lunes, 19 de enero de 2015

Disfraz Dance.

Satélite.
Miro la Luna y pienso en el espacio que nos separa. Esa distancia la hace parecer irreal. Y ahí está, brillando como un espejo de luz nacarada que refleja la verdadera luminosidad. A veces, me pierdo en mi pensamiento y no me encuentro. La Luna parece ser un cruel artificio en el cielo. Quizás porque se vislumbra su forma y esos característicos cráteres. Es curioso pero veo la Luna y siento que al mismo tiempo me estoy mirando desde ella. Flotando ingrávido y respirando aquello que la envuelve. Cae constantemente sobre la Tierra de manera infinita. En ocasiones se deja ver aún siendo de día más triste y apagada, sin ese resplandor casi místico con el que ilumina los anocheceres. Y no obstante, en ese instante, es real y verdadera sin ese halo de misterio, sin el hechizo y el embrujo, sin ese manto artificial. Al dormir cumplo con el pacto de regalarle mis sueños. Después de la luna roja hay una noche azul y faroles que iluminan en blanco, pero para poder dormir debe predominar el negro. Hay ocasiones en las que la busco en el cielo sin éxito. Si no la encuentras entras en la noche eterna. La oscuridad te atrapa y no te da tregua hasta que aparece. Perdido en el tiempo de la noche eterna.

El primer verso.
Ya no te quiero,
le susurra al sordo
el viento.
Ya no te quiero
y le sabe a poco,
el gesto.
Ya no te quiero
y cuando te toco
no tiemblo.
Ya no te quiero
y reniego de todos,
tus besos.
Ya no te quiero
y aún queda algo
que no entiendo.
Ver tu cara
ausente de mueca
y una mirada helada.
Sin oír palabras
salir de tu boca
que permanece cerrada.
Y cobijarme
en los escombros
de tu derrota.
En charcos de tristeza
gotea una marea
que agota mi paciencia.
Se agolpan palabras
que desbordan mi lengua
para decir con firmeza.
Nunca te quise
y estaría mintiendo
si supiese hacerlo.
Nunca te quise,
ni estando muy cerca
de dejarte tan lejos.
Nunca te quise,
ni derramo más lágrimas
aunque te eche de menos.
Nunca te quise,
sin saber si fue cierto
el primer verso.

Fashion victim.
Son las cuatro de la mañana y me estoy preparando café. Afuera se escucha un perro ladrando. Es tarde, muy tarde. Prosigue un silencio exasperante al acallarse los ladridos. Es pronto, muy pronto. La oscuridad de la noche envuelve mi ojo derecho, encerrando en él un profundo dolor. Y el ojo llora y con cada lágrima el dolor se agudiza estando latente en toda su superficie semiesférica. Doy vueltas tumbado en la cama y el ojo derrama una cortina que escapa del párpado, mojando la almohada. La postura es estoica, soportando la adversidad, sin muecas ni movimientos, mezclado con el cansancio al no poder dormir. La taza se rompe y el café surca la mesa hasta llegar al filo donde un fino chorro se precipita al vacío. Cruza el suelo saliendo perpendicularmente a través del ojo. El chorro se transformó en un túnel por el que viajaba bajo distintas dimensiones. Escuchaba algunas voces que se repetían, a veces creía que no había pasado, otras parecían sólo un sueño. Era difícil distinguir la realidad. La verdad era esquiva y traicionera cuando lo real se volvía confuso. El tiempo se cristalizaba y podía verse como en un espejo. Pensaba en despertarme y lo hacía en bucle, dejando que la imaginación se filtrara. Era tarde, muy tarde. El café retrocedía de su camino, volviendo a cruzar el ojo que seguía doliendo y derramando lágrimas hasta que se abrió por la mañana.




P.S. La primera entrada del año con escritos del año pasado, paradójico. Si te digo mainstream, tú me dices underground. Si te digo, corazón, tú me llamas gilipollas. Qué cosas...

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