lunes, 28 de febrero de 2011

Tú.

¿Manzanas?
La sensación era la de la salida de las clases a última hora de mañana en la facultad. La realidad era muy distinta, todo el grupo junto, pero en un lugar indeterminado. Parecía la entrada de un centro comercial. Entraron en un supermercado. Anduvieron un poco y tomaron como punto de encuentro la sección de congelados. Tenía un trabajo que hacer, pero los acontecimientos eran extraños e ilógicos. La persona con la que debía encontrarse al día siguiente no era su pareja en aquel trabajo. Tampoco entendía porque estaban con él una gran parte de la clase. Todo era confuso, pero no le dio mucha importancia. Entonces el tiempo se detuvo, aunque no sabía con certeza lo que estaba ocurriendo. Sentía como transcurría el tiempo pero lo único que veía era oscuridad. Así pasó un buen rato y de repente apareció por los pasillos del centro comercial. Era el día siguiente, aunque no sabía cómo llego a ese momento. Un compañero de clase se unió a él, no pintaba nada allí y aunque lo pensaba no le estaba dando importancia. De repente el entorno se transformó, enviándoles al interior del supermercado. Esperaban en un sitio equivocado pero él se dio cuenta del error al encontrarla con la mirada. Se saludaron y fueron a comprar manzanas. Iban a hacer una tarta. Del trabajo no supo nada, dejó que surgieran los acontecimientos esperando que al levantarse al día siguiente pudiese comprenderlo.

Premeditación y alevosía.
Era una especie de sótano. Estaban reunidos una pandilla de amigos, de pie, hablando. De repente surge una provocación. El ambiente se enciende y como resultado de una furiosa ira incontrolable, uno de ellos cogió al provocador por el cuello. Apretaba con fuerza mientras el agredido intentaba zafarse. Con una fuerza sobrehumana mientras lo sostenía por el cuello le tiró al suelo. El agredido lanzó una réplica que fue contestada con una patada en la cara. Le dejó inconsciente en el suelo sangrando. El resto del grupo estaba preocupado, pararon al agresor que quería seguir ensañándose, creyendo que estaba muerto. El agresor se soltó, fue hasta su víctima y le metió los dedos en la garganta, hasta provocar la tos del agredido, mostrando que seguía con vida. Sin darse cuenta se tele-transportaron a un piso, aunque la escena era la misma, sólo cambio el lugar. La única muchacha que estaba en el grupo expresaba su disconformidad ante los hechos acontecidos. El agresor le tiró un pato de comida a la cara. Los demás estaban presentes pero no eran capaces de hacer nada, eran como estatuas expectantes. El agredido se volvió a incorporar y seguía en su provocación. Le empujó y lo cubrió con un inmenso plato de comida. El agresor no tenía la intención de cometer esas acciones, ni las había pensado. Su cuerpo actuó automáticamente ante su atónita consciencia.

