miércoles, 28 de julio de 2010

Negro azabache.

Vítores por la última.
Vagabundeaba por las calles en busca de limosna. Se esforzaba por recordar las caras solidarias de aquellos que le ayudaban, ya que en caso de no obtener lo suficiente se veía obligado a atracar para conseguir el restante. Acto seguido entraba al bar, un antro con olor a madera bañada en alcohol y de profunda penumbra que solamente dejaba pasar tenues hilos de luz. El dueño nada más verlo le ponía lo de siempre, bebían entre conversaciones del glorioso tiempo pasado y éste siempre acababa reviviendo su dolorosa derrota que le encadenó a esa nefasta monotonía. Iba perdiendo palabras paulatinamente mientras transcurría la charla. Le llegó el momento de vomitar sus maldiciones, reproches y preguntas de letal respuesta. El camarero veía el espectáculo sin inmutarse, siempre y cuando no se descargase esa ira contra el mugriento mobiliario del bar. Al rato se calmaba y pasaba el último trámite. En ese momento el dueño ofrecía la última y éste siempre la rechazaba, marchándose en su aura de embriaguez. Pero ese día acepto, ya era suficiente, whisky corto, revólver y una bala. Por algo la llamaban la última, decían. Cerró los ojos y no los volvió a abrir, le dolían los oídos debido al fuerte sonido del disparo. Nunca supo decir una y no más.

Buenos días.
¿Qué le pasó a los buenos días?
¿Qué fue de su matutina melodía?
¿Qué ocurrió para que así les maldigan?
¿Quién les rescatará antes de la despedida?

Ha llegado a ser un problema,
que infecta a toda la gente.
Estableciendo un sistema,
en el que todos nos somos indiferentes.

Parasita en nosotros esa conducta infame,
de silencios irrespetuosos.
Y nos lleva a la perdición, por morosos,
de un insignificante detalle.

Construimos el mundo de los desconocidos,
en el que sólo tiene valor la victoria.
Donde echamos por tierra al vencido.
Por no dar los putos buenos días.

El desenlace.
Fuera seguían matando a los sentimientos. Sin clemencia ni piedad, todos ardían o eran asesinados. De esta forma él se encerraba cada vez más y más en su gran fortaleza de cristal. En el suelo sólo quedaban recipientes vacíos, inertes y sin sentido. Ya no caían las lágrimas, no se dejaban escuchar las risas, no podían ahogarse los gritos y se olvidaba la melancolía. Él, permanecía tranquilo en su castillo de frío cristal y paredes transparentes. Al tiempo se dio cuenta de que irían a por él. Debía correr a toda prisa y abandonar su refugio, ya no estaba a salvo. No sabía qué hacer sin el cobijo de aquel bastión. Lo primero supuso, sería comprar un nombre, luego encontrar una sonata y para finalizar esperar sentado en una silla al desenlace, tendría que haber bajado el telón antes.





PD: Pues eso...

4 comentarios:

  1. El último me parece una genial forma de darle otra vueltecita de tuercas al símil que le dio nombre al blog.
    Pedazo de entrada, Jose, muy buena.

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  2. Yo siempre doy los buenos días na más abrir la puerta de la oficina. Por si te sirve de consuelo ;)

    El último supongo que es el que le decías a Empe del castillo de cristal ¿no?. Hombre... yo me habría encerrado en un castillo diferente... El cristal... no protege lo suficiente. Es frágil. Se rompe. Y cuando el cristal se rompe... siempre existe el riesgo de que se te claven los cristalitos... y acabar todavía más herido...

    Un besito ^^

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  3. Huye de los propios sentimientos, de esos que están matando. Para no sufrir la muerte de éstos y para que los restantes no afecten su estado de ánimo. Por eso está tranquilo en el palacio, sin pertubaciones. Pero tal y como dices, su huida es un arma de doble filo.

    Lo de los buenos días es una tontería (mira un pareado y otra tontería, 2x1).

    Me alegro de que des los buenos días, yo también lo hago, que menos, ¿no?

    Besos.

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  4. 2x1 dice... jajajaja

    ¡Buenas tardes! :P



    PD: Ya lo tienes, te queda otra parte, pero ahí está la primera ;). Espero que te guste.

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