miércoles, 17 de junio de 2015

Gran Fábula.

Fariseos.
Hermanos, nuestro tiempo de adoración llega a su fin. Han sido largos años de espera en los que la televisión ha difundido un dogma que seguimos como doctrina. Enseñaron que se pueden rescatar bancos por algo que pasaba con una prima. Las comisiones son el pan nuestro de cada día. Fomentaron la movilidad exterior e incurrieron en una regularización fiscal. Hoy es el día de nuestra revelación. El periodismo no es sensacionalista en busca de un titular con el que llamar la atención, ni parcial al desviar el foco de atención de asuntos relevantes. Ni siquiera comen de los rescatados. Que otras opciones no son posibles, no os dejéis contaminar por predicadores del caos. Lo público es ineficaz, la banca no tiene que estar controlada por políticos, el comunismo es utópico, el anarquismo es utópico. No sembraremos la calle de miedo, ni haremos cazas de brujas. Somos plurales y mayoritarios. Somos ejemplo a seguir y somos espejo de la sociedad. Por eso, hermanos, en este glorioso día de la revelación podemos decir que somos una gran mentira.

El nuevo.
Buscas algo por terminar, ¿no es así? Algo inacabado, que por algún motivo quedó varado en el tiempo. ¿Por qué ahora? ¿Acaso te sientes con fuerza o con la lucidez necesaria como para enfrentarlo? Es ingenuo pensar en la pretensión de compensar la agonía del tiempo con buenas palabras. Pero no te equivoques, sé que en tu cabeza ahora todo tiene sentido como si de resolver un rompecabezas se tratase. Y la realidad es que no hay ningún enigma y nunca lo ha habido. Sólo un esfuerzo innecesario de poner obstáculos por medio. No vuelves por cobardía y por desidia. Miedo a lo desconocido cuando es más dañino no saber. Y es preferible saltar al vacío que al suelo según tu razonamiento. Pero no te preocupes, que se acaba el monólogo y como cuaderno tuyo te digo que dejes de buscar. Que no hay textos por acabar en un afán por acabar uno nuevo. Te toca mover ficha en un tablero nuevo, pon las neuronas a funcionar. Escribe, que entre tanto desatino, un día, acertarás.

Al final, nada.
- ¿Y cómo acaba?
- Pues mal, ¿cómo va a acabar?
- Tus historias siempre acaban mal.
- No, no siempre.
- Bonito punto de vista…
- Fíjate que últimamente casi ni acaban.
- No sé qué es peor.
- Sí, yo sí lo sé.
- De alguna forma utilizas esas situaciones para reconfortarte, como un bálsamo.
- Probablemente, sea más como expiación.
- ¿Y no te das por satisfecho?
- Eso parece.
- Es un alivio.
- Es basura.
- La neutralidad que pervive es agotadora. Y a la vez ser consciente de lo anodinas que son cada una de las palabras que pronuncio. Estoy cansado de no sentir y no saber escribirlo. Que la asepsia me mate las ideas y las convierta en nada. ¿Qué pasa? Nada. No pasa nada. Y esa nada me engulle mientras se hace cada vez más grande. Sin aspavientos, en silencio, en calma. No me da la gana.
- ¿Y cómo acaba?
- No lo sé. Antes todo era visceral, todo estaba a flor de piel. La intensidad era fortísima. Todo era relevante y especial. Inevitablemente desembocaba en una ira fulgurante. La rabia toma el control y te lleva hacia delante porque dejaste el valor olvidado. Lo hace todo por ti, hasta que te das cuenta. Entonces, todo cambia y todo se relativiza.
- ¿Y luego?
- Luego, nada.




P.S. Mejor no acostumbrarse a este derroche de... lo que sea.

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