón de bailes. La música sonaba en la armonía de violines y trompetas. La sala estaba impregnada de olores florales que en última instancia dejaban como anécdota el aroma de la comida aún caliente. En el preciso momento en el que nuestro protagonista puso un pie en el salón, todo el mundo se le quedó mirando en silencio. Se sentía incómodo, era una situación violenta. El rey, que era una enorme marioneta de teatrillo, se giró ya que estaba dándole la espalda y al verle se sorprendió y exclamó al instante.
-¡Guardas, a por él! – mientras le señalaba con sus manos articuladas.
Dos soldados de plomo salieron disparados a por él. En su levitación constante, dio media vuelta, de nuevo hacia el pasillo, y corrió a toda prisa. No entendía lo acontecido en la sala, era la primera vez que le ocurría una desgracia desde que vivía en aquella ciudad. No tenía sentido, no había hecho nada más que continuar siendo partícipe de la felicidad eterna de la Navidad. Corría cada vez más rápido, alejándose de sus perseguidores, pero para su asombro, el gran portalón del palacio estaba siendo cerrado. Aún así parecía que podría escapar de no ser por las palabras de uno de los soldados.
-¿Dónde pretende ir señor Bentley? – dijo con solemnidad.
Como si de una especie de conjuro se tratase, su realidad empezó a transformarse. El tiempo se iba frenando poco a poco, haciéndose más denso hasta llegar a ser una losa demasiado pesada como para poder cumplir con su huida. La gravedad aumentaba su intensidad progresivamente, obligando con su demoledora fuerza a que por primera vez pusiese los pies en el suelo. Pero no quedó ahí, esa fuerza que se agrandaba, hacía cada paso más difícil que el anterior. La enorme presión generada lo puso de rodillas y aún así siguió gateando. Llegó un momento en el que se encontró aplastado contra el suelo, parecía que iba a atravesarlo. Y eso justamente fue lo que sucedió, como si de una barrera invisible se tratara, cruzó su realidad. El tiempo volvió a la normalidad y con él un fuerte dolor de cabeza. La opresión que le estuvo atormentando desapareció, dejando una sensación de aturdimiento. La voz del soldado volvió a sonar, ahora en el cuerpo de un médico.
-¿Se encuentra bien, señor Bentley? – dijo preocupado.
Nuestro protagonista le miró asustado, respondiendo.
-¿No era real? – musitó.
-Veo que por fin lo entiende – replicó el médico.
-¿No soy el espíritu de la Navidad? – dijo lleno de tristeza.
-No, señor Bentley – dijo condescendientemente – es una persona de carne y hueso – sentenció.
-No sé cómo demonios lo han hecho. O qué truco barato de magia han utilizado. Pero exijo que me lleven de vuelta. ¡Llévenme de vuelta! – gritó furioso mientras cargaba violentamente contra sus captores.
-Cinco miligramos de Diazepam, por favor – dijo el doctor – maldita sea, hemos estado muy cerca – finalizó después de administrarle la dosis y dejarle sedado.
Era el día de Nochebuena, el doctor acababa su jornada, frustrado y entristecido, pero volvía a casa con su familia para cenar.
Así acaba la historia de nuestro protagonista y su vuelta a casa por Navidad.



miércoles, 29 de diciembre de 2010

Verborrea vacua y volátil.

Ceguera.
Vivía en una tiniebla de ideas que no podía comprender. Al alejarse con cada paso se adentraba más en la oscuridad. La cabeza le daba vueltas y tanta sombra danzante empezaba a agobiarle. Aturdido y desorientado, intentó buscar una salida. Miró en todas direcciones para darse cuenta de que estaba en un punto muerto. Sin salida. Pero es en los momentos de máxima desesperación cuando la verdad sale de dentro y con un fogonazo de luz blanca, disipa cualquier signo de la tormenta. Fue en ese momento cuando comprendió el motivo de su salvación. Como un espejismo brillante, ella se materializó ante él. Entonces supo, que lo único cierto de su vida era ese sentimiento. Aunque nunca se lo confesara y lo guardara celoso como un tesoro. Necesitaba el amanecer para contemplarla sin descanso y ahora vivía en una noche continua. Necesitaba una proximidad distante y ahora se encontraba a una distancia interminable. Le gustaba refugiarse en el arco iris que formaba su boca al sonreír y ahora el único color que conoce es el gris. Se moría de ganas de darle el beso que nunca llegó, porque se paralizaba de sólo pensarlo. Pasó de una pletórica apoteosis diaria a la caída eterna en el abismo sin fondo. Se perdía en su ser, en aquella realidad pasada, y ahora tenía que conformarse con el producto residual del recuerdo y la imaginación. Ahí se encontraba, delante de la estatua de luz con su forma. Cuando se disponía a tocarla, se desvaneció entre sus manos. Cayó al suelo abrazando la bruma luminosa que se difuminaba. Su alrededor seguía aún iluminado y completamente blanco. Se oía el salpicar de unas gotas sobre el suelo. Pensaba que serían las lágrimas que derramaba y empapaban su rostro. Pero vio horrorizado como el suelo se punteaba de rojo. Se desplomó de costado con agujero en el pecho.

