jueves, 22 de abril de 2010

La búsqueda de la Verdad.

Acometida a la ciudad de Dextra: Segunda Parte

Las explosiones interrumpían el silencio que se apoderó de la ciudad. Una vez caída la muralla ese silencio se convirtió en caos, el grito unísono de los guerreros del enemigo rompía la entereza de aquel bastión. Dextra no era ciudad militar, aún así contaba con el apoyo de un pequeño ejército de la Nueva Orden. Sin ayuda externa, la ciudad de los monjes no resistiría un ataque contundente. Las defensas concentraron la batalla en la plaza central para evitar el contacto con los civiles. Corriendo en dirección al Santuario iba Gabe, desde el barrio residencial, a espaldas del conflicto. No podía ver lo que pasaba, sólo escuchaba el chasquido del metal y olía la sangre derramada. La ciudad comenzó a temblar cuando éste casi alcanzó su destino. De la puerta de la gran esfera salió un rayo de luz potentísimo que iba a impactar en medio de la lucha. Una barrera desvió el ataque, destruyendo el mercado y las escuelas. Gabe cayó de rodillas conmocionado por lo que acababa de ver.
-Magia.- exclamó.
Se creía extinta y olvidada. Pero sus ojos no le engañaron.
-Miles de niños han desaparecido fugazmente.- pensó.
Gabe, delante del Santuario, siguió avanzando para ver la plaza. El ruido intenso de la batalla había cesado y cuando bajó la vista vio aterrorizado el desenlace. Los rebeldes victoriosos esperaban en formación, de entre ellos surgió una oscura figura. Se acercaba hacía Gabe cuando de repente golpeó el suelo con el puño. Se formó una especie de círculo mágico en el suelo de la plaza del que salió un demonio. Gabe cayó de espaldas.
-¿Un guardián de la Verdad?- se preguntó el joven.
Gabe oyó pasos a su espalda y al mirar se encontró rodeado por los sumos sacerdotes del Templo. Una joven figura acompañado por un ángel y portando una bandera blanca irrumpía entre aquellos ancianos. Era el sabio Azarel.
- Vuestro ataque ha concluido, la ciudad de Dextra se rinde.- sentenció Azarel.
En medio de aquella solemnidad, la confusión de Gabe no hacía más que aumentar.
-¿Qué hago aquí en medio?- pensó nuestro joven protagonista.

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