Lustro de serenidad.
Elegancia, sobriedad y saber estar. Colocado en el tablero para dar comienzo a el enfrentamiento. En un principio sin saber la transcendencia de aquella afrenta. Con el tiempo se sellaban las marcas de su caminar. En el centro de la plaza se erigía una gran estatua, con detenimiento para captar cada uno de los detalles. De su árbol picoteaban pajarillos de vez en cuando. La partida se seguía jugando y aquel caballero hizo dos malas jugadas. Las marcas ardían y la carne se pegaba al metal fundiéndose de dolor. La estatua en un principio majestuosa, sufrió una aberrante transformación. El árbol pútrido y enfermo, dejó de dar frutos. Demasiados contratiempos y la partida en punto muerto. Las marcas ahora tapadas intentaban ser ignoradas. La estatua fragmentada iba desprendiendo trozos de su ser. El árbol seco y olvidado. Un viejo reloj acababa con la paciencia de aquel caballero. Apatía, soledad y desesperación. Lágrimas que ahogan una felicidad ficticia. Tocar fondo una vez más. Enfrentarse a unos fantasmas que no pierden batalla. Escalar una pared llana, desde la profundidad del abismo. Desorientado y sin rumbo. Sin decisión ni razón. Falto de motivos y convicción. Y aún así seguir peleando. ¿Mi suerte para cuándo?
¿Cuándo acabar con lo no empezado?
Con un cuchillo sin filo tallaba sus impresiones desgastadas por el tiempo. Ya no sabía si saber, dejar de seguir sabiendo o saber que no había sabido. Tropezar al ir dando tumbos y llegar a la conclusión de quedarse parado. Y al quedarse parado concluyó su respuesta. Empezar de nuevo a caminar y dejar atrás lo andado, alejarse del pasado con cada paso que pudiera dar. Volver después de un tiempo y ver que podría hallar. Se quedó en la eterna de las penúltimas oportunidades. Al dejar de abrir los ojos para ver y darse cuenta del error. Esa equivocación que creyendo haber escuchado, colocó en el cajón olvidado. Buscando el momento y lugar adecuados, olvidó el dónde y cuándo, dejándolos a un lado. La locura de la batalla en la derrota y la cobardía de la huída en la pelea. Determinación aleatoria, alentado por la casualidad de su descabellada esperanza. Y si no alcanza el propósito perseguido sin poder dar ese paso atrás, elegir entre fatalidad o precipicio.
Cállate Tom Jones y déjame pensar. Mejor no, sigue cantando, anda.
2030 en accción - Capítulo II
Hace 5 años
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