Morfina.
Las duras líneas que iban dando forma a un papel vacío, se sucedían tras palabras de tinta líquida con las que iba derramando su sangre. Cada frase era un flechazo desgarrado directamente desde el alma. Cada materialización de su pensamiento suponía la muerte de millones de conexiones sinápticas en las que residía la ilusión de su esperanza. Con el único pretexto de proferirse un daño letal, continuaba con su delirio infundado pero con precursores de túnicas invisibles. Cada paso llevaba implícito una vuelta de tuerca de la válvula que cerraba la erupción del volcán. Su mirada era un foco de sombras. Su retrato un lienzo en blanco, espejo del vacío existencial de mas palabras ignoradas. Símbolo decadente del temor a sus emociones y del amor a sus miedos. Retorcía los estandartes de las batallas perdidas. Deambulaba por los charcos secos de sus antiguas lágrimas. Angustiado exclamó un grito mudo en blanco y negro. Sus quejas se oían a color y en estéreo. Mil lamentos goteantes por esa herida punzante que reside en la pluma y el papel. Corren torrentes de tinta de pantallas iluminadas por la proyección de una película que se repite hasta la saciedad. Los estómagos hambrientos esperan por la venida de tiempos de bonanza. Mientras tanto se alimentan de los desechos de pretextos caducados. Aún así, la insatisfacción virtual sigue siendo una barrera en contra de la estabilidad terrenal. Excusas que alivian la culpabilidad de un sueño reparador. Huellas de identidad de miles de culpables que siguen en la cárcel sin rejas global controlada por criminales sin escrúpulos. ¿A quién atañe desterrar las lágrimas de tristeza que manchan las almas de los indefensos? Esperando el tiempo en el que tender la mano no fuera una obligación y se convirtiera en un acto cotidiano.

Traspié.
Flotaba por el cielo en una nube de algodón.
Flotaba, dejando abajo la causa de su preocupación.
Dispararon a la nube que estalló como pompa de jabón.
Dispararon a aquello que traía tranquilidad a su corazón.

Caía y decidió pintar un paracaídas en el cielo.
Caía, el paracaídas se rompió, precipitándose contra en suelo (de nuevo).
Y después de un golpe seco, sintió que despertaba de un sueño.
Y después de algunas magulladuras, controlaba un cuerpo sin dueño.

Se levantó y se marchó como si nada.
Se levantó, no sin esfuerzo y falto de ganas.
Se levantó para esperar al día de mañana.

Volvió a la nube de su vida.
Volvió al refugio de la risa.
Volvió al absurdo de su rima.




PD: Piloto automático. Controlador errático. Pudor tácito. Poder estático. Locura pasajera.

miércoles, 22 de diciembre de 2010

Barrotes Cuneiformes.

El miedo innecesario.
El miedo se clasifica en dos ramas.
Un miedo real y otro imaginario.
Un miedo objetivo y otro subjetivo.
Un miedo inherente y otro impuesto.
Un miedo aprendido y otro creado.
Un miedo concreto y otro abstracto.
Un miedo interno y otro externo.
Un miedo sincero y otro hipócrita.
Un miedo sencillo y otro complejo.
Un miedo claro y otro borroso.
Un miedo exclamativo y otro interrogativo.
Un miedo de alarma y otro alarmante.
Un miedo constante y otro instantáneo.
Un miedo individual y otro social.

El miedo al rechazo social: Prólogo.
Parásito de la consciencia humana que inocula un veneno supresor de la personalidad propia. Entonces la esencia del individuo se vuelve difusa y su comportamiento viene determinado por un patrón constante. Un chip alojado en la masa encefálica que responde de forma distinta dependiendo de la situación. Y todo esto por miedo. Miedo a no ser aceptados tal como somos o a la creencia de no ser aceptados. Entonces llega el momento de inventarse el personaje, de ponerse una careta para jugar al juego de la vida. Algunos llevarán el disfraz completo, mientras que otros se mimetizan con un promedio dando un efecto camaleónico. Y los que van sin careta quedan marginados, por miedo a que esto ocurra, todos a comprar caretas.

