sábado, 20 de marzo de 2010

Los 4 jinetes del Apocalípsis.

La Victoria
en su hermoso caballo blanco cabalgaba. Engalanado con los mejores ropajes, ostentando las más valiosas joyas y con el aspecto más bello y refinado jamás visto. Huía, no podía dejar que lo atrapasen. Era demasiado peligroso. No se imaginaba las consecuencias que acarrearía para el mundo su captura y no quería pensar en ello. Sabía de la avaricia y codicia de las personas. El desenlace es impredecible aunque ninguno de ellos bueno. Corría deprisa porque sabía que lo perseguirían sin descanso. Todos querían obtener su poder y olvidar el fracaso de una vez por todas. Por desgracia para la humanidad aún seguiría siendo desdichada por un tiempo. Un día lo inevitable ocurrió y alguien la cazó. Sus temores se hicieron realidad y como consecuencia de ello la fortuna acompañaba siempre al mejor postor.

La Guerra
en su llameante caballo rojo cabalgaba. Protegida con su indestructible coraza negra y armado con su irrompible espada todo lo arrasaba. En su galopar estallaba la debacle. Todo ardía y se consumía. Era imbatible. Todos la temían por lo que nadie se atrevía a enfrentarse a ella. Su vorágine de destrucción engullía cada cosa a su paso y era imprevisible saber dónde y cuándo ocurriría. Nadie podía detenerla. Nadie podía vencerla. Era la perfección. Un día se cruzó en su camino con su único oponente. Acompañado de alguien a quien conocía bien. Sabía que su libertad había acabado porque su adversario contaba con el arma que la doblegaría y ésta era La Victoria. De repente se paró y asumió la derrota. Era inútil luchar. Su adversario consiguió domar a la indomable y desde entonces el final de cada batalla estaría fijado.

El Hambre
en su huesudo caballo negro cabalgaba. Era andrajoso y harapiento. Siempre portaba su balanza. Él era símbolo del equilibrio que mantenía la inmortalidad de nuestro mundo. Iba tranquilo. Nadie le molestaba. Las criaturas huían si percibían su presencia. No era un invitado deseado. Pero era obediente y acudía siempre a la llamada de su compañera. La llamada de su amada, La Guerra. Sabía que su presencia era necesaria en muchos de sus viajes y su deber era seguirla. Acompañarla en su deseo de destrucción. Mermando la entereza de los más fieros guerreros. Pero prefería ir despacio y cuando cabalgaba en solitario, viajaba a paso lento. En uno de sus viajes creyó ver un espejismo. Veía en la lejanía a un hombre pero no era eso lo que llamaba su atención. Al lado de éste había una figura familiar. Era su amada. Estaba quieta. Algo que sus ojos nunca habían visto antes. Se acercó a ellos y entonces el hombre comenzó a caminar. Su amada y otro caballero le siguieron. Sin mediar palabra él los imitó y desde entonces la desigualdad llegó a ese mundo y se prolongó por siglos.

La Muerte
en su espectral caballo verde cabalgaba. Su forma de esqueleto humano, su túnica negra y su infinita guadaña alertaban de su presencia. Él era el cierre del ciclo del universo. Era la pieza fundamental sobre lo que todo se sostenía. Él era el fin y el comienzo. Estaba en todas partes en todo momento pero prestaba mucha atención a dos de sus compañeros a los que llamaba “los eternos enamorados”. Guerra y Hambre. No viajaba. Se limitaba a estar allí donde su presencia era requerida. Odiaba molestar a quien no debía porque detestaba que hicieran lo mismo con él. Llevaba una eterna condena consigo y envidiaba el vigor de su compañera que le ayudaría a no necesitar descanso y la pereza de su compañero porque éste sí podía permitírselo. Un día sus dos compañeros lo llamaron a la vez. Era extraño y se le antojaba imposible. Acudió a la llamada y tres caballeros lo esperaban. Uno en un caballo blanco y los otros dos en caballos rojo y negro que reconocía a la perfección. Los cuatro se habían unido y una nueva era llegó. Las consecuencias de aquello han perdurado a través del tiempo y todavía ahora siguen vigentes y con la misma fuerza.


P.S. Releyendo el texto, me entró nostalgia y aquí os lo dejo.

1 comentario:

  1. Hoy dejo constancia por primera vez de mi lectura. No estoy preparado para ir comentando los textos de ningún blog, pero es que este... me ha encantado. Sólo paso para remarcarlo en la medida de mi posibilidad.

    ¡Mil Besos de Chocolate!

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