martes, 20 de diciembre de 2011

Biblioteca Ilusoria.

La risa irónica.
Se le iba cayendo un pedazo de carcajada mientras bajaba por las escaleras. Siempre dejaba entrever una sonrisa al pensar en una de sus tonterías absurdas pero, ¿qué le iba a hacer si le encantaba hacerlo? Se sentía optimista por un día y decidió pensar en las cosas que tenía, en vez de pensar en las que había perdido. La risotada se revolcaba por el suelo, dejándole sin respiración. Siempre había sido paciente aunque ahora había algo que le decía que era el momento de triunfar. Parecía que la vida le susurraba la siguiente jugada. Por fin volver a probar el sabor de una victoria ya olvidada. Podía ver con total nitidez los acontecimientos futuros en clarividentes ensoñaciones. La risa se volvía histérica e incontrolable, a veces le ocurría, era tan fuerte la necesidad que incluso lágrimas salían de sus ojos. Escribió en un trozo de papel una predicción aunque realmente se tratase de un deseo. Y lo dejó volar esperando que a la vuelta volviera convertido en su delirio. Esperaba mirando por la ventana mientras las nubes pasaban regalando formas extrañas, en una de ellas le pareció ver su cara. Fue entonces cuando preguntó: “¿te he visto antes por aquí?” Evidentemente no hubo contestación. Se levantó de la silla y comenzó a reírse sin parar. Bajó las escaleras con las manos en la cabeza de incredulidad. Esa risa le devolvió una mirada irónica que le dejó sin aliento. Tirado en el corredor, encima de la alfombra, esperaba a tener fuerzas para incorporarse. Entonces fue cuando pensó por un momento: “vamos a ser positivos”. Y se quedó tirado en el suelo, riendo.

Don't
Perdió la cabeza y sólo quedó un viejo reloj de cuco. Iba saltando sin dar ningún paso y siempre bocabajo. El día le saludaba y él cortésmente contestaba con la mirada fija puesta en el fuego deslumbrante. Recorría las calles con la destreza de ir dando tumbos, haciendo parecer que se dirigía hacia ninguna parte. Era cierto que no tenía destino porque lo perdió en una partida de póker, ¿o lo que perdió fue el norte? Decidió mirar fijamente a la gente, haciendo que se sintieran incómodas, hasta el punto de recibir algún golpe de suerte. “Ni muerdo, ni tengo lepra, ni una cuenta corriente en el corazón”. Lo que tenía era pájaros en la cabeza. Quizás, por aquel aspecto estrafalario causaba reparo interactuar con él. O por las clases de natación que practicaba en una fuente. Sentía el mareo de la peonza al mirar hacia abajo y el vértigo le elevaba al infinito. La cabeza le daba vueltas, sería por la peonza. “Maldita sea”, encontraba un signo de exclamación en cada cajón desordenado. Mirándolo detenidamente no consiguió encontrar ni orden ni caos, sólo un sinsentido más. “¡Maldita sea”, sonaba una canción estruendosa de fondo. Realmente le reconfortaba, pero a ratos se hacía insoportable. La espiral engullía poco a poco su calavera y por poco se cagó en su puta… en ella, en aquella maldita calavera. Sonaba un jazz apasionante, desgarbado y rápido. Ese sonido le embelesaba tanto que su incredulidad le hacía golpear el cráneo contra la pared. De su cabeza, como si de una piñata se tratara, salió una nueva exclamación. La pared parecía sólida pero más dura era la cabezonería. “¡Maldita sea!”, ¿cómo sería la situación, que con la tontería, había perdido el final del texto? Que entró por la puerta y la cabeza salió despavorida. (Y una punzada en el corazón le hizo recobrar el sentido).

Súmate al cambio, ¡cojones ya! (Va por ti, Mariano)
Somos peones de un tablero roto. Estamos en medio de nada. Asumimos y digerimos sin crítica ni oposición. Hay que aguantar por la comodidad expectativa de los acontecimientos. Hechos de los que no somos partícipes, de los que no tenemos poder de decisión y parece no importarnos el planteamiento de tales negaciones. Escuchamos como el que oye llover y vemos con los ojos tapados. Quedamos hipnotizados entre noticias, cuanto menos, inquietantes. Preferimos darlo todo por perdido, sin contemplar la idea de intentar sumirnos en la pelea. Nos muestran las diferencias abiertamente y somos capaces de omitir la evidencia con tal de conservar lo que aún es seguro. Y la seguridad, mientras, se desvanece. Al menos aquí el llanto aún no es constante. Tan sólo nos alcanza la sombra del hambre que atenaza la vida de quien lo padece. Nos alejamos de los huérfanos de techo sin saber que la probabilidad de esa situación también nos alcanza. Se comprueba que no es suficiente predicar con el ejemplo, porque los pocos que lo hacen son más susceptibles de acabar contagiados por la actual dinámica que ser antídoto de esta mecánica decadente. ¿Sería posible abrir los ojos? ¿Querríamos hacerlo? La realidad aparte de cruel y traicionera guarda en nuestra predisposición la opción del cambio. ¿Por qué no aprovecharlo?




PD: And since we've no place to go. Let it snow.

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