martes, 1 de junio de 2010

Esta parte de mi vida se llama...

Mentira
Despertaba a las 7:15 de la mañana. Se aseaba, vestía y desayunaba. Siguiendo su diaria monotonía esperaba a sus compañeros para ir al punto de encuentro, lugar en el que quedaban cada mañana para ir a la facultad en coche. Música para acompañar el trayecto. Una vez que llegaron al destino sus caminos se separan. Entonces se quedó solo, él y sus pensamientos. De repente algo perturbó su momento, su silencio no le dejaba escuchar que había algo más importante que precisaba de su atención. Y fue ése el instante en el que se dio cuenta de que podía oír sus pasos. Algo tan banal le reconfortó, algo tan trivial hizo posible que rompiera la cotidianidad de sus días. Un pie tras otro, pisando con firmeza para mantener el recuerdo en su cabeza. Con cada paso ganaba confianza, con cada zancada veía más cerca el desenlace. Un pie tras otro, hasta que todo cambió. Extrañado por no escuchar el último paso y darse cuenta de que le dejaron sin suelo, sonrió.

Contrariedad
Vagando como alma en pena, sin nada por hacer que no careciese de sentido. Deseaba no quererla. Para poder matar el dolor de su ignorancia indiferente. No esconder la sensible conmoción que le desbordaba con o sin su presencia. Quemándole el miedo del rechazo inexistente. Sin entender el porqué de todo aquello, de su desorbitado sufrimiento. Miradas de desesperación enterradas en la retina, palabras anodinas para ocultar su estúpida locura. Estático permanecía en un compacto bloque sólido, la constancia del sentimiento. No podía evitarlo, aunque le abofeteara su razón para despertarlo del sueño, acaba escupiéndole porque no tenía remedio. Un virus letal que ponía el final del dominio de su existencia. Heridas aleatorias se abren en la carne y hacen polvo sus pobres huesos, los golpes de ese perverso enamoramiento. Maldito corazón emigrante, delirante espera en el transcurso de su vuelta. Lo encuentra al cabo de los días, roto como de costumbre. Ebrio de dolor, hasta encontrar el límite de su aguante. Sin consuelo, se abrigaba el manto harapiento de su propia compañía. Intentando olvidar lo que la consciencia le recuerda persistentemente. Ni los sueños dan tregua a su pena, porque vivir el amor en silencio es un lastre de dolor, puntual en la entrega y al mirar atrás puedes ver cómo llega. Y ver cómo la felicidad se aleja, llevando consigo la respuesta de sus preguntas.

Iluso.
Dejémonos de rodeos, hemos bajado los brazos. No tenemos respeto por la lucha que consiguió nuestros derechos. Permitimos que caiga en el olvido que los que no tuvieron nada, nos lo dieron todo. A pesar de ello, nuestra vida es una constante queja, todo está mal y no nos interesa hacer nada por arreglarlo. Pensamos que nuestra minúscula existencia es insuficiente contra la dejadez y caemos directos en la misma dinámica. Complican la realidad dejando que el acomodamiento al que acostumbramos nos lleve a la desidia. Lo importante es impuesto y además indigesto, atiborrado de banalidad. La moda es hacer oídos sordos mientras damos a entender que estamos escuchando. Somos admiradores acérrimos de nuestro propio ombligo, su fan número uno. El pisoteo, empujón o linchamiento pasa a ser cotidiano y algunas veces justificado, al menos en parte. Somos el grito fraccionado de lo que una vez fue unísono. Somos los eslabones de una cadena que estaba perfectamente alineada. Somos el éxito de infinidad de fracasos y parece ser algo normal, sin transcendencia. Sentémonos y pensemos para levantarnos y alzar la voz por un futuro mejor y nuevo. Y poder decir que conseguimos más aún de lo que otros jamás consiguieron.





PD: Vuelve "el otro". Hola aquí estoy de nuevo, no se si me deajarán quedarme mucho tiempo. Trátenme bien mientras dure.

2 comentarios: