lunes, 5 de abril de 2010

Hueste llameante.

Fibra necia.
Todos tenemos una pequeña fibra que al tocarla nos hace estremecernos. Un pequeño filamento que nos hace caer en nuestra miseria. Un hilo con el poder de rompernos en mil pedazos. Un filamento que desparrama nuestro miedo, desesperación y sufrimiento. Una hebra que guardamos con celo para poder ser fuertes y continuar en la pelea diaria. Un cable que nos da la descarga fatal, arbitraria, sin detonador. Un súbito impacto de realidad que consigue penetrar en nuestra fortaleza y deleitarse con nuestra debilidad. Y nos ponemos de rodillas, reconociendo que nos han vencido. Y vertemos una lágrima amarga por la derrota, sabiendo ya que todo está perdido. Fulminados en la tristeza, encadenados en nuestra soledad, enterrados en nuestra muerte, nadie vendrá a darnos consuelo, nadie querrá acordarse de nosotros, nadie podrá apenarse por nuestra marcha. Y entonces fue cuando alguien dijo, buenas noches.

El verdugo.
Un ejército recorre las calles en la quietud del ritmo de tambores y bombos. Escoltas de grandes construcciones de brillante orfebrería. Escoltas de cera, tapados por su capirote que los encierra en el anonimato. Costaleros de su hipocresía o su soberbia. Suenan trompetas para los triunfantes devotos. Devoción de la festividad por tradición, sin sentimiento ni razón. Adoradores de trozos de madera, de principios obsoletos y oxidados. Deambulando por calles atestadas de ignorancia e indiferencia. Seguidores de la senda del penitente, sin penitencia. Siguiendo una liturgia ancestral que con el tiempo se hace respetar menos. Creyentes de una redención inexistente, esperanzados en la mentira. Alimentan la fiesta con su fervor, con pasión, con ganas poderosas. Poder que podría emplearse para mejorar nuestra actualidad…

¿Para qué preguntar?
¿Qué es estar solo? ¿Cuándo perdimos el juicio? ¿Cómo es posible seguir aguantando? ¿Por qué ya nada importa? ¿Dónde se quedó nuestro coraje? ¿Quién quiere nuestro bienestar? ¿Cuánto cuesta la libertad? ¿Qué quiero decir? ¿Cuándo llegará el momento? ¿Cómo darse cuenta? ¿Dónde están las respuestas? ¿Quién tomó las riendas? ¿Cuántos más tienen que morir? ¿Por qué te quiero? ¿Y es que tiene que haber una razón para todo?





PD: Ni caso.

4 comentarios:

  1. Jose esto es muy tu estilo, me encantó.

    un saludo

    ResponderEliminar
  2. Muchas gracias por esos minutos que dedicais a leerme y por decir las cosas de corazón.

    Dos abrazos.

    ResponderEliminar
  3. Es cierto, es aquella fibra que alguna vez nos hizo daño por algo, que hemos cubierto de fortaleza, pero cuando alguien nos vuelve a tocar, nos estremecemos tanto que esa fortaleza que un día nos quiso cubrir, se desvanece y nos hace débiles y sensibles.

    Precioso ains....últimamente me ha pasado algo así, y es como que te comprendo.

    Besos.

    ResponderEliminar
  4. Diría que es la misma fibra para todo. Todo lo que nos hizo o hace o puede hacernos daño está concentrado en esa fibra. El truco está en no dejar que la toquen, o que lo hagan para bien.

    Pero es lo que dices, una vez que la tocan, somos débiles y sensibles.

    Pues que no te pase eso mucho, o al menos que no sea para mal.

    Besitos ;)

    ResponderEliminar