jueves, 4 de septiembre de 2014

Volver Viniendo.

Antananarivo.
Es curioso cómo pararse a escribir se transforma en un reto. Y alojado en la nocturnidad encuentro el sueño de estar escribiendo. Con cada cabezada se hace imposible. La exigencia a veces se vuelve tenue al no concretar el concepto. A lo mejor un pretexto o una posible secuela. Hasta el estilo se difumina dentro de la misma premisa. Y hay desencuentros y textos incompletos. Síndrome de Estocolmo al estar atrapado conmigo mismo. Adentrarse en los confines de la mente y encontrar un paradigma paranoico. Por favor, que el próximo día sea más fácil. La revolución permanente en la aplicación del género literario. Las metáforas cuidadas con riegos cada ocho horas. Para qué engañar siendo dueño de un terreno baldío. Tirar por la borda un esfuerzo por ser incapaz en la ejecución. Mirar alrededor y no poder sacarle partido. Aunque siempre quedan palabras amables que te felicitan al concluir con un trabajo mediocre. Ni siquiera atisbo la forma que dé sentido al contenido y al final no queda nada. Sólo la autodestrucción que llega a ser realmente satisfactoria. Sin frustración, sin miedo, sin tristeza. Sólo resignación al darle cuerda al reloj roto. No es la vida real, son patatas fritas de una bolsa del supermercado.

Voces en la cabeza.
No, no, no puedo acercarme. Si, si, si tuviera algo que decirle le escribiría una carta o le enviaría un telegrama. Es posible que sea un poco anticuado, que no anticuario, pero con encanto. No el anticuario, que por supuesto hay algunos excepcionales pero me refería al telegrama. Es, es, es una sensación algo hipócrita, no de cripta, ya que de ninguna manera esto concierne a la muerte, o eso espero. Más bien apuntaba al elemento químico Kriptón, un gas noble y lo que ocurre es que me pongo muy nervioso al hablar de la nobleza. Creo, creo, creo que esta aproximación sea contraproducente, puede que no a una escala global, ya que puede que para el mundo esto sea imperceptible pero produciría un cataclismo personal e irreversible. El que dijo que había que enfrentarse a los eventos circunstanciales o era un insensato o en su vida le aconteció alguno. Ni siquiera tengo una frase ingeniosa, pero, qué digo, ojalá tuviera por lo menos una frase y no palabras náufragas e ininteligibles. Definitivamente, no es una buena idea y créeme, sé de lo que hablo, llevo teniendo ideas funestas desde que tengo uso de razón y soy capaz de reconocer una cuando la veo. Oh, maldita sea, ya no hay vuelta atrás. Y le daba yo vueltas a la cabeza. Aunque la que daría vueltas sería la cabeza, coronando la cesta. El publico observando paciente, pareciendo no hacer sangre. Y allí estaba exultante, brillando con su perfecta figura. Y es que por ella cualquiera perdería la cabeza.

Figurantes.
Me levanté para ir a trabajar irónicamente pero era Domingo. Fue uno de esos días que sabes que terminará peor porque ya había empezado mal. Un vagabundo seguidor de la cienciología se autodesignó mi mayordomo. Me traía placentas de bebé para desayunar. La idea no me parecía seductora por lo que le ordené incinerar mi libro de autoayuda que descansaba junto al cabecero de la cama, encima de la mesita de noche. Cogí las gafas de la mesita de día. Me tomé tres tazas de café sin cafeína y una tila me puso nervioso. Mi mayordomo se había transformado en una voluptuosa ninfómana que me acosaba sin descanso. No podía olvidar que antes había sido mayordomo, por lo que salí del lugar. Al bajar las escaleras caí sincronizadamente hasta la calle. Crucé la calle en canoa, al otro lado había un quince de rugby decididos a placarme porque llevaba en mis manos un balón. Conseguí despistarlos con un “moonwalk”. Entrando en un supermercado me esperaba mi voluptuosa ninfómana mayordomo vagabundo que se había transformado en cobrador del frac. Le regalé un traje de torero, le di dos pases y le clavé el estoque. Compré una caja de cereales cultivados en la zona septentrional de Groenlandia. No estaban en buen estado así que se los regalé a los del quince que se transformaron en animadoras no celíacas. Bueno una lo era pero no murió por eso. La enfermera era mi mayordomo que se había transformado en Júpiter. Llegué a casa y apagué el Sol de mi mesita de gafas. Pasaron diez años en tres días y nadie se quejó. Fui a reclamar y me dijeron que me lo devolverían en cómodos plazos. Entregué el ticket del aparcamiento y me devolvieron la mitad. Información privilegiada era lo próximo que me quedaba por vender y un par de alfombras usadas.



P.S. No estoy.