El miedo al rechazo social: Las redes sociales.
La degeneración o "desvirtualización" del concepto de red social en Internet sigue el mismo patrón de otros tantos inventos. Estos hábitos en el uso inadecuado se aceleran de forma vertiginosa, dando como fruto un abuso empresarial y publicitario. Escudándonos en la necesidad de encontrar un método de distracción, fomentamos esta mala utilización y cedemos al abuso a regañadientes. Pasamos de una distracción que debería tomar forma de divertimento, a la distracción como desvío de atención de cosas que realmente importan y caen al vacío. El problema del que se aprovechan las denominadas “redes sociales”, está en la necesidad de establecer lazos sociales a cualquier precio, ya que es más importante el cuánto que el cómo. Y descuidamos la caracterización fundamental de la unidad social, el individuo. Por tanto, sería lógico pensar que antes de formar lazos sociales insustanciales, habría que formarse como individuo, individualmente. En definitiva, formar tu personalidad y no ser un ente camaleónico de recipiente vacío. Para no dejarse arrastrar por una corriente en la que tienes una sensación ficticia de formar parte de algo o vagar hipnotizado por las voces de la uniformidad. Hay que conseguir establecer unas prioridades fuertes y unas convicciones firmes. Para poder aportar lo personal y diferente, arrimar el hombro, en vez de ser mecido por el día a día intrascendente.

Extra: De miedo, minimalista.
- Mamá, mamá. Que voy a tirarme de un puente con mis amigos.
- Pero, ¿tú qué pasa, que si tus amigos se tiran...
... me apunto, hijo.

Viendo cómo andaba la situación en el sistema nervioso central, el hígado de aquel individuo abandonó permanentemente su puesto de trabajo.

¿Dónde va Vicente?
Donde va la gente.
Gracias por servirme de ejemplo, Vicente.




PD: Sin que sirva de precedente, he de decir que estoy contento con la entrada. Puede ser la primera vez que consiga unir la temática de tres textos que no van juntos y que tenga sentido la concatenación de cada parte. Que estoy satisfecho, vaya. Y qué a gusto me he quedado.

miércoles, 8 de diciembre de 2010

Arquetipos de acero.

Ni sombra del fantasma.
Una vez fue feliz, pero ya no podía serlo. Una vez fue el más fuerte, sin temores ni reparos. Una vez fue valiente y sólo daba pasos hacia delante. Una vez fue, pero ya no podía serlo. Se convirtió en su propia sombra y una vez estuvo así, pudo al fin, volver a ser feliz. Algunas veces más grande, otras más pequeño, aunque la mayor parte del tiempo permanecía inexistente o confuso. Con el paso del tiempo pudo discernir que en la oscuridad no encontraría su antigua felicidad. De sombra pasó a ser fantasma, nada notaba su presencia si no lo deseaba y aún haciéndolo no conseguía materializarse. Vagaba sin rumbo ni destino, dando tumbos imprecisos. Pudo ser feliz hasta que sus viejos recuerdos destrozaban esa pasajera felicidad de efecto inocuo. El tiempo seguía jugando en su contra, en una batalla que no podía ganar. Así ocurrió y una vez llegado el momento, ni siquiera era la sombra del fantasma que una vez fue.

O anel.
Instintivamente tocaba su dedo anular con el pulgar, frotando la base de éste con la palma, haciendo semicírculos. No era algo a lo que estuviese acostumbrado y en un principio ni se percató de ello. Pero cuando se dio cuenta, intentó buscar la razón. Al parecer no había explicación posible, pero sentía que algo faltaba. Intuía que parte de la información que pudo conocer en algún momento fue robada, sin saber cómo. De esa forma encontró la explicación, un anillo. Ese gesto le recordó que anteriormente llevaba anillo, sin que fuera un recuerdo preciso, su mente de alguna manera lo sabía. Se puso a buscar el anillo como loco, sin éxito. Pero la pregunta crucial le surgió poco después. ¿Por qué un anillo?, o mejor dicho ¿por quién?

This crime is a shame.
El escenario era desalentador, sin referirse al lugar del crimen sino a la situación presente. Un pequeño estudio con un típico escritorio, sobre éste el cuerpo sin vida de la víctima. La causa de la muerte era evidente debido a los orificios de entrada y salida en cada una de las respectivas sienes. Un charco de sangre sobre la mesa y una carta empapada de ésta. El detective la abrió y la leyó en su momento. La víctima escribió su propia sentencia de muerte y la firmó. Decidió deliberadamente que alguien le asesinara. Era extraño, podía haberse suicidado. Miles de ideas y teorías surcaban la mente del detective. Dejando a un lado sus pensamientos, habló con el inspector. La situación se complicaba. Tenían un sospechoso, un amigo de la víctima. Se confesó autor del asesinato, pero no iba a ser tan fácil. Encontraron el arma del delito, una pistola. Las huellas del arma coincidían con las del sospechoso, parecía caso resuelto. Pero había algunos cabos sueltos. Había huellas sin identificar en el arma y además el ADN encontrado en ésta no coincidía con la víctima ni con el sospechoso. Iba a ser una noche en blanco para nuestro detective.





PD: Dentro de poco sólo habrá título. Que disfruten.