La otra cara de la moneda.
Se duchó y salió temprano de casa por culpa de su maniática puntualidad personal. No estaba muy convencido de lo que estaba haciendo pero decidió darse una oportunidad. Encendió el iPod para relajarse con algo de música. De nada sirvió porque lo único que hizo en el recorrido al punto de encuentro fue obsesionarse con su futuro comportamiento. “Sé tú mismo”, se repetía una y otra vez en un pésimo intento por auto-convencerse. Al aproximarse al lugar sintió como se iba formando un nudo en su garganta, prediciendo el fracaso. Miró hacia el lugar pero no había nadie. Decidió dar un rodeo para hacer tiempo. Finalmente llegó al lugar y no había llegado aún. “Mejor”, pensaba. Así tendría tiempo para ordenar sus pensamientos y apartar los nervios. Miraba al suelo en un intento de meter la cabeza dentro, de la misma forma que un avestruz. Y justo cuando alzó la miraba la encontró, pero aún no lo sabía. A los pocos segundos se delató. Él entró en un estúpido shock. Primero indecisión ante el próximo destino. No le gustaba decidir, todo le parecía siempre bien, porque para él lo importante era el hecho en sí, no la manera en que se diese. Tanto le daba allí o Pekín, si se hacía lo propuesto. Viendo que se encontraba en punto muerto decidió rápidamente sin demasiado entusiasmo. Caminaban instalados en un incómodo silencio. “Buen momento para que me arrollara un tranvía”, pensaba mientras intentaba escribir algo en el folio en blanco en el que se había transformado su cerebro. Después de un leve intercambio de palabras y de algún que otro encogimiento de hombros de él al no encontrar las palabras de sus respuestas, después de aquello, se dio cuenta de que aún llevaba puesto los auriculares de su reproductor de música. “Joder, si seré imbécil”, pensaba mientras se excusaba por su idiotez. Miraba para todos lados, deseaba que se le tragara la tierra o pedir un tiempo muerto para poder soltar la losa de una pesada tensión que no le dejaba actuar con naturalidad. Aún no se creía lo que estaba haciendo, estaba como un sueño porque satisfizo su curiosidad, conociéndola, mitad pesadilla, porque era incapaz de controlarse. Se sentaron después de un rato y pareció ser un detonante porque al poco rato empezó a llegar gente que ocupaba las pocas mesas que tenía el local. Mil cosas que quería decirle, millones de preguntas, alguna que otra confesión. No acertaba a plantear ninguna. Les trajeron el café que pidieron. Él no le hizo mucho caso, prefería escucharla ya que al hacerlo encontraba la comodidad que necesitaba. Poco a poco las palabras iban fluyendo aunque torpes. Divagaba porque realmente nunca había sido capaz de centrarse en algo sino que dispersaba sus pensamientos y mucho más cuando estaba nervioso. Tanto era así que cuando decidió tomarse el café tenía que coger la taza con ambas manos para que ella no se diera cuenta de que temblaba de puro nervio. “Si seré imbécil”, seguía pensando, aunque más levemente porque encontró refugio entre las palabras de ella. Empezaba a hacer frío y él sugirió abandonar el lugar para no se enfriaran. Por fin un acierto. Pagó ella bajo si inconformidad no manifestada, después de tantos errores no iba a incurrir en el desencadenamiento de una posible discusión, así que cedió. En el camino de vuelta estaba ya más tranquilo, pero con demasiados pensamientos en el tintero por decir y aún así mudos. Ya no sentía la necesidad de que le atropellara ningún tranvía. Un encuentro del pasado generaba entonces el paréntesis “¿ahora?”, pensaba irónicamente, maldiciendo su infortunio merecido. Dejó de andar para ponerse a levitar, saltando con cada uno de sus comentarios. No se dio cuenta de que avanzaba en el camino y de repente ella se detuvo. Tras unas breves palabras se despidieron. “Gracias por dejarme conocerte”, pensaba sin acertar a soltarlo. Cabizbajo continuaba el camino a casa, ahora en solitario. “Si seré imbécil” pensaba ahora en voz alta dentro de su cabeza. Pero lo ocurrido fue su triste realidad. Porque él no era príncipe de cuento, ni mago sin chistera, ni caballero sin armadura. No era nada de eso. Y volvía maldiciéndose a cada paso que daba. Torturándose por su incompetencia sin remedio. Dando muestra de su verdadera cara. “¿No querías ser tú mismo?” decía con sarcasmo. “Pues ahora no te quejes”, se contestaba. En general, nefasto. “Si es que no se te puede dejar salir de casa, muchacho”.




PD: Pues nada...

martes, 22 de febrero de 2011

Juramento de Marfil.

The Economist.
En las Nuevas Enseñanzas se trata a la Economía como una ciencia donde la codicia se considera como hipótesis verdadera. El único propósito del hombre ha de ser la consecución de su necesidad ilimitada. Saciar el infinito de las posibilidades materiales que desea poseer. Y que por culpa de la condición finita de nuestro mundo ese propósito es inviable. Se niegan nuestros anhelos debido a la escasez. Esto provoca insatisfacción, chispa de la mecha de la ira. Ira que se descarga contra la propia sociedad, generando un clima de rechazo, miedo y desconfianza. Miradas con recelo, temor al desconocido. Propaganda que muestran una vida llena de éxito, ésa puede ser nuestra vida. Esa esperanza hacer perseverar y facilita que no se derrumben nuestras expectativas. Envidiamos el éxito y esperamos que éste caiga del cielo, como a algunos otros sin oficio pero con beneficio. Es el estímulo anestésico e hipócrita que atrae los traseros hacia los sofás de los que no pueden despegarse. La ciencia social que da respuesta a todas las preguntas de un colectivo. Ciencia perversa y oscura que se cimenta sobre hipótesis subjetivas que llevan a una realidad falsa. Invención humana que desencadena un orden caótico en el que prescindimos del individuo para tratar con el colectivo, que más interese. Conclusiones precipitadas por un principio erróneo. La necesidad es el arma del mercado del beneficio dominado por los despreocupados. Las respuestas al idealismo van a parar a un segundo plano al jugar con la necesidad de una prioridad. Tapando las preguntas que no interesan no queda más que la esclavitud que consentimos sin reprochar. Conformistas en el fondo del inconformismo.

