jueves, 6 de mayo de 2010

Dous no Deus e un na man.

El paracaidista.
Todo se convirtió en un juego para aquel paracaidista. Se había reído de su destino en varias ocasiones con anterioridad, pero era algo a lo que no daba importancia porque nunca creyó tenerlo. Necesitaba esa dosis de adrenalina que le proporcionaba el sumergirse súbitamente en la atmósfera. Cada mañana añoraba volver a caer desde el avión para sentir la libertad. Se sentía poderoso al cortar el viento con su cuerpo, ganando velocidad. Esa fracción de tiempo en la que duraba la caída era mágica. Podía contemplar la creación al mismo tiempo que se acercaba para darle un abrazo. Pero su ilusión se apago, era el momento de tirar de la anilla que lo devolvería a la realidad. Tiró con fuerza, nada ocurrió. La anilla era una manera suave de volver a la realidad. Exclamó una maldición, aunque al instante supo que permanecería para siempre en su placentera ilusión. ¡Qué ingenuo! La realidad le golpeó con toda su fuerza.

Mentiras y heridas.
Ahora sí que estaba realmente loco. Su mundo se desmoronaba a sus pies y veía como cada gota de lo que antes llamaba realidad se desfragmentaba de ese todo y se consumía fugazmente. No pudo controlar ese mundo de ilusiones que una vez creó y éste acabó siendo lo suficientemente grande y poderoso como para engullirle. Su mentira lo controlaba, su mentira vivía por él. Su ser estaba sedado y preso en una burbuja mental, mientras su parásito le gobernaba. Era inútil luchar porque no había posibilidad de victoria. Lloraba porque no creía que pudiera llegar a pasarle esto, porque pudo ponerle remedio, no lo hizo y estaba pagando las consecuencias, porque era preso de sí mismo. Su lamento cesó al ver que ya no había una solución posible, excepto la de aceptar su situación, sus errores y su castigo. En caso de conseguirlo, sería por fin libre.

Firmes.
En aquel poblado todos andaban doblados. El tronco de cada miembro del mismo, se curvaba hacia un lado. No había ninguna otra peculiaridad como conjunto, ya que individualmente cada uno es un mundo. Tenía una clara ventaja al recoger cualquier cosa del suelo, pero en aquel poblado no se llegaron a construir rascacielos. Se dice que en los comienzos de la tribu, uno de ellos al ver el arco iris intentó imitar su posición, olvidando todo lo demás así se quedó y en el pueblo hizo furor y se mantuvo como tradición. Con el paso del tiempo, las generaciones desarrollaron esa arqueada curiosidad anatómica. Siguió pasando el tiempo y el pueblo se expandió, en territorios vecinos no eran especialmente bienvenidos. El pueblo se veía frecuentemente envuelto en pequeñas batallas. A partir de aquel momento se apreció que los jóvenes iban perdiendo la curvatura vertebral. Había comenzado en el pueblo el servicio militar.


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