sábado, 14 de agosto de 2010

Tragaluz.

Con la invasión del amanecer, interrumpía el Sol aquel prolongado letargo del sencillo escritor. En ese momento las persianas alzaban su mirada, descubriendo la ventana que llenaba su cama con la luz de la mañana. Pegado entre sus sábanas y mantas, le ofrecían la luz inmaculada que regalaba el alba. Rechazando aquel preciado regalo, con un brusco ademán de su mano, deslizó las cortinas para volver a encontrarse en su oscuridad legítima. No conocía mejor medicina para las almas de profundas heridas, ya que así ocultaría los estigmas de su condición maligna, donde su procedencia quedaba sumergida en el enigma. Maldiciendo su indigna suerte, que lo empujaba a su ruina, dejando muerte en sus rimas y una incontrolable locura. ¿Qué podrían hacer con aquella mente? ¿Cómo apartarlo de su tortura? No encontraba manera alguna de poner fin a esa delirante retahíla de memeces sin que pareciese estar perdiendo la compostura o dejarse llevar por la ira. Era en el crepúsculo de las amarguras cuando sus lágrimas se derramaban al romper sus crisálidas que desataban las ánimas que lo teñían con negrura. Se perdió la espesura de las láminas de su autoestima que protegían la maquinaria arrogante que le mantenía con vida. Buscaba con tesón la fábrica de rupturas donde sus paradigmas encontrasen de una vez por todas, armonía para su memoria.

viernes, 13 de agosto de 2010

Ansiedad.

Se libra una lucha interna, bajo la ausencia de barreras preestablecidas. El final proclama una condena de grilletes y cadenas para la carne y el espíritu, destruyendo la voluntad de éstos, transformándose en marionetas. En las paredes de su mente aparecen pegadas notas contradictorias, a veces ininteligibles y otra ocurrentes que le distraían de cuanto pudiera pasar a su alrededor. El intelecto poco a poco se convertía en el súbdito de aquellos dichosos propósitos. Sólo podía ver el cruel reflejo de su macabra imaginación, sus sentidos se confundían y en ocasiones se mezclaban sin seguir un guión. El físico era etéreo y ausente de sensación. La psique confusa y sin conexión. Se arrastraba como esclavo de la necesidad, retorciéndose entre ruegos y juramentos que distaban de su propio convencimiento. Miraba y sólo encontraba espejismos donde podía escuchar los colores del mismo, en una sinfonía perfecta que degustaba plácidamente. Instalado en su inconsciencia el veneno se extiende haciendo que lento pero inexorable su fin se acerque.