Kilómetros por hora.
Estaba hambriento de los besos que nunca llegaron. La sequía de los pensamientos no ayudaba a su autoestima. Las palabras permanecían encarceladas en la prisión de su mente. Una vez tocó una idea con las manos, la abrazó y se disipó en un instante. Motivos desordenados en piezas de un puzle sin montar. Intentaba oír los cantos de sirena que días atrás traían la melodía de sus sentimientos. Buscando los papeles de su cordura en un cajón vacío. Reuniendo las huellas de una verdad esquiva, siguiendo las pistas que llevaban a la felicidad. Paseaba por la calle del pasado, donde cada paso se cargaba de pesadumbre y tristeza. Se sentaba a beber jarras de lágrimas. Los gritos sordos resonaban en su cabeza fuertemente. Aturdido llegaba a una realidad distorsionada. Con cada caída se rompía una barrera de cristal y así cientos o miles que se derretían en los párpados encharcando sus ojos. Volviendo así a navegar de nuevo por aguas conocidas. La soledad del infortunio le fue negada y por eso prescindía de la curiosidad por el conocimiento futuro. Durmiendo los sueños en los despertares de su alma. Malditos los ecos de los consejos repetidos de su fracaso flamante. Una burda variante del sello invisible de una carta inexistente. Patrañas pretenciosas de un juicio de valor, sentencia por la que vuelve a la condena de sus culpas eternas. Sentado delante de la pantalla del ordenador.

Sentencia de libertad.
Estaba siendo arrastrado por pasadizos lúgubres, malolientes y estrechos. El olor a hierro oxidado y carne pútrida atestaba el ambiente. Con la cabeza tapada y las rodillas doloridas y sangrantes debido al constante rozamiento con el suelo. Pies y manos encadenadas fuertemente, tanto que no sentía dichas extremidades. Los guardas que le arrastraban mantenían una conversación trivial y aleatoria que no acertaba a identificar. De repente sentía un calor reconfortante. Una muchedumbre desconocida gritaba expectante. El aroma fresco de la mañana le recordaba la libertad. De un empujón le tiraron hacia una escalinata de madera donde otro individuo le agarró poniéndole de rodillas. Le estampó la cabeza contra un tocón de madera, reconoció el olor con facilidad. Un monje pronunciaba palabras extrañas mientras un sonido metálico, afilado resonó levemente por sus oídos. Lo próximo que oyó fue un golpe seco. Por fin llegó el día de su libertad.




PD: Ya era hora, sí.

martes, 1 de febrero de 2011

Reuniones de Canelones.

Ordenando sentimientos.
Un día más iba al estante a ordenar sus sentimientos. Se acumulaban desparramados por las baldas. Mezclados unos con otros sin seguir un orden específico. Dificultaba poder encontrarlos cuando quería, así que no quedaba más remedio que hacer limpieza. Cada rato que tenía para sí mismo, procedía con la misma dinámica. Agrupaba los recuerdos en una esquina y los guardaba en el cajón para no perderlos. Después separaba el miedo, la angustia y la frustración. Se quedaba con un poco de cada uno y el resto a la basura. La reflexión la ponía en lo más alto, para alcanzarla cuando tuviera tiempo. La melancolía era un despertador encima del cajón de los recuerdos. Tenía una montaña de dudas que apiló y las puso abajo, casi en el suelo, le recordaban que debía pisar suelo firme. La ilusión eran globos atados al mueble, para salir volando de vez en cuando. Y por último la balda de la felicidad, esa mejor no tocarla, por si acaso…

La historia del Caballo Ero.
La historia del Caballo Ero, fiel compañero de un paladín ilustre. Aprendiz de sus enseñanzas, de su valentía y coraje. Admirador de su tesón y sus valores. Se ayudaban ante los dolores de la soledad. De vagar de aquí a allá. De no fijar destino en una ciudad. Pasaban por pueblos remotos salvando todos sus obstáculos. Contando a lugareños relatos sobre batallas y espectáculos. Conociendo personas por tan sólo un día. Crueles espinas que se clavaban en su monotonía. Nunca se separaban, compartiendo la condena. Ya que era dos caras de la misma moneda. El Caballo Ero tomaba el siguiente camino. Siempre con el mismo destino.

La botella.
Encerró en una botella un sueño y la arrojó al mar. La botella mecida por las olas se internó en la inmensidad. Cuando se alejó lo suficiente como para entrar en una zona calmada, la botella se hundió en el agua. Ganaba profundidad hasta que topó con el fondo. La botella, sin romperse por la presión, quedó enterrada en la arena. Quedaba patente que si había algo más fuerte que una idea, ésos eran los sueños. Seguía adentrándose inexorablemente hasta el núcleo, haciendo imposible que su pensamiento pudiera rescatarla. Pero una vez llegado al núcleo la botella estallaría, dando lugar a un cataclismo en su intelecto que recuperaría con incalculable fuerza el sueño perdido.




PD: Empecemos el mes.